lunes, 7 de marzo de 2016

Mi canción:

Mi propia canción amante
que sin brazos acunaba
una noche entera esclava
¡Cántenme!


La que bajaba cargando
por el Ródano o el Miño,
sueño de mujer o niño
¡Cántenme!

La canción que yo prestaba
al despierto y al dormido
ahora que me han herido
¡Cántenme!

La canción que yo cantaba
como una suelta vertiente
y que sin bulto salvaba
¡Cántenme!

Para que ella me levante
con brazo de Arcángel fuerte
y me alce de mi muerte
¡Cántenme!

La canción que repetía
rindiendo a noche y a muerte
ahora porque me liberte
¡Cántenme!

Gabriela Mistral

Canción de sangre:

Duerme, mi sangre única
que así te doblaste,
vida mía, que se mece
en rama de sangre.


Musgo de los sueños míos
en que te cuajaste,
duerme así, con tus sabores
de leche y de sangre.

Hijo mío, todavía
sin piñas ni agaves,
y volteando en mi pecho
granadas de sangre,

sin sangre tuya, latiendo
de las que tomaste,
durmiendo así tan completo
de leche y de sangre.

Cristal dando unos trasluces
y luces, de sangre;
fanal que alumbra y me alumbra
con mi propia sangre.

Mi semillón soterrado
que te levantaste;
estandarte en que se para
y cae mi sangre;

camina, se aleja y vuelve
a recuperarme.
Juega con la duna, echa
sombra y es mi sangre.

¡En la noche, si me pierde,
lo trae mi sangre!
¡Y en la noche, si lo pierdo,
lo hallo por su sangre!

Gabriela Mistral

miércoles, 2 de marzo de 2016

Nadie sino tú:

Nadie puede salvarte sino
tú mismo.
te verás una y otra vez
en situaciones
casi imposibles.
intentarán una y otra vez
por medio de subterfugios, engaños o
por la fuerza
que renuncies, te des por vencido y/o mueras lentamente
por dentro.


nadie puede salvarte sino
tú mismo
y será muy fácil desfallecer,
pero muy fácil,
pero no desfallezcas, no, no.
limítate a mirarlos.
escucharlos.
¿quieres ser así?
¿un ser sin cara, sin mente,
sin corazón?
¿quieres experimentar
la muerte antes de la muerte?

nadie puede salvarte sino
tú mismo
y mereces salvarte.
no es una guerra fácil de ganar
pero si algo merece la pena ganar,
es esto.

piénsalo.
piensa en salvarte a ti mismo.
tu parte espiritual.
la parte de tus entrañas.
tu parte mágica y ebria.
sálvala.
no te unas a los muertos de espíritu.

mantente
con buen talante y garbo
y al cabo,
si fuera necesario,
apuesta tu vida en plena refriega,
al carajo las probabilidades, al carajo
el precio.

nadie puede salvarte sino
tú mismo.
¡Hazlo! ¡sálvate!
entonces sabrás exactamente de
qué hablo.

Charles Bukowski.

domingo, 7 de febrero de 2016

En un cementerio de lugar castellano:

Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.

Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.

Como un islote en junio,
te ciñe al mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y cantan sobre ti la alondra el canto
de la cosecha.

Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa yerba
donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
y sienten en sus huesos el reclamo
del riego de la vida.

Salvan tus cercas de mampuesto y barro
las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavellinas, magarzas, brezos, cardos,
entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.

Cavan tan sólo en tu maleza brava,
corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
sembrar el grano;
luego, sobre esa siembra,
¡barbecho largo!

Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!

Después que lento el sol tomó ya tierra,
y sube al cielo el páramo
a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
la tosca cruz de piedra
de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.

No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
Y desde el cielo de la noche, Cristo,
el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
¡recuenta las ovejas del rebaño!

Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
¡sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!

Miguel de Unamuno

viernes, 29 de enero de 2016

¿En qué piensas...

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivifico;
blanco tu cuerpo, al modo de la luna,
que, muerta, ronda en torno de su madre,
nuestra cansada vagabunda Tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.

Que eres, Cristo, el único
Hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere,
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida, y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dio toda su sangre
porque las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego; que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche,
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.

Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo,
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!

Miguel de Unamuno

Mi cielo:

Días de ayer, que, en procesión de olvido,
lleváis a las estrellas mi tesoro,
¿no formaréis en el celeste coro
que ha de cantar sobre mi eterno nido?

¡Oh Señor de la vida, no te pido
sino que ese pasado por que lloro,
al cabo en rolde a mí vuelto sonoro,
me dé consuelo de mi bien perdido!

Es revivir lo que viví mi anhelo,
y no vivir de nuevo nueva vida;
hacia un eterno ayer haz que mi vuelo

emprenda, sin llegar a la partida,
porque, Señor, no tienes otro cielo
que de mi dicha llene la medida.

Miguel de Unamuno

De otro modo:

La hoguera pone al campo de la tarde
unas astas de ciervo enfurecido.
Todo el valle se tiende. Por sus lomos,
caracolea el vientecillo.

El aire cristaliza bajo el humo.
—Ojo de gato triste y amarillo.
Yo, en mis ojos, paseo por las ramas.
Las ramas se pasean por el río.

Llegan mis cosas esenciales.
Son estribillos de estribillos.
Entre los juncos y la baja tarde,
¡qué raro que me llame Federico!

Federico García Lorca

Suicidio:

(Quizá fue por no saberte
la Geometría)
El jovencito se olvidaba.
Eran las diez de la mañana.

Su corazón se iba llenando
de alas rotas y flores de trapo.

Notó que ya no le quedaba
en la boca más que una palabra.

Y al quitarse los guantes, caía,
de sus manos, suave ceniza.

Por el balcón se veía una torre.
Él se sintió balcón y torre.

Vio, sin duda, cómo le miraba
el reloj detenido en su caja.

Vio su sombra tendida y quieta
en el blanco diván de seda.

Y el joven rígido, geométrico,
con un hacha rompió el espejo.

Al romperlo, un gran chorro de sombra
inundó la quimérica alcoba.

Federico García Lorca

Despedida:

Si muero,
dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo.)
El segador siega el trigo.

(Desde mi balcón lo siento.)

¡Si muero,
dejad el balcón abierto!

Federico García Lorca

En Málaga:

Suntuosa Leonarda.
Carne pontifical y traje blanco,
en las barandas de «Villa Leonarda».
Expuesta a los tranvías y a los barcos.
Negros torsos bañistas oscurecen
la ribera del mar. Oscilando
—concha y lota a la vez—
viene tu culo
de Ceres en retórica de mármol.

Federico García Lorca

Serenata:

(Homenaje a Lope de Vega)

Por las orillas del río
se está la noche mojando
y en los pechos de Lolita
se mueren de amor los ramos.

Se mueren de amor los ramos.

La noche canta desnuda
sobre los puentes de marzo.
Lolita lava su cuerpo
con agua salobre y nardos.

Se mueren de amor los ramos.

La noche de anís y plata
relumbra por los tejados.
Plata de arroyos y espejos:
anís de tus muslos blancos.

Se mueren de amor los ramos.

Federico García Lorca

Primer aniversario:

La niña va por mi frente.
¡Oh, qué antiguo sentimiento!

¿De qué me sirve, pregunto,
la tinta, el papel y el verso?

Carne tuya me parece,
rojo lirio, junco fresco.

Morena de luna llena.
¿Qué quieres de mi deseo?

Federico García Lorca

La luna asoma:

Cuando sale la luna
se pierden las campanas
y aparecen las sendas
impenetrables.

Cuando sale la luna,
el mar cubre la tierra
y el corazón se siente
isla en el infinito.

Nadie come naranjas
bajo la luna llena.
Es preciso comer
fruta verde y helada.

Cuando sale la luna
de cien rostros iguales,
la moneda de plata
solloza en el bolsillo.

Federico García Lorca

A Irene García:

En el soto
los alamillos bailan
uno con otro.
Y el arbolé,
con sus cuatro hojitas,
baila también.

¡Irene!
Luego vendrán las lluvias
y las nieves.
Baila sobre lo verde.

Sobre lo verde verde,
que te acompaño yo.

¡Ay cómo corre el agua!
¡Ay mi corazón!

En el solo,
los alamillos bailan
uno con otro.
Y el arbolé,
con sus cuatro hojitas,
baila también.

Federico García Lorca

Arbolé arbolé

Arbolé arbolé
seco y verde.

La niña de bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas,
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña de bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.

Arbolé arbolé
seco y verde.

Federico García Lorca

Azrael:

Now I must sleep...
Byron

To die, to sleep... to sleep...
perchance to dreame.
Hamlet, III, IV

Azrael, abre tu ala negra y honda,
cobíjeme su palio sin medida,
y que a su abrigo bienhechor se esconda
la incurable tristeza de mi vida.

Azrael, ángel bíblico, ángel fuerte,
ángel de redención, ángel sombrío,
ya es tiempo que consagres a la muerte
mi cerebro sin luz: altar vacío...

Azrael, mi esperanza es una enferma;
ya tramonta mi fe; llegó el ocaso,
ven, ahora es preciso que yo duerma...
¿Morir..., dormir..., dormir?... ¡Soñar acaso!

Amado Nervo

jueves, 28 de enero de 2016

Gótica:

Solitario recinto de la abadía;
tristes patios, arcadas de recias claves,
desmanteladas celdas, capilla fría
de historiadores altares, de sillería
de roble, domo excelso y obscuras naves;

solitario recinto: ¡cuántas pavesas
de amores que ascendieron hasta el pináculo
donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Heme aquí con vosotras, las abadesas
de cruces pectorales y de áureo báculo...

Enfermo de la vida, busco la plática
con Dios, en el misterio de su santuario:
tengo sed de idealismo... Legión extática,
de monjas demacradas de faz hierática,
decid: ¿aún vive Cristo tras el sagrario?

Levantaos del polvo, llenad el coro;
los breviarios aguardan en los sitiales,
que vibre vuestro salmo limpio y sonoro,
en tanto que el Poniente nimba de oro
las testas de los santos en los vitrales...

¡Oh claustro silencioso, cuántas pavesas
de amores que ascendieron hasta el pináculo
donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Oraré mientras duermen las abadesas
de cruces pectorales y de áureo báculo...

Amado Nervo

Tus ojos son los de tu madre:

Tus ojos son los de tu madre, claros,
antes de concebirte, sin el fuego
de la ciencia del alma, en el sosiego
del virgíneo candor: ojos no avaros

de su luz dulce, dos mellizos faros
que nos regalan su mirar cual riego
de paz, y a los que el alma entrego
sin recelar tropiezo. Son ya raros

ojos en que malicia no escudriña
secreto alguno en la secreta vena,
claros y abiertos como la campiña

sin sierpe, abierta al sol, clara y serena;
guárdalos bien; son tu tesoro, niña,
esos ojos de virgen Magdalena.

Miguel de Unamuno

domingo, 24 de enero de 2016

Balada en honor de las musas de carne y hueso:

Nada mejor para cantar la vida,
y aun para dar sonrisas a la muerte,
que la áurea copa donde Venus vierte
la esencia azul de su viña encendida.
Por respirar los perfumes de Armida
y por sorber el vino de su beso,
vino de ardor, de beso, de embeleso,
fuérase al cielo en la bestia de Orlando,
voz de oro y miel para decir cantando:
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Cabellos largos en la buhardilla,
noches de insomnio al blancor del invierno,
y ojos de ardor en que Juvencia brilla;
el tiempo en vano mueve su cuchilla,
el hilo de oro permanece ileso;
visión de gloria para el libro impreso
que en sueños va como una mariposa;
y una esperanza en la boca rosa:
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Regio automóvil, regia cetrería,
borla y muceta, heráldica fortuna,
nada son como a la luz de la luna
una mujer hecha una melodía.
Barca de amor busca la fantasía,
no el yacht de Alfonso o la barca de Creso.
Da al cuerpo llama y fortifica el seso
ese archivado y vital paraíso;
pasad de largo, Abelardo y Narciso:
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Clío está en esa frente hecha de aurora,
Euterpe canta en esta lengua fina,
Talía ríe en la boca divina,
Melpómene es ese gesto que implora;
en estos pies Terpsícore se adora,
cuello inclinado es de Erato embeleso,
Polymnia intenta a Calíope proceso
por esos ojos en que Amor se quema.
Urania rige todo ese sistema:
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

No protestéis con celo protestante,
contra el panal de rosas y claveles
en que Tiziano moja sus pinceles
y gusta el cielo de Beatrice el Dante.
Por eso existe el verso de diamante,
por eso el iris tiéndese y por eso
humano genio es celeste progreso.
Líricos cantan y meditan sabios
por esos pechos y por esos labios:
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Gregorio: nada al cantor determina
como el gentil estímulo del beso;
gloria al sabor de la boca divina.
¡La mejor musa es la de carne y hueso!

Rubén Darío

¡Eheu!

Aquí, junto al mar latino,
digo la verdad:
siento en roca, aceite y vino,
yo mi antigüedad.

¡Oh qué anciano soy, Dios santo!
¡Oh qué anciano soy!...
¿De dónde viene mi canto?
Y yo, ¿adónde voy?

El conocerme a mí mismo
ya me va costando
muchos momentos de abismo
y el cómo y el cuándo...

Y esta claridad latina,
¿de qué me sirvió
a la entrada de la mina
del yo y el no yo?

Nefelibata contento,
creo interpretar
las confidencias del viento,
la tierra y el mar...

Unas vagas confidencias
del ser y el no ser,
y fragmentos de conciencias
de ahora y de ayer.

Como en medio de un desierto
me puse a clamar;
y miré el sol como un muerto
y me eché a llorar.

Rubén Darío

De otoño:

Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Esos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!

Rubén Darío

Marina:

Mar armonioso,
mar maravilloso,
tu salada fragancia,
tus colores y músicas sonoras
me dan la sensación divina de mi infancia,
en que suaves las horas
venían en un paso de danza reposada
a dejarme un ensueño o regalo de hada.

Mar armonioso,
mar maravilloso,
de arcadas de diamante que se rompen en vuelos
rítmicos que denuncian algún ímpetu oculto,
espejo de mis vagas ciudades de los cielos,
blanco y azul tumulto
de donde brota un canto
inextinguible,
mar paternal, mar santo,
mi alma siente la influencia de tu alma invisible.

Velas de los Colones
y velas de los Vascos,
hostigadas por odios de ciclones
ante la hostilidad de los peñascos;
o galeras de oro,
velas purpúreas de bajeles
que saludaron el mugir del toro
celeste, con Europa sobre el lomo
que salpicaba la revuelta espuma.
Magnífico y sonoro
se oye en las aguas como
un tropel de tropeles,
¡tropel de tropeles de tritones!
Brazos salen de la onda, suenan vagas canciones,
brillan piedras preciosas,
mientras en las revueltas extensiones
Venus y el Sol hacen nacer mil rosas.

Rubén Darío

¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!

¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
Es como el ala de la mariposa
nuestro brazo que deja el pensamiento escrito.
Nuestra infancia vale la rosa,
el relámpago nuestro mirar.
y el ritmo que en el pecho nuestro corazón mueve
es un ritmo de onda de mar,
o un caer de copo de nieve,
o el cantar
del ruiseñor,
que dura lo que dura el perfume
de su hermana la flor.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
El alma que se advierte sencilla y mira clara-
-mente la gracia pura de la luz cara a cara,
como el botón de rosa, como la coccinela,
esa alma es la que al fondo del infinito vuela.
El alma que ha olvidado la admiración, que sufre
en la melancolía agria, olorosa a azufre,
de envidiar malamente y duramente, anida
en un nido de topos. Es manca. Está tullida.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!

Rubén Darío

miércoles, 20 de enero de 2016

Yo soy aquel:

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo;
una fragancia de melancolía...

Yo supe de dolor desde mi infancia.
Mi juventud..., ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia;
una fragancia de melancolía...

Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.

En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.

Y tímida ante el mundo, de manera
que encerrada en silencio no salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía...

Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de "te adoro", y de "¡ay!" y de suspiro.

Y entonces era la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de gotas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas,

con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.

Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleiana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;

todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura...:
si hay un alma sincera, esa es la mía.

La torre de marfil tentó mi anhelo,
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.

Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y, si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.

Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.

¡Oh la selva sagrada! ¡Oh la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva! ¡Oh la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!

Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica
ebria de azul deslíe Filomena

perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.

Allí va el dios en celo tras la hembra,
y la caña de Pan se alza del lodo;
la eterna Vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.

El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.

Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama infinita;
el Arte puro como Cristo exclama:
¡Ego sum lux et veritas et vita!

Y la vida es misterio; la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.

Por eso ser sincero es ser potente.
De desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye d'ella.

Tal fue mi intento, hacer del alma pura
mía una estrella, una fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.

Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis inspira,
bruma y tono menor-¡toda la flauta!,
y Aurora, hija del Sol-¡toda la lira!

Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del odio fuese al viento.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte;
¡y hacia Belén... la caravana pasa!

Rubén Darío

Responso a Verlaine:

Padres y maestro mágico, liróforo celeste
que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
diste tu acento encantador;
¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste
hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
¡al son del sistro y del tambor!

Que tu sepulcro cubra de flores Primavera,
que se humedezca el áspero hocico de la fiera
de amor si pasa por allí;
que el fúnebre recinto visite Pan bicorne;
que de sangrienta rosas el fresco abril te adorne
y de claveles de rubí.

Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo,
ahuyenten la negrura del pájaro protervo
el dulce canto de cristal,
que Filomena vierta sobre tus tristes huesos,
o la armonía dulce de risas y de besos
de culto oculto y florestal.

Que púberes canéforas te ofrenden al acanto
que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
sino rocío, vino, miel:
que el pámpano allí brote, las flores de Citeres,
y que se escuchen vagos suspiros de mujeres
¡bajo un simbólico laurel!

Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,
en amorosos días, como en Virgilio, ensaya,
tu nombre ponga en la canción;
y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche
con ansias y temores entre las linfas luche,
llena de miedo y de pasión.

De noche, en la montaña, en la negra montaña
de las Visiones, pase gigante sombra extraña,
sombra de un Sátiro espectral;
que ella al centauro adusto con su grandeza asuste;
de una extra-humana flauta la melodía ajuste
a la armonía sideral.

Y huya el tropel equino por la montaña vasta;
tu rostro de ultratumba bañe la luna casta
de compasiva y blanca luz;
y el Sátiro contemple sobre un lejano monte
una cruz que se eleve cubriendo el horizonte
¡y un resplandor en la cruz!

Rubén Darío

Año nuevo:

A las doce de la noche, por las puertas de la gloria
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,
sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,
San Silvestre.

Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara,
de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;
y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para
Salomón

Sus pies cubres los joyeles de la Osa adamantina,
y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;
y colgada sobre el pecho resplandece la divina
Cruz del Sur.

Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco
donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?
Ya la aljaba de diciembre se fue toda por el arco
del arquero.

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno
el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;
le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno
y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;
doce aljabas cada año para él trae el rey Enero.
En la sombra se destaca la figura vencedora
del arquero.

Alrededor de la figura del gigante se oye el vuelo
misterioso y fugitivo de las almas que se van,
y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo
con sus alas membranosas el murciélago Satán.

San Silvestre, bajo el palio de un zodiaco de virtudes,
del celeste Vaticano se detiene en los umbrales,
mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes
inmortales.

Reza el santo y pontifica; y al mirar que viene el barco,
donde en triunfo llega Enero,
ante Dios bendice al mundo; y su brazo abarca el arco
y el arquero.

Rubén Darío

El Faisan:

Dijo sus secretos el faisán de oro:
En el gabinete mi blanco tesoro,
de sus claras risas el divino coro,

las bellas figuras de los gobelinos,
los cristales llenos de aromados vinos,
las rosas francesas en los vasos chinos.

(Las rosas francesas, porque fue allá en Francia
donde en el retiro de la dulce estancia
esas frescas rosas dieron su fragancia.)

La cena esperaba. Quitadas las vendas,
iban mil amores de flechas tremendas
en aquella noche de Carnestolendas.

La careta negra se quitó la niña,
y tras el preludio de una alegre riña
apuró mi boca vino de su viña.

Vino de la viña de la boca loca,
que hace arder el beso, que el mordisco invoca.
¡Oh los blancos dientes de la loca boca!

En su boca ardiente yo bebí los vinos,
y, pinzas rosadas, sus dedos divinos
me dieron las fresas y langostinos.

Yo la vestimenta de Pierrot tenía,
y aunque me alegraba y aunque me reía,
moraba en mi alma la melancolía.

La carnavalesca noche luminosa
dio a mi triste espíritu la mujer hermosa,
sus ojos de fuego, sus labios de rosa.

Y en el gabinete del café galante
ella se encontraba con su nuevo amante,
peregrino pálido de un país distante.

Llegaban los ecos de vagos cantares;
y se despedían de sus azahares
miles de purezas en los bulevares:

y cuando el champaña me cantó su canto,
por una ventana vi que un negro manto
de nube, de Febo cubría el encanto.

Y dije a la amada un día: -¿No viste
de pronto ponerse la noche tan triste?
¿Acaso la Reina de la luz ya no existe?

Ella me miraba. Y el faisán cubierto
de plumas de oro: -"¡Pierrot, ten por cierto
que tu fiel amada, que la Luna ha muerto!"

Rubén Darío

viernes, 15 de enero de 2016

La belleza de la muerte:

Dedicado a M. E. H.

Primera parte: El llamado

Dejadme dormir, ya mi alma se ha embriagado de amor,
y dejadme descansar, pues mi alma ya ha conocido las bonanzas de los días y las noches;
encended las velas y quemad incienso en torno a mi lecho, y
deshojad los jazmines y las rosas sobre mi cuerpo;
ungid mis cabellos con almizcle y derramad sobre mis pies los perfumes.
Leed entonces lo que escribe la mano de la muerte sobre mi frente.
Dejadme en brazos del sueño, pues mis párpados ya están cansados;
dejad que las argénteas cuerdas de la lira aquieten mis oídos;
tañid las cuerdas y con su melodiosa armonía tejed un velo alrededor de mi moribundo corazón.
Modulad las canciones mientras contempláis la naciente esperanza en mis ojos, pues
su melodía hechicera es el mullido lecho para mi corazón.

Secaos las lágrimas, amigos míos, y mantened en alto vuestras cabezas, como alzan las flores
sus corolas para saludar al alba,
y mirad a la novia de la muerte cual columna de luz
entre mi lecho y el infinito;
contened vuestros suspiros y escuchad un momento el llamativo susurro de
sus blancas alas.
Venid a despedirme; besad mi frente con labios sonrientes.
¡Dejad que los niños me acaricien con dedos de rosas!
¡Dejad que los ancianos bendigan mi frente con manos nudosas!
Dejad que los amigos se acerquen a contemplar la sombra de Dios sobre mis ojos
y a escuchar el eco de su voluntad que acompaña mis suspiros.

Segunda parte: El ascenso

Atrás he dejado la cumbre de la montaña sagrada y mi alma vaga por el
espacio de la ilimitada libertad;
estoy lejos, muy lejos, camaradas, y los madres de nubes ocultan
las colinas a mis ojos.
Los valles se han hundido en un mar de silencio, y las
manos del olvido han cubierto los caminos y los bosques;
las praderas y los campos se desvanecen tras un manto blanco
como nubes de primavera, pálidos cual rayos de luna
y rojos como velo de la tarde.

Las canciones de las olas y de los mares
se han ahogado, y ya no oigo el clamor de las muchedumbres;
y nada puedo oír salvo el himno de la eternidad
en perfecta armonía con los deseos del alma.
Estoy ataviado con ropa de lino.
Me siento en paz.

Tercera parte: El descanso

Desvestidme del lino y amortajadme con
pétalos de lirio y de jazmín;
sacad mi cuerpo del ataúd de alabastro y dejadlo descansar
sobre alfombras de azahares.
No os lamentéis, elevad himnos de alegría y juventud;
no derraméis vuestras lágrimas, cantad a la cosecha y a la vendimia;
no me cubráis con suspiros de agonía, trazad sobre mi pecho
el símbolo del amor y la alegría.
No perturbéis la quietud del céfiro con réquiems,
dejad que vuestros corazones canten conmigo Salmos a la eternidad.

No me lloréis enlutados por mi ausencia.
Lucid blancas vestiduras y regocijáos conmigo;
no habléis de mi partida con suspiros tristes; cerrad
los ojos y me veréis siempre entre vosotros.

Tendedme sobre frondosas ramas y
llevadme lentamente sobre vuestros hombros amigos...
lentamente hacia los bosques silentes.
No me llevéis a la necrópolis donde mi sueño
sea perturbado por el crujido de huesos.
Llevadme al bosque de cedros y cavad un sepulcro donde florezcan las violetas
y amapolas;
cavad un profundo sepulcro para que las tormentas no
arrastren mis huesos a los valles;
cavad un sepulcro ancho, para que las sombras de la noche me acompañen.

Desvestidme y bajadme desnudo al corazón de la
madre tierra; y tendedme suavemente sobre el seno de la madre.
Cubridme de blanca tierra, y mezcladla
con semillas de jazmín, lirio y mirto; y cuando las flores
broten sobre mi tumba y se nutran de la savia de mi cuerpo
impregnarán el espacio con la fragancia de mi corazón;
y hasta revelarán al sol el secreto de mi paz;
y navegarán con la brisa y consolarán a los viajeros.

Dejadme entonces, amigos... dejadme y apartaos con pasos silenciosos
como cuando el silencio camina por el valle lejano;
dejadme solo y dispersaos lentamente, como las flores de los almendros
y los manzanos se dispersan con la brisa de Nisan.

Regresad a la alegría de vuestras casas, que allí encontraréis
lo que la muerte no puede quitaros ni quitarme.
Abandonad este sitio, porque lo que aquí veis ya se encuentra lejos, bien lejos
de este mundo. Dejadme ya.

Khalil Gibrán

El llamado del enamorado:

¿Dónde estás, amada mía? ¿Quizás en aquel pequeño
paraíso, regando las flores que te miran
como los bebés miran los pechos de sus madres?

¿O en tu aposento, donde el santuario de la
virtud ha sido erigido en tu honor y sobre
el que ofreciste mi corazón y mi alma en sacrificio?

¿O entre libros, buscando el saber humano,
mientras estás colmada de celestial sabiduría?
Oh compañera de mi alma, ¿dónde estás? ¿Acaso estás
orando en el templo? ¿O llamando a la naturaleza en los
campos, cielo de tus sueños?

¿Estás en las moradas de los pobres, consolando al
desdichado con la ternura de tu alma, y colmando
sus manos con tu bondad?
Eres por doquier el espíritu de Dios;
eres más resistente que los siglos.

¿Recuerdas el día en que nos conocimos, cuando el halo de
tu espíritu nos envolvía y los ángeles del amor
aleteaban alrededor, elevando plegarias a las acciones del alma?

¿Te acuerdas cuando nos sentamos a la sombra de las
ramas, guareciéndonos de la humanidad, como las costillas
protegen del daño al divino secreto del corazón?

¿Recuerdas los campos y los bosques que recorrimos, con las manos
entrelazadas, y nuestras cabezas reclinadas una contra la otra, como si
nos estuviéramos ocultando dentro de nosotros?

¿Acaso te acuerdas del momento en que me despedí de ti,
y del beso con que sellaste mis labios?
¡Aquel beso me enseñó que acercar los labios al amor
revela el celestial secreto que la lengua no puede pronunciar:
aquel beso fue la introducción a un gran suspiro,
como la exhalación del todopoderoso que hizo al hombre de la tierra.

Aquel suspiro me condujo al mundo espiritual,
anunciando la gloria de mi alma; y allí
se perpetuará hasta que de nuevo nos volvamos a ver.

Recuerdo cuando me besabas y me besabas,
con lágrimas surcándote el rostro, y dijiste:
"Los cuerpos terrenales a menudo deben separarse con fines terrenales,
y vivir separados por mandato de mundana intención.

Pero el espíritu permanece a salvo unido en las manos del
amor, hasta que llega la muerte y lleva las almas unidas a Dios.
Ve, amado mío; la vida te ha elegido su delegado;
obedécela, pues es la belleza que ofrece a su fiel
la copa de la calidez de la vida.

En cuanto a mis brazos vacíos, tu amor seguirá siendo mi
confortante novio; tu recuerdo, mi eterna boda."

¿Dónde estás ahora, mi otro yo? ¿Permaneces despierta en el
silencio de la noche? Deja que la límpida brisa te
lleve cada latido de mi corazón.

¿Dibujas mi rostro en el recuerdo? Esa imagen
ya no es la mía, pues la tristeza ha derramado su
sombra sobre el dichoso semblante del pasado.

Los sollozos han marchitado los ojos que reflejaban tu belleza
y han secado los labios que endulzabas con tus besos.

¿Dónde estás, amada mía? ¿Oyes mi llanto
desde el otro extremo del océano? ¿Comprendes mi necesidad?
¿Conoces la grandeza de mi paciencia?

¿Hay acaso algún espíritu en el aire capaz de
transportar el hálito de este agonizante? ¿Hay alguna
comunión secreta entre los ángeles que te lleve
mi queja?

¿Dónde estás, mi bello astro? Las tinieblas de la vida
me han arrojado a su seno; la tristeza me ha vencido.
Haz volar tu sonrisa en el aire; ¡me llegará y me hará revivir!
Exhala al aire tu fragancia; ¡me mantendrá vivo!

¿Dónde estás, amada mía?
Oh, ¡cuán grande es el amor!
¡Y cuán pequeño soy!

Khalil Gibrán

jueves, 14 de enero de 2016

Déjame, condenador mío:

Déjame, condenador mío,
por el bien del amor
que une tu alma con la
de tu amada;
por el bien de eso que
une al espíritu con el afecto
de una madre, y sujeta a tu
corazón con amor filial. Vete,
y déjame con mi propio
dolorido corazón.

Déjame navegar el océano de
mis sueños; espera hasta que venga el
mañana, que el mañana es libre de
hacer conmigo lo que le plazca. Tu
vuelo no es nada más que la sombra
que camina con el espíritu hacia
el sepulcro de la vergüenza, y le
muestra la fría y sólida tierra.

Tengo un pequeño corazón dentro de mí
y quiero sacarlo de
su prisión y traerlo hasta la
palma de mi mano para examinarlo
en profundidad y extraerle su secreto.

No le apuntes con tus flechas, para que no
se atemorice y desaparezca antes de
verter la sangre del secreto cual
sacrificio ante el altar de su
propia fe, concedida por la deidad
cuando lo dotó de amor y belleza.

El sol nace y el ruiseñor
canta, y el mirto
exhala su fragancia al espacio.
Quiero liberarme del
mullido sueño de la equivocación. No me
detengas, condenador mío.

No te me opongas mencionando los
leones de la selva o las
serpientes del valle, pues
mi alma no sabe temerle a la tierra y
no acepta advertencias del mal antes
de que el mal venga.

No me aconsejes, condenador mío, pues
las calamidades han abierto mi corazón y
las lágrimas han limpiado mis ojos, y los
errores me han enseñado el lenguaje
de los corazones.

No hables de destierro, pues la conciencia
es mi juez y me justificará
y me protegerá si soy inocente, y me
negará la vida si soy culpable.

La procesión del amor se pone en movimiento;
la belleza agita el estandarte;
la juventud toca las trompetas de la dicha;
no perturbes mi contrición, condenador mío.

Déjame andar, pues el sendero es pródigo
en rosas y mentas, y el aire
huele a limpio.

No relates historias de riqueza y
grandeza, pues mi corazón desborda
de bondad y se engrandece con la gloria de Dios.

No hables de pueblos y leyes y
reinos, pues toda la tierra es
mi lugar de nacimiento y todos los humanos son
mis hermanos.

Aléjate de mí, pues te estás llevando
el arrepentimiento que proviene de la luz
con fútiles palabras.

Khalil Gibrán

El canto del hombre:

He estado aquí desde el principio
y aquí estoy aún.
Y aquí me quedaré hasta el fin
del mundo, pues no hay
final para mi ser transido de dolor.

He vagado por el cielo infinito y
por el mundo ideal y
floté en el firmamento. Pero
aquí estoy, prisionero de la medición.

Escuché las enseñanzas de Confucio;
y la sabiduría de Brahma;
me senté junto a Buda bajo el Árbol de la Ciencia.
Sin embargo aquí estoy, existiendo con ignorancia
y herejía.

Estaba en el Sinaí cuando Jehová se aproximó a Moisés;
contemplé los milagros del Nazareno en el Jordán;
estaba en Medina cuando Mahoma la visitó.
Sin embargo aquí estoy, prisionero del desconcierto.

Luego fui testigo del poder de Babilonia;
supe de la gloria de Egipto;
vi la grandeza guerrera de Roma;
sin embargo mis primeras enseñanzas demostraron la
debilidad y la tristeza de tales logros.

Conversé con los magos de Ain Dour;
debatí con los sacerdotes de Asiria;
ahondé sobre los profetas de Palestina.
Sin embargo, aún busco la verdad.

Encontré sabiduría en la India apacible;
escruté la antigüedad de Arabia;
escuché todo lo que puede escucharse.
Sin embargo, mi corazón es sordo y ciego.

Padecí en manos de despóticos gobernantes;
padecía esclavo de insanos invasores;
padecía el hambre impuesto por los tiranos;
sin embargo, aún poseo un secreto poder
con el que lucho para saludar cada nuevo día.

Mi mente está colmada, pero mi corazón vacío;
mi sangre es añosa, pero mi corazón un infante.
Quizás en la juventud mi corazón crecerá, pero
ansío envejecer y alcanzar el momento de
mi retorno a Dios. ¡Sólo entonces mi corazón se saciará!

Estuve aquí desde el
principio, y aquí estoy aún. Y
aquí me quedaré hasta el fin
del mundo, pues no hay
final para mi ser transido de dolor.

Khalil Gibrán

Canto de amor:

Soy los ojos del amante y el vino del
espíritu y el alimento del corazón.
Soy una rosa. Mi corazón se abre al alba y
la virgen me besa y me acoge
en su seno.

Soy la morada de la verdadera fortuna y el
origen del placer y el comienzo
de la paz y la quietud. Soy la cálida
sonrisa de los labios de la belleza. Cuando la juventud
se apodera de mí olvida sus tareas, y toda su
vida se convierte en una realidad de dulces sueños.

Soy la exaltación del poeta,
la revelación del artista,
y la inspiración del músico.

Soy un altar sagrado en el corazón de un
niño, adorado por su madre misericordiosa,
me revelo al llanto del corazón; rehuyo la exigencia;
mi plenitud persigue los deseos del corazón;
me aparto del vacío clamor de la voz.

Me revelé a Adán a través de Eva,
y el exilio fue su destino;
pero me revelé a Salomón y él
se colmó de sabiduría con mi presencia.

Sonreí a Helena y ella destruyó Troya;
pero coroné a Cleopatra y la paz dominó
el valle del Nilo.

Soy como los años: construyen hoy
y destruyen mañana;
soy como un dios, que crea y derriba;
soy más tierno que el suspiro de la violeta;
soy más violento que la rugiente tempestad.

Sólo los obsequios no me seducen;
la partida no me descorazona;
la pobreza no me persigue;
los celos no prueban mi conciencia;
la locura no evidencia mi presencia.

Oh exploradores, soy la verdad implorando verdad;
y vuestra verdad explorándome y recibiéndome
y protegiéndome determinará mi comportamiento.

Khalil Gibrán

El canto de la flor:

Soy la afectuosa palabra pronunciada y repetida
por la voz de la naturaleza;
soy una estrella caída desde la
azul bóveda del cielo a la verde alfombra.
Soy la hija que los elementos
y el invierno han engendrado;
que la primavera ha dado a luz; fui
acunada en el regazo del verano y
dormí en el lecho del otoño.

Al alba me uno a la brisa
para anunciar la llegada de la luz;
al atardecer me uno a las aves
para despedir a la luz.

Las planicies están decoradas con
mis bellos colores, y el aire
está impregnado de mi fragancia.

Cuando rodeo al sueño los ojos de la
noche me observan, y al despertarme
miro el sol, ojo único del día.

Escancio rocío como si fuera vino, escucho
las voces de las aves y bailo
al rítmico vaivén de la hierba.

Soy el don del amante; soy la ira nupcial;
soy el recuerdo de un instante de felicidad;
soy el obsequio póstumo de los vivos a los muertos;
soy una parte de la dicha y una parte de la tristeza.

Pero miro hacia arriba para ver sólo la luz,
y nunca hacia abajo para ver la sombra.
Esta es la sabiduría que el hombre debe perseguir.

Khalil Gibrán

Canto del alma:

En lo profundo de mi alma hay
una canción sin palabras: una canción que reside
en la semilla de mi corazón.
Se resiste a mezclarse con la tinta del
pergamino; encierra mi cariño
en un hábito transparente y vuela,
pero no sobre mis labios.

¿Cómo puedo desearla? Temo que se
mezcle con el éter terreno;
¿A quién elevo las melodías que la ensalzan? Reside
en el territorio de mi alma, temerosa de los
toscos oídos.

Cuando contemplo mis ojos interiores
veo la sombra de su sombra;
cuando toco las yemas de mis manos
percibo sus vibraciones.
Las acciones de mis manos buscan su
presencia como un lago debe reflejar
las estrellas resplandecientes; mis lágrimas
la revelan, como las luminosas gotas de rocío
revelan el secreto de una rosa mustia.
Es un canto compuesto por la contemplación,
y publicado por el silencio,
y rehuido por el clamor,
y plegado por la verdad,
y repetido por los sueños
y comprendido por el amor,
y ocultado por el despertar,
y entonado por el alma.

Es el canto del amor;
¿Qué Caín o Esaú pueden entonar?
Es más fragante que el jazmín;
¿Qué ataduras pueden estremecerlo?

Está ligado al corazón, como el secreto de una virgen;
¿qué ataduras pueden estremecerlo?
¿Quién se atreve a amalgamar el rugido del mar
y el canto del ruiseñor?
¿Quién se atreve a comparar la rugiente tempestad
con el suspiro de un pequeño?
¿Quién se atreve a decir en voz alta las palabras
que el corazón debe pronunciar?
¿Qué humano se atreve a cantar con la voz
el canto de Dios?

Khalil Gibrán

El poeta:

El poeta es un puente entre este mundo y el venidero. Es un manantial de
aguas puras del que todas las almas sedientas pueden beber.

Es un árbol regado por el río de la belleza, dador
de los frutos que anhela el corazón hambriento;
es un ruiseñor, que alivia el espíritu
abatido con sus bellas melodías;
es una blanca nube que surge tras el horizonte,
que asciende y crece para colmar la faz del cielo.
Entonces cae sobre las flores en el territorio de la vida,
abriendo sus pétalos para que penetre la luz.

Es un ángel, enviado por las diosas para
predicar el evangelio de la deidad;
es una lámpara brillante, inconquistada por la oscuridad,

e inextinguible por el viento. Alimentada con
aceite por la Ishtar del amor, y encendida por el apolo de la música.

Es una silueta solitaria, ataviada con sencillez y
ternura; se sienta en el regazo de la naturaleza para
inspirarse, y se incorpora en el silencio de la noche,
aguardando el descenso del espíritu.

Es un campesino que siembra las semillas de su corazón en las
praderas del afecto, y la humanidad recoge la
cosecha para darle alimento.

Este es el poeta: a quien la gente ignora en esta vida,
y quien sólo es reconocido después de despedirse de esta
tierra y regresar a su árbol en el cielo.

Este es el poeta: quien no pide a la humanidad
nada más que una sonrisa.
Este es el poeta: cuyo espíritu asciende y
colma el firmamento de frases bellas;
sin embargo la gente se resiste a su esplendor.

¿Hasta cuándo la gente permanecerá dormida?
¿Hasta cuándo continuará glorificando a aquellos
que alcanzaron la grandeza con ventaja?
¿Por cuánto tiempo ignorará a aquellos que les permitieron
ver la belleza de su espíritu,
símbolo de la paz y el amor?
¿Hasta cuándo honrarán los seres humanos a los muertos
y olvidarán a los vivos que pasaron sus días
circundados de desdichas, y se consumieron
como velas encendidas para iluminar el camino
al ignorante y guiarlo por el sendero de la luz?

Poeta, tú eres la vida de esta vida, y tú has
derrotado a los siglos a pesar de su crueldad.
Poeta, algún día gobernarás los corazones, y
así tu reino no tendrá fin.
Poeta, examina tu corona de espinas; oculta
en ella hallarás un retoño de laurel.

Khalil Gibrán

El canto de la lluvia:

Soy las húmedas hebras de plata lanzadas del cielo
por los dioses. La naturaleza me lleva, para adornar
sus campos y valles.

Soy las bellas perlas, arrebatadas a la
corona de Ishtar por la hija del alba
para embellecer los jardines.

Cuando lloro las colinas ríen;
cuando estoy abatido las flores se regocijan;
cuando estoy agobiado, todo sonríe con alborozo.

El campo y la nube son amantes
y entre ellos soy el mensajero de la misericordia.
Sacia la sed de uno,
curo la dolencia del otro.

La voz del trueno proclama mi llegada;
el arco iris anuncia mi partida.

Soy como la vida terrena, que comienza a
los pies de los desencadenados elementos y culmina
en las elevadas alas de la muerte.

Emerjo del corazón del mar y
me remonto con la brisa. Cuando veo un campo en la
indigencia, desciendo y rodeo las flores y
los árboles en un millón de pequeñas caricias.

Golpeo suavemente las ventanas con mis
delicados dedos, y mi anuncio es una
canción de bienvenida. Todos pueden oírme, pero sólo
los sensibles me comprenden.

La calidez del aire me da a luz,
en cambio yo la opaco,
tal como la mujer derrota al hombre con
la fuerza que de él extrae.

Soy el suspiro del mar;
la risa de los campos;
las lágrimas del cielo.

Lo mismo que el amor:
suspiro desde el hondo mar del cariño;
río desde el vívido territorio del espíritu;
lloro desde el infinito cielo de los recuerdos.

Khalil Gibrán

El canto y la fortuna:

El hombre y yo somos amantes.
El me desea y yo suspiro por él,
pero ¡ay! entre nosotros ha surgido la
portadora de desdichas.
Es cruel y exigente,
poseedora de vacua seducción.
Su nombre es materia
nos sigue dondequiera que vayamos
y nos observa como un centinela, trayendo
desasosiego a mi amante.

Busco a mi amado en los bosques,
bajo los árboles, junto a los lagos.
No puedo hallarlo, pues la materia
lo ha impulsado hacia la clamorosa
ciudad y lo ha sentado en el trono
de las deslumbrantes, metálicas riquezas.

Lo llamo con la voz del
conocimiento y la canción de la sabiduría.
No me escucha, pues la materia
lo ha encerrado en el calabozo
del egoísmo, donde mora la avaricia.

Lo busco en los campos de la satisfacción,
pero estoy sola, pues mi rival me ha
encarcelado en la caverna de la glotonería
y la avidez, y allí me ha apresado
con dolorosas cadenas de oro.

Lo llamo al alba, cuando la naturaleza sonríe.
Pero él no oye, pues el exceso ha
desbordado sus embriagados ojos de enfermizo sueño.
Lo he entretenido al atardecer, cuando reina el silencio
y duermen las flores. Pero él no responde,
pues el temor de lo que traerá el amanecer
obnubila sus pensamientos.

Se esfuerza por amarme;
me busca en sus propios actos. Pero no
me hallará sino en los actos de Dios.

Me busca en los edificios de su gloria
cimentada sobre los huesos de otros;
me susurra desde
sus montañas de oro y plata;
pero sólo me hallará viniendo hasta
la morada de la simpleza construida por Dios
al borde del manantial del afecto.

Desea besarme ante sus arcas,
pero sus labios jamás rozarán los míos excepto
en la riqueza de la brisa pura.

Me pide que comparta con él su
fabulosa riqueza, pero yo no abandonaré la
fortuna de Dios; no me despojaré de mis bellos ropajes.

Busca al engaño como término medio; yo sólo busco
el centro de su corazón.
Hiere su corazón en la estrecha celda;
yo enriquecería su corazón con mi amor.
Mi amado ha aprendido a condolerse y a
llorar por mi enemiga, la materia; yo le
enseñaría a derramar lágrimas de amor.

Y a tener misericordia en los ojos del alma
por todas las cosas;
y a suspirar satisfecho con
esas lágrimas.

El hombre es mi amado;
a él quiero pertenecer.

Khalil Gibrán

El lugar donde juega la vida:

Una hora en pos de la belleza
y el amor merece un siglo entero de gloria,
concedido al poderoso por el débil asustado.

Desde aquella hora proviene la verdad del hombre; y
durante aquel siglo la verdad duerme en
los desasosegados brazos de inquietantes sueños.

En aquella hora el alma ve con sus ojos
la ley natural, y durante aquel siglo se
condena a sí mismo con la ley del hombre;
y es encadenada por la férrea opresión.

Aquella hora inspiró los Cantares
de Solomón, y aquel siglo fue el ciego
poder que destruyó el templo de Baalbek.

Aquella hora fue el nacimiento del Sermón de la
montaña, y aquel siglo hizo temblar los castillos de
palmira y la Torre de Babilonia.

Aquella hora fue la Hégira de Mahoma, y aquel
siglo olvidó a Alá, el Gólgota y el Sinaí.
Una hora dedicada a condolerse y lamentarse de
la igualdad arrebatada a los débiles es más noble que un
siglo pleno de avidez y codicia.
Fue aquella hora la que vio al corazón
henchido de pesares,
iluminado por la antorcha del amor.
Y desde ese siglo, las ansias de verdad
están sepultadas en el seno de la tierra.
Aquella hora es la raíz que debe revivir.
Aquella hora es la hora de la contemplación,
la hora de la meditación, la hora de la
oración, y la hora de la nueva era del bien.
Y aquel siglo es la vida de Nerón desperdiciada
en investiduras tomadas tan sólo de la
materia terrena.
Así es la vida.
Representada en escenarios durante eras;
registrada en la tierra durante siglos;
inexplorada durante años;
cantada como himno durante días,
enaltecida sólo por una hora; pero esa
hora es una gema preciosa de la eternidad.

Khalil Gibrán

El canto del mar:

La sólida playa es mi amada
y yo su amante.
Nos une el amor, pero
la luna me aparta celosa de ella.
Me acerco presuroso y me resisto a
alejarme, despidiéndome con un
pequeño y tenaz adiós.

Me revelo con rapidez tras el
horizonte azul, derramando mi espuma
de plata sobre sus arenas de oro
transformándonos en una fulgurante amalgama.

Aplaco su sed y sumerjo su
corazón; ella suaviza mi voz y atempera
mi ánimo.
Al alba susurro reglas del amor en
sus oídos, y ella me abraza con ternura.

Al atardecer entono la melodía de la
esperanza, y luego cubro su rostro de
suaves besos; soy temible y veloz, mas ella
es calma, paciente y reflexiva. En su
vasto seno se aplaca mi impaciencia.
A cada reflujo de la marea nos acariciamos
a cada flujo me hinco a sus pies en oración.

Muchas veces he danzado en torno a las sirenas
que surgían de las profundidades y se recostaban
sobre las crestas de mis olas a contemplar las estrellas;
muchas veces he escuchado a los enamorados renegar
de su pequeñez, y los he ayudado a suspirar.

Muchas veces he herido a las grandes rocas
y las he calmado con una sonrisa, pero nunca
me prodigaron sus risas;
muchas veces he salvado almas que se ahogaban
y llevado tiernamente hasta mi amada
playa. Ella le insufla fuerzas así como
agota las mías.

Muchas veces he robado gemas de las
profundidades para ofrecerlas a mi
amada playa. Ella las toma en silencio, y yo
soy feliz pues siempre sale a recibirme.

En la noche informe, cuando todas las
criaturas persiguen el espectro del sueño, yo
me incorporo, canto un momento y
suspiro después. Siempre estoy despierto.

¡Ay! ¡La vigilia ha sorbido mis fuerzas!
Pero soy un enamorado, y es fuerte la
verdad del amor,
puedo fatigarme, mas nunca moriré.

Khalil Gibrán

¡Apiádate de mi corazón, alma mía!

¿Por qué lloras, Alma mía?
¿Acaso desconoces mis flaquezas?
Tus lágrimas me asaetan con sus puntas,
pues no sé cuál es mi error.
¿Hasta cuándo he de gemir?
Nada tengo sino palabras humanas
para interpretar tus sueños,
tus deseos, y tus dictados.

Contémplame, Alma mía; he
consumido días enteros observando
tus enseñanzas. ¡Piensa en todo
lo que sufro! Siguiéndote mi
vida se ha disipado.

Mi corazón se ha glorificado en el
trono, pero ahora no es más que un esclavo;
la paciencia era mi compañera, mas
ahora se ha vuelto en mi contra;
la juventud era mi esperanza, mas
ahora desaprueba mi abandono.

¿Por qué eres tan acuciante, Alma mía?
He rehusado el placer
y he abandonado la dicha de la vida
en pos del camino que tú
me has obligado a recorrer.
Sé justa conmigo, o llama a la Muerte
para que se desencadene,
pues la justicia es tu virtud.

Apiádate de mi corazón, Alma mía.
Tanto Amor has vertido sobre mí que
ya no puedo con mi carga. Tú y el
Amor son un poder inseparable; la Materia
y yo somos una debilidad inseparable.
¿Cesará alguna vez el combate
entre el débil y el poderoso?

Apiádate de mí, Alma mía.
Me has mostrado la Fortuna
inalcanzable. Tú y la Fortuna moran
en la cumbre de las montañas; la desdicha y yo
estamos juntos y abandonados en lo profundo
del valle. ¿Se unirán alguna vez
el valle y la montaña?

Apiádate de mí, Alma mía.
Me has mostrado la Belleza y luego
la has ocultado. Tú y la Belleza moran
en la luz, la ignorancia y yo
somos uno en la oscuridad. ¿Invadirá
la luz alguna vez las tinieblas?

Tu deleite llega con el fin,
y ahora te revelas anticipadamente;
mas este cuerpo sufre por la vida
mientras vive.
Esto es, Alma mía, el desconcierto.

Presurosa huyes hacia la Eternidad,
mas este cuerpo fluye lento hacia
el fin. Tú no lo esperas,
y él no puede apresurarse.
Esto es, Alma mía, la tristeza.

Te elevas raudamente, por el mandato
de los cielos, mas este cuerpo se desploma
por la ley de gravedad. No lo consuelas
y él no te quiere.
Esto es, Alma mía, la desdicha.

Eres rica en sabiduría, mas este
cuerpo es pobre en comprensión.
Tú no te arriesgas
y él no puede obedecer.
Esto es, Alma mía, el límite de la desesperación.

En el silencio de la noche visitas
al enamorado y gozas con la dulzura
de su presencia. Este cuerpo será por siempre
la amarga víctima de la esperanza y la separación.
Esto es, Alma mía, la tortura despiadada.
¡Apiádate de mí, Alma mía!

Khalil Gibrán