sábado, 28 de noviembre de 2015

Contra la primera campaña de «Cerco y aniquilamiento»:

Diez mil árboles otoñales,
cielo de hielo.
El furor de los soldados celestes
se eleva hasta las estrellas.
Escondidos en la neblina
las mil cumbres de Longgang.
Se oye, a coro, gritar:
«La vanguardia ha capturado a Zhang Huzain».

Todavía doscientos mil soldados en el Gan,
el humo hace torbellinos con el viento,
toca casi el cielo.
A la llamada se alzan millones
de obreros y campesinos
a luchar con un solo corazón.
Al pie del monte Buzhou
un alborotar de banderas rojas.

Mao Tse-Tung

martes, 24 de noviembre de 2015

De Tingzhou a Changsha:

En junio los soldados celestes
atacan al pútrido mal,
con cuerda larga de diez mil pies
amarrarán al leviathan y al roc.
A orillas del Gan
un ángulo de tierra ha enrojecido,
los soldados han permitido
que lo ocupase Huang Gonglue.

Un millón de obreros y campesinos
saltan todos de alegría,
conquistado el Jiangxi
como se enrolla una estera
atacan derechos sobre Xiang y E.
El canto grave de la Internacional
violento huracán, para mí, del cielo.

Mao Tse-Tung

Camino de Guangchang:

El ancho cielo está completamente blanco,
el ejército avanza en la nieve,
situación cada vez más difícil.
Por encima de las cabezas, altas montañas,
al otro lado del gran desfiladero
el viento agita las banderas rojas.

¿Adónde lleva este camino?
Al río Gan
confuso entre el viento y la nieve.
Ayer fue dada la orden:
diez mil obreros y campesinos
descienden sobre Ji'an.

Mao Tse-Tung

Año nuevo:

Ninghua, Qingliu, Guihua,
Estrecho sendero,
denso ramaje,
jugoso musgo.
¿Adónde nos dirigimos, hoy?
Al mismo pie del monte Wuyi.
Al pie del monte,
al pie del monte,
al viento la bandera roja
se despliega como un dibujo.

Mao Tse-Tung

El Doble Yang:

El hombre envejece fácilmente,
el cielo difícilmente envejece,
cada año vuelve el Doble Yang.
Hoy, de nuevo el Doble Yang,
el perfume en el campo de batalla
de las flores amarillas.

Cada año, a su tiempo,
el fuerte viento del otoño,
esplendor diverso de la primavera.
Superior al esplendor de la primavera,
inmensidad del río y del cielo,
diez mil millas de hielo.

Mao Tse-Tung

La guerra entre Jiang y los Gui:

Un viento imprevisto
agita las nubes,
los señores de la guerra
presentan todavía batalla,
se difunde el odio.
El sueño: y todavía está amarillo el mijo.

La bandera roja
ha cruzado el río Ting
desciende firme sobre Longyan y Shanghang.
Limpia una parte
del cáliz de oro,
trabajo de verdad;
redistribuir tierras y campos.

Mao Tse-Tung

viernes, 20 de noviembre de 2015

Jinggangshan:

Al pie del monte se ven
estandartes y banderas,
en la cima del monte
el cuerno responde al tambor.
El ejército enemigo nos rodea,
diez mil y mil más,
nosotros permanecemos inmóviles.

Una selva de fortificaciones
ha sido ya preparada,
la voluntad de las masas
es muralla todavía más firme.
Desde Huangyannjie trna el cañón,
anuncia que el ejército enemigo
ha huido en la oscuridad de la noche.

Mao Tse-Tung

La torre de la grulla amarilla:

Anchurosos, anchurosos los Nueve Afluentes
se deslizan por toda China,
profunda, profunda una línea
une al sur con el norte.
Verdes verdes, confusos
entre la niebla y la lluvia,
Tortuga y Serpiente
estrechan el Gran Río.

La Grulla Amarilla
¿quién sabe adónde ha ido?
Torre en ruinas
cita de turistas.
Vierto una copa de vino
en la corriente impetuosa,
la marea de mi corazón
crece como sus olas.

Mao Tse-Tung

Estuve aquí con tantos compañeros:

¡Estuve aquí con tantos compañeros!
Recuerdo los viejos tiempos pasados,
años exaltantes, meses densos.
Estudiantes con talento,
jóvenes de edad,
temperamento exuberante,
fanfarroneábamos con celo de escolares
rectos e inflexibles.
Sañalábamos
los montes y los ríos de nuestra tierra,
criticábamos y alabábamos nuestros escritos,
execrábamos de los nobles y los poderosos del momento.
¿No te acuerdas?
Llegados al centro de la corriente
golpeábamos el agua,
y la ola venía a detenerse
contra la barca veloz.

Mao Tse-Tung

Changsha:

Solitario estoy en el frío otoño.
Desde el extremo de la Isla de los Naranjos
se pierde en el Norte el río Xiang.
Por todos lados veo montes escarlata,
estrato por estrado
se tiñe todo el bosque.

Sobre la tersa agua verdiazul del río
cien barcas luchan contra la corriente.
Hienden el vasto cielo las águilas,
los peces oscilan en las aguas poco profundas,
en el cielo de cristal
todos los seres se emulan libres.
Deprimido por esta inmensidad,
pregunto al azul sin límites
y a la gran tierra:
¿quién gobierna los destinos del mundo?

Mao Tse-Tung

Eterna sombra:

Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

Miguel Hernández

El niño de la noche:

Riéndose, burlándose con claridad del día,
se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
No quise más luz. ¿Para qué? No saldría
más de aquellos silenciosos y aquellas lobregueces.

Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
al centro de la esfera de todo lo que existe.
Quise llevar la risa como lo más hermoso.
He muerto sonriendo serenamente triste.

Niño dos veces niño: tres veces venidero.
Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre.
Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero
salir donde la luz su gran tristeza encuentre.

Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre.
En una sensitiva sombra de transparencia,
en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.

Vientre: carne central de todo lo existente.
Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.
Noche final en cuya profundidad se siente
la voz de las raíces y el soplo de la altura.

Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
Mi cuerpo en una densa constelación gravita.
El universo agolpa su errante resonancia
allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.

Mirar, y ver en torno la soledad, el monte,
el mar, por la ventana de un corazón entero
que ayer se acongojaba de no ser horizonte
abierto a un mundo menos mudable y pasajero.

Acumular la piedra y el niño para nada:
para vivir sin alas y oscuramente un día.
Pirámide de sal temible y limitada,
sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.

Mas, algo me ha empujado desesperadamente.
Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado.
Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.

Miguel Hernández

Muerte nupcial:

El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
este lienzo de ahora sobre madera aún verde,
flota como la tierra, se sume en la besana
donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.

Pasar por unos ojos como por un desierto:
como por dos ciudades que ni un amor contienen.
Mirada que va y vuelve sin haber descubierto
el corazón a nadie, que todos las enarenen.

Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.
Se descubrieron mudos entre las dos miradas.
Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,
y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.

Cuanto más se miraban más se hallaban: más hondos
se veían, más lejos, más en uno fundidos.
El corazón se puso, y el mundo, más redondo.
Atravesaba el lecho la patria de los nidos.

Entonces, el anhelo creciente, la distancia
que ya de hueso a hueso recorrida y unida,
al aspirar del todo la imperiosa fragancia,
proyectamos los cuerpos más allá de la vida.

Espiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!
¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,
desplegados los ojos hacia arriba un momento,
y al momento hacia abajo con los ojos plegados!

Pero no moriremos. Fue tan cálidamente
consumada la vida como el sol, su mirada.
No es posible perdernos. Somos plena simiente.
Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.

Miguel Hernández

Vuelo:

Sólo quien ama vuela. Pero quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero, ¿quién ama? Volar... Pero, ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir; apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.

Miguel Hernández

Sonreír con la alegre tristeza del olivo:

Sonreír con la alegre tristeza del olivo.
Esperar. No cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos. Doremos la luz de cada día
en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

Me siento cada día más libres y más cautivo
en toda esta sonrisa tan clara y tan sombría.
Cruzan las tempestades sobre tu boca fría
como sobre la mía que aún es un soplo estivo.

Una sonrisa se alza sobre el abismo: crece
como un abismo trémulo, pero valiente en alas.
Una sonrisa eleva calientemente el vuelo.

Diurna, firme, arriba, no baja, no anochece.
Todo lo desafíais, amor: todo lo escalas.
Con sonrisa te fuiste de la tierra y del cielo.

Miguel Hernández

Después del amor:

No pudimos ser. La tierra
no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro.
En lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda su instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.

El amor, pálido y solo.

Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.

Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
triste por toda la tierra.
Triste desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.

Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.

Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.

Cuerpo como un mar voraz,
entrechocando, furioso.

Solitariamente atados
por el amor, por el odio.
Por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.

En el corazón arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin compaña quedan
como en el agua, en el fondo.

Sólo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompaña y hace ir
igual que el cuello a los hombros.

Sólo una voz me arrebata
este armazón espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.

Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el corazón permanece
fresco en su cárcel de agosto
porque esa voz es el arma
más tierna de los arroyos:

«Miguel: me acuerdo de ti
después del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sueño amoroso.»

Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.

Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.

Miguel Hernández

Llueve:

Llueve. Los ojos se ahondan
buscando tus ojos: esos
dos ojos que se alejaron
a la sombra cuenca adentro.

Mirada con horizontes
cálidos y fondos tiernos,
íntimamente alentada
por un sol de íntimo fuego
que era en las pestañas negra
coronación de los sueños.

Mirada negra y dorada,
hecha de dardos directos,
signo de un alma en lo alto
de todo lo verdadero.

Ojos que se han consumado
infinitamente abiertos
hacia el saber que vivir
es llevar la luz a un centro.

Llueve como si llorara
raudales un ojo inmenso,
un ojo gris, desangrado,
pisoteado en el cielo.
Llueve sobre tus dos ojos
negros, negros, negros, negros,
y llueve como si el agua
verdes quisiera volverlos.

Pero sus arcos prosiguen
alejándose y hundiendo
negrura frutal en todo
el corazón de lo negro.

¿Volverán a florecer?

Si a través de tantos cuerpos
que ya combaten la flor
renovaran su ascua... Pero
seguirán bajo la lluvia
para siempre mustios, secos.

Miguel Hernández

Cerca del agua te quiero llevar:

Cerca del agua te quiero llevar,
porque tu arrullo trasciendan del mar.

Cerca del agua te quiero tener,
porque te aliente su vívido ser.

Cerca del agua te quiero sentir,
porque la espuma te enseñe a reír.

Cerca del agua te quiero, mujer,
ver, abarcar, fecundar, conocer.

Cerca del agua perdida del mar,
que no se puede perder ni encontrar.

Miguel Hernández

El sol, la rosa y el niño:

El sol, la rosa y el niño
flores de un día que nacieron.
Los de cada día son
soles, flores, niños nuevos.

Mañana no seré yo:
otro será el verdadero.
Y no seré más allá
de quien quiera su recuerdo.

Flor de un día es lo más grande
al pie de lo más pequeño.
Flor de la luz el relámpago,
y flor del instante el tiempo.

Entre las flores te fuiste.
Entre las flores me quedo.

Miguel Hernández

Como la higuera joven:

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.

Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.

Miguel Hernández

El cementerio está cerca:

El cementerio está cerca
de donde tú y yo dormimos,
entre nopales azules,
pitas azules y niños
que gritan vívidamente
si un muerto nubla el camino.

De aquí al cementerio, todo
es azul, dorado, límpido.
Cuatro pasos, y los muertos.
Cuatro pasos, y los vivos.

Límpido, azul y dorado,
se hace allí remoto el hijo.

Miguel Hernández

jueves, 19 de noviembre de 2015

No quiso ser:

No conoció el encuentro
del hombre y la mujer.
El amoroso vello
no pudo florecer.

Detuvo sus sentidos
negándose a saber
y descendieron diáfanos
ante el amanecer.

Vio turbio su mañana
y se quedó en su ayer.

No quiso ser.

Miguel Hernández

Fue una alegría de una sola vez:

Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.

Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer
más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena ante los mares.

Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.

Miguel Hernández

Era un hoyo no muy hondo:

Era un hoyo no muy hondo.
Casi en la flor de la sombra.
No hubiera cabido un hombre
dentro de su tierra angosta.
Él cupo: para su cuerpo
aún quedó anchura de sobra,
y no la quiso llenar
más que la tierra que arrojan.

En la casa había enarcado
la felicidad sus bóvedas.

Dentro de la casa había
siempre una luz victoriosa.
La casa va siendo un hoyo.

Yo no quisiera que toda
aquella luz se alejara
vencida desde la alcoba.

Pero cuando llueve, siento
que el resplandor se desploma,
y reverdecen los muebles
despintados por las gotas.
Memorias de la alegría,
cenizas latentes, doran
alguna vez las paredes
plenas de la triste historia.

Pero la casa no es,
no puede ser, otra cosa
que un ataúd con ventanas,
con puertas hacia la aurora;
golondrinas fuera, y dentro
arcos que se desmoronan.

En la casa falta un cuerpo
que aleteaban las alondras.
La alegría entre nosotros
es una ráfaga torva.

En la casa falta un cuerpo
que en la tierra se desborda.

Miguel Hernández

Rueda que irás muy lejos:

Rueda que irás muy lejos.
Ala que irás muy alto.

Torre del día, niño.
Alborear del pájaro.

Niño: ala, rueda, torre.
Pie. Pluma. Espuma. Rayo.
Ser como nunca ser.
Nunca serás en tanto.

Eres mañana. Ven
con todo de la mano.
Eres mi ser que vuelve
hacia su ser más claro.
El universo eres
que guía esperanzado.

Pasión del movimiento,
la tierra es tu caballo.
Cabalga. Domínala.
Y brotará en su casco
su piel de vida y muerte,
de sombra y luz piafando.
Asciende. Rueda. Vuela,
creador de alba y mayo.
Galopa. Ven. Y colma
el fondo de mis brazos.

Miguel Hernández

A la Luna venidera:

A la luna venidera
te acostarás a parir
y tu vientre irradiará
la claridad sobre mí.

Alborada de tu vientre,
cada vez más claro en sí,
esclareciendo los pozos,
anocheciendo el marfil.

A la luna venidera
el mundo se vuelve a abrir.

Miguel Hernández

¿Qué pasa?

¿Qué pasa?
Rencor por tu mundo,
amor por mi casa.

¿Qué sueña?
El tiro en tu monte,
y el beso en mis eras.

¿Qué viene?
Para ti una sola,
para mí dos muertes.

Miguel Hernández

Rumorosas pestañas:

Rumorosas pestañas
de los cañaverales.

Cayendo sobre el sueño
del hombre hasta dejarle
el pecho apaciguado
y la cabeza suave.

Ahogad la voz del arma,
que no despierte y salte
con el cuchillo de odio
que entre sus dientes late.
Así, dormido, el hombre
toda la tierra vale.

Miguel Hernández

Besarse, mujer:

Besarse, mujer,
al sol, es besarnos
en toda la vida.
Asciende los labios,
eléctricamente
vibrantes de rayos,
con todo el furor
de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,
mujer, es besarnos
en toda la muerte:
descienden los labios,
con toda la luna
pidiendo su ocaso,
del labio de arriba,
del labio de abajo,
gastada y helada
y en cuatro pedazos.

Miguel Hernández

No puedo olvidar:

No puedo olvidar
que no tengo alas,
que no tengo mar,
vereda ni nada
con que irte a besar.

Miguel Hernández

Enterrado me veo:

Enterrado me veo,
crucificado
en la cruz y en el hoyo
del desengaño:
qué mala luna
me ha empujado a quererte
como a ninguna.

Miguel Hernández

¿De qué adoleció...:

¿De qué adoleció
la mujer aquélla?
Del mal peor:
del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

¿De qué murió
la mujer aquélla?
Del mal peor:
del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

Miguel Hernández

En el fondo del hombre:

En el fondo del hombre,
agua removida.

En el agua más clara,
quiero ver la vida.

En el fondo del hombre,
agua removida.

En el agua más clara,
sombra sin salida.

En el fondo del hombre,
agua removida.

Miguel Hernández

Si nosotros viviéramos:

Si nosotros viviéramos
lo que la rosa, con su intensidad,
el profundo perfume de los cuerpos
sería mucho más.

¡Ay, breve vida intensa
de un día de rosales secular,
pasaste por la casa
igual, igual, igual,
que un meteoro herido, perfumado
de hermosura y verdad.

La huella que has dejado es un abismo
con ruinas de rosal
donde un perfume que no cesa hace
que vayan nuestros cuerpos más allá.

Miguel Hernández

Todas las casas son ojos:

Todas las casas son ojos
que resplandecen y acechan.

Todas las casas son bocas
que escupen, muerden y besan.

Todas las casas son brazos
que se empujan y se estrechan.

De todas las casas salen
soplor de sombra y de selva.

En todas hay un clamor
de sangres insatisfechas.

Y a un grito todas las casas
se asaltan y se despueblan.

Y a un grito todas se aplacan,
y se fecundan, y esperan.

Miguel Hernández

Ausencia en todo veo:

Ausencia en todo veo:
tus ojos la reflejan.

Ausencia en todo escucho:
tu voz a tiempo suena.

Ausencia en todo aspiro:
tu aliento huele a hierba.

Ausencia en todo toco:
tu cuerpo se despuebla.

Ausencia en todo siento.
Ausencia, ausencia, ausencia.

Miguel Hernández

Llegó con tres heridas:

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Miguel Hernández

El mar también elige:

El mar también elige
puertos donde reír
como los marineros.

El mar de los que son.

El mar también elige
puertos donde morir.
Como los marineros.

El mar de los que fueron.

Miguel Hernández

El tren de los heridos:

Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

Silencio.

Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.

Silencio.

El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón, la tierra,
el corazón de los que malhirieron.

Silencio.

Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastro de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.

Silencio.

Ronco tren desmayado, enrojecido:
agoniza el carbón, suspira el humo,
y maternal la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.

Silencio.

Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.

Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.

Silencio.

Detener ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.

Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento.

Miguel Hernández

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Llamo al toro de España:

Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate de todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.

Despiértate.

Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.

Levántate.

Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.

Esgrímete.

Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.

Desencadénate.

Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.

Yérguete.

No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.

Víbrate.

No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.

Revuélvete.

Es como si quisieran quitar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.

Truénate.

No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escabar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.

Abalánzate.

Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.

Revuélvete.

Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.

Atorbellínate.

De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.

Sálvate.

Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.

Sálvate.

Miguel Hernández

Canción primera:

Se ha retirado el campo
al ver abalanzarse
crispadamente al hombre.

¡Qué abismo entre el olivo
y el hombre se descubre!

El animal que canta:
el animal que puede
llorar y echar raíces,
rememoró sus garras.

Garras que revestía
de suavidad y flores,
pero que, al fin, desnuda
en toda su crueldad.

Crepitan en mis manos.
Aparta de ellas, hijo.

Estoy dispuesto a hundirlas,
dispuesto a proyectarlas
sobre tu carne leve.

He regresado al tigre.
Aparta, o te destrozo.

Hoy el amor es muerte,
y el hombre acecha al hombre.

Miguel Hernández

Juramento de la alegría:

Sobre la roja España blanca y roja,
blanca y fosforescente,
una historia de polvo se deshoja,
irrumpe un sol unánime, batiente.

Es un pleno de abriles,
una primaveral caballería,
que inunda de galopes los perfiles
de España: es el ejército del sol, de la alegría.

Desaparece la tristeza, el día
devorador, el marchitado tallo,
cuando, avasalladora llamarada,
galopa la alegría en un caballo
igual que una bandera desbocada.

A su paso se paran los relojes,
las abejas, los niños se alborotan,
los vientres son más fértiles, más profusas las trojes,
saltan las piedras, los lagartos trotan.

Se hacen las carreteras de diamantes,
el horizonte lo perturban mieses
y otras visiones relampagueantes,
y se sienten frelices los cipreses.

Avanza la alegría derrumbando montañas
y las bocas avanzan como escudos.
Se levanta la risa, se caen las telarañas
ante el chorro potente de los dientes desnudos.

La alegría es un huerto del corazón con mares
que a los hombres invaden de rugidos,
que a las mujeres muerden los collares
y a la piel de relámpagos transidos.

Alegraos por fin los carcomidos,
los desplomados bajo la tristeza:
salid de los vivientes ataúdes,
sacad de entre las piernas la cabeza,
caed en la alegría como grandes taludes.

Alegres animales,
la cabra, el gamo, el potro, las yeguadas,
se desposan delante de los hombres contentos.
Y paren las mujeres lanzando carcajadas,
desplegando su carne firmamentos.

Todo son jubilosos juramentos.
Cigarras, viñas, gallos incendiados,
los árboles del Sur: naranjos y nopales,
higueras y palmeras y granados,
y encima el mediodía curtiendo cereales.

Se despedaza el agua en los zarzales:
las lágrimas no arrasan,
no duelen las espinas ni las flechas.
Y se grita ¡Salud! a todos los que pasan
con la boca anegada de cosechas.

Tiene el mundo otra cara. Se acerca lo remoto
en una muchedumbre de bocas y de brazos.
Se ve la muerte como un mueble roto,
como una blanca silla hecha pedazos.

Salí del llanto, me encontré en España,
en una plaza de hombres de fuego imperativo.
Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña...
Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.

Miguel Hernández

El sudor:

En el mar halla el agua su paraíso ansiado
y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje.
El sudor es un árbol desbordante y salado,
un voraz oleaje.

Llega desde la edad del mundo más remota
a ofrecer a la tierra su copa sacudida,
a sustentar la sed y la sal gota a gota,
a iluminar la vida.

Hijo del movimiento, primo del sol, hermano
de la lágrima, deja rodando por las eras,
del abril al octubre, del invierno al verano,
áureas enredaderas.

Cuando los campesinos van por la madrugada
a favor de la esteva removiendo el reposo,
se visten una blusa silenciosa y dorada
de sudor silencioso.

Vestidura de oro de los trabajadores,
adorno de las manos como de las pupilas.
Por la atmósfera esparce sus fecundos olores
una lluvia de axilas.

El sabor de la tierra se enriquece y madura:
caen los copos del llanto laborioso y oliente,
maná de los varones y de la agricultura,
bebida de mi frente.

Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos
en el ocio sin brazos, sin música, sin poros,
no usaréis la corona de los poros abiertos
ni el poder de los toros.

Viviréis maloliendo, moriréis apagados:
la encendida hermosura reside en los talones
de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados
como constelaciones.

Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:
que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,
con sus lentos diluvios, os hará transparentes,
venturosos, iguales.

Miguel Hernández

Las manos:

Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
saltan, y desembocan sobre la luz herida
a golpes, a zarpazos.

La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
hombres de mi simiente.

Ante la aurora veo surgir las manos puras
de los trabajadores terrestres y marinos,
como una primavera de alegres dentaduras,
de dedos matutinos.

Endurecidamente pobladas de sudores,
retumbantes las venas desde las uñas rotas,
constelan los espacios de andamios y clamores,
relámpagos y gotas.

Conducen herrerías, azadas y telares,
muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.

Estas sonoras manos oscuras y lucientes
las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.

Como si con los astros el polvo peleara,
como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con tras manos.

Feroces y reunidas en un bando sangriento
avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívida y avariento,
paisaje de asesinos.

No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.

Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.

Orgullo de puñales, arma de bombardeos
con un cáliz, un crimen y un muerto en cada una:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.

¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará menos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.

Las laboriosas manos de los trabajadores
caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.

Miguel Hernández

El niño yuntero:

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Miguel Hernández

Elegía primera (A Federico García Lorca):

Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.

Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada
amasada con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.

Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.

¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.

Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera s u poma
elegirá tus huesos un manzano.

Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivas y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidos de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que el calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panaderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.

Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.

Miguel Hernández

Sonreídme:

Vengo muy satisfecho de librarme
de la serpiente de las múltiples cúpulas,
la serpiente escamada de casullas y cálices:
su cola puso acíbar en mi boca, sus anillos verdugos
reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón.
Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos,
de aquella boda gloria: sonreídme.
Sonreídme, que voy
adonde estáis vosotros, los de siempre,
los que cubrís de espigas y racimos la boca del que nos escupe,
los que conmigo en surcos, andamios, fraguas y hornos,
os arrancáis la corona del sudor a diario.

Me libré de los templos: sonreídme,
donde me consumía con tristeza de lámpara
encerrado en el poco aire de los sagrarios.
Salté al monte de donde procedo,
a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre,
a vuestra compañía de relativo barro.
Agrupo mi hambre, mis penas y estas cicatrices
que llevo de tratar piedras y hachas,
a vuestras hambres, vuestras penas y vuestra herrada carne,
porque para calmar nuestra desesperación de toros castigados
habremos de agruparnos oceánicamente.
Nubes tempestuosas de herramientas
para un cielo de manos vengativas
nos es preciso. Ya relampaguean
las hachas y las hoces con su metal crispado,
ya truenan los martillos y los mazos
sobre los pensamientos de los que nos han hecho
burros de carga y bueyes de labor.
Salta el capitalista de su cochino lujo,
huyen los arzobispos de sus mitras obscenas,
los notarios y los registradores de la propiedad
caen aplastados bajo furiosos protocolos,
los curas se deciden a ser hombres,
y abierta ya la jaula donde actúa de león
queda el oro en la más espantosa miseria.

En vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose,
quiero ver a la cólera tirándoos de las cejas,
la cólera me nubla todas las cosas dentro del corazón
sintiendo el martillazo del hambre en el ombligo,
viendo a mi hermana helarse mientras lava la ropa,
viendo a mi madre siempre en ayuno forzoso,
viéndoos en este estado capaz de impacientar
a los mismos corderos que jamás se impacientan.

Habrá que ver la tierra estercolada
con las injustas sangres,
habrá que ver la media vuelta fiera de la hoz ajustándose a las nucas,
habrá que verlo todo noblemente impasibles,
habrá que hacerlo todo sufriendo un poco menos de lo que ahora sufrimos bajo el hambre,
que nos hace alargar los inocentes manos animales
hacia el robo y el crimen salvadores.

Miguel Hernández

Relación que dedico a mi amiga Delia:

¡Qué suavidad de lirio acariciado
en tu delicadeza de lavandera de objetos de cristal,
Delia, con tu cintura hecha para el anillo
con los tallos de hinojo más apuestos,
Delia, la de la pierna edificada con liebres perseguidas,
Delia, la de los ojos boquiabiertos
del mismo gesto y garbo de las erales cabras!
En tu ternura hallan su origen los cogollos,
tu ternura es capaz de abrazar a los cardos
y en ella veo un agua que pasa y no se altera
entre orillas ariscas de zarza y tauromaquia.
Tu cabeza de espiga se vence hacia los lados
con un desmayo de oro cansado de abundar
y se yergue relampagueando trigo por todas partes.
Tienes por lengua arropes agrupados,
por labios nivelados terciopelos,
tu voz pasa a través de un mineral racimo
y, una vez cada año, de una iracunda, pero dulce colmena.

***

No encontraréis a Delia si no muy repartida como el pan de los pobres
detrás de una ventana besable: su sonrisa,
queriendo apaciguar la cólera del fuego,
domar el alma rústica de la herradura y el pedernal.

Ahí estás respirando plumas como los nidos
y ofreciendo unos dedos de afectuosa lana.

Miguel Hernández

Oda entre sangre y vino (A Pablo Neruda)

Para cantar ¡qué rama terminante,
qué espeso aparte de escogida selva,
qué nido de botellas, pez y mimbres,
con qué sensibles ecos, la taberna!

Hay un rumor de fuente vigorosa
que yo me sé, que tú, sin un secreto,
con espumas creadas por los vasos
y el ansia de brotar y prodigarse.

En este aquí más íntimo que un alma,
más cárdeno que un beso del invierno,
con vocación de púrpura y sagrario,
en este aquí te cito y te congrego,
de este aquí deleitoso te rodeo.

De corazón cargado, no de espaldas,
con una comitiva de sonrisas
llegas entre apariencias de océano
que ha perdido sus olas y sus peces
a fuerza de entregarlos a la red y a la playa.

Con la boca cubierta de raíces
que se adhieren al beso como ciempieses fieros,
pasas ante paredes que chorrean
capas de cardenales y arzobispos,
y mieras, arropías, humedades
que solicitan tu asistencia de árbol
para darte el valor de la dulzura.

Yo que he tenido siempre dos orígenes
un antes de la leche en mi cabeza
y un presente de ubres en mis manos;
yo que llevo cubierta de montes la memoria
y de tierra vinícola la cara,
esta cara de surco articulado:
yo quisiera siempre, siempre, siempre,
habitar donde habitan los collares:
en un fondo de mar o en un cuello de hembra,
oigo tu voz, tu propia caracola,
tu cencerro dispuesto a ser guitarra,
tu trompa de novillo destetado,
tu cuerpo de sollozo invariable.

Viene a tu voz el vino episcopal,
alhaja de los besos y los vasos
informado de risas y solsticios,
y malogrando llantos y suicidios,
moviendo un rabo lleno de rubor y relámpagos,
nos relame, buey bueno, nos circunda
de lenguas tintas, de efusivo oriámbar,
barriles, cubas, cántaros, tinajas,
caracolas crecidas de cadera
sensibles a la música y al golpe,
y una líquida pólvora nos alumbra y nos mora,
y entonces le decimos al ruiseñor que beba
y su lengua será más fervorosa.

Órganos liquidados, tórtolas y calandrias
exprimidas y labios desjugados;
imperios de granadas informales,
toros, sexos y esquilas derretidos,
desembocan temblando en nuestros dientes
e incorporan sus altos privilegios
con toda propiedad a nuestra sangre.

De nuestra sangre ahora surten crestas,
espolones, cerezas y amarantos;
nuestra sangre de sol sobre la trilla
vibra martillos, alimenta fraguas,
besos inculca, fríos aniquila,
ríos por desbravar, potros esgrime
y espira por los ojos, los dedos y las piernas
toradas desmandadas, chivos locos.

Corros en ascuas de irritadas siestas,
cuando todo tumbado es tregua y horizonte
menos la sangre siempre esbelda y laboriosa,
nos introducen en su atmósfera agrícola:
racimos asaltados por avispas coléricas
y abejorros tañidos; racimos revolcados
en esas delicadas polvaredas
que hacen en su alboroto mariposas y lunas;
culebras que se elevan y silban sometidas
a un régimen de luz dictatorial;
chicharras que conceden por sus élitros
aeroplanos, torrentes, cuchillos afilándose,
chicharras que anticipan la madurez del higo,
libran cohetes, elaboran sueños,
trenzas de esparto, flechas de insistencia
y un diluvio de furia universal.

Yo te veo entre vinos minerales
resucitando condes, desenterrando amadas,
recomendando al sueño pellejos cabeceros,
recomendables ubres múltiples de pezones,
con una sencillez de bueyes que sestean.
Cantas, sangras y cantas; te pones a sangrar
y no son suficientes tus heridas
ni el vientre todo tallo donde tu sangre cuaja.
Cantas, sangres y cantas.
Sangras y te ensimismas
como un cordero cuando pace o sueña.
Y miras más allá de los allases
con las venas cargadas de mujeres y barcos,
mostrando en cada parte de tus miembros
la bipartida huella de una boda,
la más dulce pezuña que ha pisado,
mientras estás sangrando al compás de los grifos.

A la vuelta de ti, mientras cantas y estragas
como una catarata que ha pasado
por entrañas de aceros y mercurios,
en tanto que demuestras desangrándote
lo puro que es soltar las riendas a las venas,
y veo entre nosotros coincidencias de barro,
referencias de ríos que dan vértigo y miedo
porque son destructoras, casi rayos,
sus corrientes que todo lo arrebatan;
a la vuelta de ti, a la del vino,
millones de rebeldes al vino y a la sangre
que miran boquiamargos, cejiserios,
se van del sexo al cielo, santos tristes,
negándole a las venas y a las viñas
su desembocadura natural:
la entrepierna, la boca, la canción,
cuando la vida pasa con las tetas al aire.
Alrededor de ti y el vino, Pablo,
todo es chicharra loca de frotarse,
de darse a la canción y a los solsticios
hasta callar de pronto hecha pedazos,
besos de pura cepa, brazos que han comprendido
su destino de anillo de pulsera: abrazar.

Luego te callas, pesas con tu gesto de hondero
que ha librado la piedra y la ha dejado
cuajada en un lucero persuasivo,
y vendimiando inconsolables lluvias,
procurando alegría y equilibrio,
te encomiendas al alba y las esquinas
donde describes letras y serpientes
con tu palma de orín inacabable,
te arrancas las raíces que te nacen
en todo lo que tocas y contemplas
y sales a una tierra bajo la cual existen
yacimientos de cuernos, toreros y tricornios.

Miguel Hernández

jueves, 12 de noviembre de 2015

Por qué reí esta noche:

¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz lo dice;
ningún dios ni demonio de severa respuesta
se digna replicar desde cielo o infierno.
Así, a mi corazón humano me dirijo:

¡Corazón! Tú y yo estamos aquí tristes y solos;
escúchame: ¿por qué reí? ¡Oh dolor mortal!
¡Oh tiniebla, tiniebla! Siempre habré de gemir
interrogando a Cielo, Infierno y Corazón.

¿Por qué reí? Este plazo de ser que se me ha dado
lleva mi fantasía a sus más altas dichas;
pero acabar querría hoy mismo, a medianoche,

viendo rotas las claras banderas de este mundo:
verso, fama y belleza son mucho, ciertamente,
pero la muerte es más: el premio de la vida.

John Keats

Al sueño:

Suave embalsamador en calma medianoche,
que cierras, con benignos y cuidadosos dedos
nuestros ojos, contentos de lo oscuro, entre frondas
contra la luz, en sombra, con olvido divino:

oh suave Sueño, cierra, si te parece, en medio
de este tu himno, mis dóciles ojos, si no es que aguardas
al «amén», a que te traiga tu adormidera en torno
de mi cama su arrullo caritativo: entonces,

sálvame, o si no, el día pasado brillará
en mi almohada, engendrando muchos dolores; sálvame
de la conciencia, siempre curiosa, que dirige

su fuerza a la tiniebla, como un topo horadando;
gira, diestro, la llave en su engrasado cierre
y sella el acallado ataúd de mi Alma.

John Keats

Si una semana fuese una era:

Si una semana fuese una era, y sintiéramos
un adiós y un reencuentro cordial cada semana:
entonces sólo un año sería un millar de años,
con calor en la cara siempre de bienvenida;

entonces viviríamos larga vida en muy poco
espacio, y a sí mismo se aboliría el tiempo,
y así un viajo de un día en neblina de olvido
se alargaría para servir a nuestro goce.

¡Oh llegar cada lunes de la India, de mañana!
¡Oh desembarcar cada martes del rico Oriente!
¡En poco tiempo unir gran multitud de gozos

y mantener las almas en un jadeo eterno!
Esta mañana, amigo, y la tarde de ayer
a albergar me enseñaron tan feliz pensamiento.

John Keats

Cuando siento temores:

Cuando siento temores de acabar de existir
antes de que mi pluma espigue mi inventiva
y de que altos montones de libros en sus tipos
guarden, ricos graneros, mi grano bien maduro;

cuando observo en la faz de la noche estrellada,
en nubes, vastos símbolos de sublime aventura,
y pienso que quizá no viva hasta rastrear
sus sombras, con la mágica mano de lo azaroso;

y cuando siento, hermosa criatura de un momento,
que jamás volveré a mirarte otra vez,
jamás a deleitarme en la mágica fuerza

del amor sin pensar..., entonces, a la orilla
del anchuroso mundo, me yergo solo, y pienso,
hasta que Amor y Fama se abisman en la nada.

John Keats

Después que oscuros hálitos

Después que oscuros hálitos gravaron nuestros llanos
una larga y temible temporada, hay un día,
hijo del dulce Sur, que limpia y que se lleva
todas las feas manchas de los cielos enfermos.

El angustiado mes, libre de sus dolores,
se hace mayo, y recobra sus derechos perdidos:
los párpados se alegran con el frescor que pasa,
tal pétalos de rosa con lluvias de verano.

Tranquilos pensamientos nos ciñen: como de hojas
con yemas; o de frutas madurando; otoñales
soles sonriendo sobre gavillas vespertinas;

dulce rostro de Safo; sonriente niño en sueños;
la arena, paulatina, por un reloj fluyendo;
un arroyo de bosque; la muerte de un poeta.

John Keats

Sobre la cigarra y el grillo:

No muere la poesía de la tierra jamás:
cuando todas las aves desmayan de calor
ocultándose en frescos ramajes, una voz
corre de seto en seto el prado ya segado:

es la de la cigarra, hecha la voz cantante
del lujo del estío; no agota su placer,
pues cuando se fatiga de divertirse así,
descansa a gusto bajo alguna grata hierba.

No cesa la poesía de la tierra jamás:
en la noche de invierno solitaria, acallada
por la escarcha en silencio, desde la chimenea

brota el canto del grillo, con más y más ardor,
y al que, medio perdido, dormita, le parece
el son de la cigarra entre lomas de hierba.

John Keats

Quien largo tiempo estuvo

Quien largo tiempo estuvo recluso en la ciudad
se llena de dulzura al ver la abierta cara
del cielo; al exhalar una oración de lleno
lanzada a la sonrisa del azul firmamento.

¿Quién más feliz que cuando, de corazón alegre,
fatigado, se tiende en un grato escondite
entre hierba ondulante al viento, y allí lee
algún suave relato de amor y languidez?

Al regresar a casa, al ocaso, escuchando
el son de Filomena, con la mirada puesta
en la clara carrerra de nubes en deriva,

lamenta que tan pronto se haya escapado el día,
igual que se desliza una lágrima de ángel
cayendo por el claro éter calladamente.

John Keats

Vivas llamitas juegan:

Vivas llamitas juegan por los nuevos carbones,
y sus leves crujidos, sobre nuestro silencio,
son susurros de dioses domésticos que guardan
un imperio amoroso de fraternales almas.

Y mientras busco rimas dando vueltas al mundo,
vuestros ojos se fijan, como en poético sueño,
en el haber de cuentos, tan profundo y variado,
que compadece nuestro cuidado al fin del día.

Hoy es tu cumpleaños, Tom, y yo estoy contento
de ver que pasa así, suave y tranquilamente.
¡Ojalá muchas noches de suaves susurros

podamos pasar juntos, y con calma gustemos
los goces verdaderos -hasta que la gran voz
del alto rostro mande volar a nuestras almas!

John Keats

Oh soledad:

¡Oh soledad! si tengo que residir contigo,
no sea entre el montón confuso de edificios
destartalados: trepa conmigo por lo abrupto,
hacia el observatorio de la Naturaleza,

donde el arroyo en flores, con su cristal crecido,
es sólo un trecho: déjame observar tus vigilias
bajo un dosel de ramas, donde el ciervo, brincando,
espanta a la silvestre abeja en su campánula.

Pero aunque en paz contigo seguiré estas escenas,
la conversación dulce de una mente inocente
cuyas palabras sean imágenes de ideas

refinadas, complace a mi alma: y debe ser
la más alta ventura de la humanidad cuando
huyen a tu refugio dos ánimos gemelos.

John Keats

Oh cuántos bardos:

¡Oh cuántos bardos doran los transcursos del tiempo!
Algunos de ellos siempre nutrieron mi encantada
fantasía: solía meditar sus bellezas,
a veces terrenales, y sublimes a veces;

ahora con frecuencia, al sentarme a rimar,
irrumpen en tropel delante de mi mente,
pero sin producir confusión ni agitado
estrépido: es un grato resonar en repique,

tal los muchos sonidos que almacena el ocaso:
el canto de los pájaros; las hojas en sus roces;
las voces de las aguas; la campana volcándose

con resonar solemne, y otros, innumerables,
que la distancia priva de reconocimiento,
dan una grata música, no un estrépito loco.

John Keats

Himno a la belleza intelectual:

I

La abrumadora sombra de algún Poder no visto
entre nosotros flota, aun sin verse: visita
este variado mundo con alas tan cambiantes
como vientos de estío que van de flor en flor;
como rayo de luna tras la lluvia entre pinos,
visita con mirada inconstante, asomando
a cada corazón humano, a cada rostro;
como las armonías y matices de ocaso,
como nubes dispersas en la luz estelar,
como recuerdo de una música que escapó,
como cuanto podría amarse por su gracia
y aún más por su misterio.

II

Alma de la Belleza, que consagras así
con tus olores todo aquello en que refulges
de forma o pensamiento humano, ¿a dónde has ido?
¿Por qué desapareces y dejas nuestro ser,
este valle de lágrimas, borroso y desolado?
Pregunta por qué el sol no teje para siempre
un arco iris encima de ese río de monte,
por qué sueños y miedo, y muerte y nacimiento
lanzan sobre la luz del día de esta tierra
tal tiniebla; ¿por qué es tan capaz el hombre
para el amor y el odio, esperanza y hastío?

III

Ninguna voz de un mundo más sublime jamás
ha dado esas respuestas al sabio o al poeta,
y, por tanto, los nombres de Espíritu, Demonio
y Cielo son recuerdos sólo de un vano empeño,
frágiles dichos cuyo encanto pronunciado
no cabe separar de cuanto se oye y ve,
la duda y el azar, la mutabilidad.
Sola tu luz: neblina por montes empujada,
o música que envía el viento de la noche
a través de las cuerdas de un callado instrumento,
o la luz de la luna en un río nocturno,
al sueño inquieto de esta vida, es verdad y gracia.

IV

Amor, estima propia, esperanza: se van
y vienen como nubes, y en préstamo fugaz
como si el hombre fuera inmortal, poderoso,
tú, la desconocida y temible, en su espíritu
te estableces en firme con tu gloriosa escolta.
¡Oh tú, la mensajera de esos entendimientos
que crecen y descienden en los ojos que se aman,
tú que das alimento al pensamiento humano,
como la oscuridad a una llama que muere!
No te marches de aquí como llegó tu sombra,
no te marches, no sea que vaya a ser la tumba,
como el miedo y la vida, una realidad negra.

V

Muchacho aún, buscaba espíritus, corriendo
por ámbitos que oían, por cavernas y ruinas,
y bosques estrellados, persiguiendo con miedo
esperanzas de un alto conversar con los muertos.
Palabras venenosas grité, con que se nutre
nuestra juventud: no me oyeron, no les vi,
mientras que meditaba la suerte de esta vida
en ese dulce tiempo en que el viento corteja
todas las cosas vivas que despiertan trayendo
noticias sobre pájaros y sobre floraciones:
de repente, tu sombra cayó sobre mí: ¡di
un grito y apreté en éxtasis mis manos!

VI

Entonces hice voto de consagrar mis fuerzas
a ti y lo tuyo: ¿acaso no lo cumplí? Con ojos
llenos y corazón apresurado, ahora
a los fantasmas llamo de mil horas, cada uno
de su tumba sin voz: en visionarias frondas
de celo cuidadoso o de placer de amor
tras la envidiosa noche, han velado conmigo:
saben que nunca el gozo iluminó mi frente
sin tener la esperanza de que liberarías
al mundo de su oscura esclavitud; que tú,
oh abrumadora gracia amable, donarías
todo lo que no pueden expresar las palabras.

VII

El día se va haciendo más solemne y sereno
después del mediodía; una armonía crece
en otoño, y un brillo en el cielo, que nunca
se escuchó ni se vio a través del verano,
¡como si no pudiera ser, y no hubiera sido!
Así haz que tu poder, que, como la verdad
de la naturaleza en mi niñez pasiva,
descendió, proporcione a mi vida interior
su calma -para mí, para éste que te adora
y adora toda forma que te contiene a ti,
a quien, hermoso Espíritu, ligaron tus conjuros
a temerse y a amar a la humanidad toda.

Percy Bysshe Shelley

La pregunta:

Soñé que al caminar, extraviado,
se trocaba el invierno en primavera,
y el alma me llevó su olor mezclado
con el claro sonar de la ribera.
En su borde de césped sombreado
vi una zarza que osaba, prisionera,
la otra orilla alcanzar con una rama,
como suele en sus sueños el que ama.

Allí la leve anémona y violeta
brotaban, y estelares margaritas
constelando la hierba nunca quieta;
campánulas azules; velloritas
que apenas rompen su mansión secreta
al crecer; y narciso de infinitas
gotas desfallecido, que del viento
la música acompasa y movimiento.

Y en la tibia ribera la eglantina,
la madreselva verde y la lunada;
los cerezos en flor; la copa fina
del lirio, hasta los bordes derramada;
las rosas; y la hiedra que camina
entre sus propias ramas enlazada;
y azules o sombrías, áureas, rosas,
flores que nadie corta tan hermosas.

Mas cerca de la orilla que temblaba
la espadaña su nieve enrojecía,
y entre líquida juncia se doblaba.
El lánguido nenúfar parecía
como un rayo de luna que se pasaba
entre los robles verdes, y moría
junto a esas cañas de verdor tan fino,
que el alma pulsan con rumor divino.

Pensé que de estas flores visionarias
cortaba un verde ramo, entretejido
con sus juntas bellezas y contrarias,
para guardar las horas que he vivido,
las horas y las flores solitarias,
en mi mano infantil, igual que un nido.
Me apresuré a volver. Mis labios: «¡Ten
estas flores!», dijeron. Pero ¿a quién?

Percy Bysshe Shelley

Ozymandias:

Encontré un viajero de comarcas remotas,
que me dijo: «Dos piernas de granito, sin tronco,
yacen en el desierto. Cerca en la arena, rotas,
las facciones de un rostro duermen... El ceño bronco,

el labio contraído por el desdén, el gesto
imperativo y tenso, del escultor conservan
la penetrante fuerza que al esculpir ha puesto
en su mano la burla del alma que preservan.

Estas palabras solas el pedestal conmina:
"Me llamo Ozimandias, rey de reyes. ¡Aprende
en mi obra, oh poderoso, y al verla desespera!"

Nada más permanece. Y en torno a la ruina
del colosal naufragio, sin límites, se extiende
la arena lisa y sola que en el principio era.»

Percy Bysshe Shelley

Oda al cielo:

Coro de Espíritus

PRIMER ESPÍRITU

¡Oh techumbre sin nubes del palacio
de la noche! ¡Dorado paraíso
de la luz! ¡Silencioso y vasto espacio
que hoy como ayer relumbras!... ¡Cuanto quiso
el alma y cuanto quiere en ti descansa;
el presente y pasado de la eterna
edad del hombre eres! ¡Lumbre mansa
de su templo y hogar! ¡Cámara interna
de su gran soledad! ¡Bóveda oscura
y dosel sempiterno y transparente
del porvenir, que teje su futura
edad desde la sombra del presente!

Formas gloriosas viven de tu vida
la tierra y la terrena muchedumbre;
las vivientes esferas donde anida
la luz, como la nieve en una cumbre;
la hondura del abismo y el desierto;
las verdes orbes que te surcan suaves;
y los astros que van cual surco abierto
en la espuma del mar tras de las naves;
la helada luna deslumbrada y fría;
y, más allá de tu nocturno velo,
los soles poderosos de alegría
abren su intensa luz a todo el cielo.

¡Como el del mismo Dios tu nombre suena,
oh cielo! En tu mansión secreta habita
la Potencia divina que lo llena,
y es el cristal en donde ve infinita
el hombre su mortal naturaleza.
Una tras otra las generaciones
se arrodillan al pie de tu belleza,
y te brindan, aladas, sus canciones.
Sus efímeros dioses y ellos mismos
pasan igual que un río cuando crece
sin un eco dejar en tus abismos.
Pero tu luz eterna permanece.

SEGUNDO ESPÍRITU

No eres sino la cámara primera
del espíritu: en ti pasó su infancia;
y trepó como verde enredadera
a ti su fantasía y su fragancia.
¡Cual débiles insectos que una cueva
de áureas estalactitas llenan, leves,
habitaron en ti; y a ti los lleva
la muerte donde un mundo nuevo mueves
de delicias, que harán tus pobres glorias
palidecer, y parecer pequeño
tu asiento, y sin enjundia tus memorias,
como la sombra inmaterial de un sueño!

TERCER ESPÍRITU

¡Paz! ¡El desdén del cielo en ti se goza
al ver tu presunción, átomo ciego!
¿Qué es el azul que tu mirada roza?
¿Quién eres tú para heredar el fuego
de su ámbito vacío? ¿Qué son Marte,
y Sirio, y las estrellas cuyo vuelo
el alma misma de que formas parte
conduce por las órbitas del cielo?
¡Son gotas nada más que el poderoso
corazón de la fiel naturaleza
vierte en venas de luz y de reposo!
No tornes, para verlas, la cabeza.

¿Qué es el cielo? ¡Un volumen de rocío
llenando hasta los bordes de la mañana,
y abriendo de delicia y dulce frío
el verde seno de la flor temprana,
que en un mundo reciente se despierta
de constelados soles y de intacta 
gracia, que vuela de su tallo abierta
por su órbita infinita y siempre exacta!
¡En tan frágil esfera está encerrado
el cielo innumerable que palpita
de estrellas; y su efímero reinado
brilla trémulamente y se marchita!

Percy Bysshe Shelley

Mont Blanc:

I

La eternidad, que fluye cual la savia en las rosas,
pasa a través del alma y arrastra el oleaje
del universo en ondas tristes o luminosas,
que copian la nostalgia de su eterno viaje;

y van hasta la fuente secreta donde brota
el pensamiento humano, sonoro de delicia,
¡oh manantial sin dueño que apenas una gota
desborda dulcemente si el aire le acaricia!

Como el murmullo leve de un arroyo de plata
se silencia en el bosque salvaje, en la alta sierra,
que asorda poderosa, la vasta catarata,
y el viento en el hayedo que el corazón aterra;

así se apaga el leve fluir de la conciencia
humana, cuando, llena de soledad, escala
la cima donde junta la nieve su inocencia
y delira entre rocas el agua que resbala.

II

¡Oh torrente del Arve, oscura y honda sima
transida de colores y poblada de ecos;
valle de abetos verdes que caen desde la cima
debajo de las nubes, entre los montes huecos!

¡Oh escena solitaria, trágicamente bella,
por donde rueda el Arve, que encarna el misterioso
espíritu del monte que en la nieve sin huella
alza su oculto trono de paz y de reposo!

¡Oh río que en la viva roca te abres camino;
y a través de los valles, desde la limpia cumbre,
te desatas lo mismo que un relámpago alpino
que cruza la tormenta con su espada de lumbre!

Así pasas, ¡oh río!, bajo los pinos verdes
que entre las rocas cuelgan reciamente agarrados,
como arcaicos gigantes que acaso tú recuerdes
haber visto en la infancia de los tiempos pasados.

Los vientos desalados en ellos se recrean;
y los olores beben de su verdor sonoro;
y escuchan de sus ramas la música; y menean
sus hojas silenciosas, que suenan como un coro.

Igual que el arco iris tras la lluvia en el cielo,
la espuma del torrente teje un velo delgado,
y esculpe la cascada la piedra con su vuelo:
la eternidad se escucha cuando todo ha callado;

y un misterioso sueño hace dormir al eco
en las hondas cavernas de donde el Arve arranca
su profundo sonido, como un chasquido seco
que va de cumbre en cumbre sobre la nieve blanca.

¡Tú eres el incesante caminar y la senda
de esta música vaga que jamás se detiene!
¡Empapado de vértigo soy tu propia leyenda,
y si te miro, un soplo divino hasta mí viene!

¡Y parece al mirarte que el corazón te inventa
y tu imagen sustancia de humana fantasía!
¡Mi ser se comunica con el Poder que alienta
en tus hondas entrañas, y su vida es la mía!

¡Mil pensamientos cruzan tu soledad umbría,
y flotan o se posan cual huéspedes divinos
en la dormida gruta que habita mi Poesía,
como un hada que pulsa su lira entre los pinos!

¡Mil pensamientos buscan entre las sombras quietas
fantasmas y visiones de tu callado abismo!...
Pero el viento se lleva sus figuras secretas,
y tú, en cambio, perduras eternamente el mismo.

III

Dicen que resplandores de otro remoto mundo
visitan nuestras almas al dormir; que la muerte
es un sueño habitado, y un vivir más profundo
que nos mantiene en vela para que Dios despierte.

Alzo al cielo los ojos: ¿qué alada omnipotencia
tras el velo se oculta de la muerte y la vida?
¿Sueño acaso y el mundo es sólo una apariencia
que en círculos de magia se abre al alma dormida?

¡El espíritu mismo se desmaya y destierra
como una nube arrastrada por la fuerza del viento,
que cruza los abismos y hermosamente yerra
hasta hacerse invisible como mi pensamiento!

Allá lejos, muy lejos, coronando de cielo
su serenada nieve, se yergue el Monte Blanco;
su quietud infinita se alza como un anhelo
imperial sobre el pasmo del callado barranco;

sus montañas feudales le rinden pleitesía;
rocas de extrañas formas y cimas que modela
la nieve; valles hondos donde nunca entre el día;
glaciares y congostos donde la luz se hiela;

precipicios azules como el cielo glorioso,
que tuerce entre los valles al nivel de las crestas;
todo en torno a tu mole se agrupa silencioso,
dominado y vencido por tus cumbres enhiestas.

¡Oh desierto que sólo la tempestad habita,
y en donde arroja el águila los triturados huesos
del cazador; y el lobo, tras de su huella escrita
en la nieve, aúlla al fondo de los bosques espesos!

¡Cuánto horror amontona tu soledad desnuda!
¡Oh piedra atormentada y espectral cataclismo!
¡Como un planeta en ruinas cubre la nieve muda
la sombra desolada del cielo y del abismo!

¿Jugó un titán contigo? ¿Te bañaste en la aurora
del mundo? ¿Un mar llameante cubrió tu virgen nieve?
Nadie responde. Todo parece eterno ahora;
y el alma, poco a poco, como una flro se embebe.

El desierto nos habla con misterioso acento;
y una trágica duda, cual roedor gusano,
socava la conciencia donde tienen su asiento
la soledad del hombre y el desamparado humano;

pero una fe más dulce, más serena, más alta,
nos reconcilia y hace creer en la belleza;
en las cosas hermosas; en el amor que exalta
y despeirta en el hombre su dormida pureza.

¡Tu música, oh montaña, descifra la armonía
del corazón, que late ya más puro que antes;
a las almas egregias brindas tu compañía,
y sus conciencias tornas puras como diamantes!

IV

Los lagos y campiñas; los bosques y el rocío;
el mar; y cuantas cosas vivas en el mundo encierra
en su hondo laberinto; la lluvia; el ancho río;
el lívido relámpago que hace temblar la tierra;

los altos vendavales: la feble somnolencia
que en la estación propicia visita a las ocultas
flores; el sueño en vela que teje la inocencia
invisible y futura de las rosas adultas;

el abrirse en el vuelo de su infancia sin peso
que la delgada rama estremece, y sonroja
el compacto sigilo de su color ileso,
como una cosa eterna que luego se deshoja;

las obras y caminos del hombre; cuanto nace
y acaba; caunto es suyo o puede serlo un día;
cuanto alienta y se mueve y con dolor se hace;
todo muere y revive por infinita vía.

Mas tú habitas aparte, serenado, tranquilo;
remoto, inaccesible Poder; trono de calma;
fragmento de planeta rodeado de sigilo,
donde a soñar aprende su eternidad el alma.

Como vastas culebras que vigilan su presa,
los heleros se arrastran desde el viejo granito
donde una nieve virgen y eternamente ilesa
defiende las fronteras de su reino infinito.

Para despecho y mofa del hombre, el sol y el hielo
han alzado mil torres en su quietud augusta,
y prodigiosamente han almenado el cielo
de la ciudad que duerme sobre la cumbra adusta.

¡Oh ciudad de la muerte silenciosa y torreada
de luz! ¡Oh fiel muralla de hielo inexpugnable!
¡No, ciudad, no!: corriente de muerte desbordada
que arrastra desde el cielo su ruina innumerable.

¡Oh perpetuo sonido de su rodar! ¡Oh abetos
arrancados de cuajo y arrollados cual briznas;
y rotos pinos verdes que en sus ramajes quietos
aún guardan un perfume de calladas lloviznas!

¡Corroída por el tiempo, como del hombre el pecho
por el dolor, la roca, múltiple y despeñada
desde el glaciar remoto, poco a poco ha deshecho
los lindes entre el mundo de la vida y la nada!

¡El reino donde habitan el bruto, la gacela,
los mínimos insectos, la hierba verde, el rojo
pechirrojo dorado que en primavera vuela;
todo a sus plantas yace y es estéril despojo!

Huye el hombre transido de terror; su morada
y su labor son humo desvanecido; rueda
lejos su estirpe, que es al azar llevada
cual flota en la tormenta remota polvareda.

Allá abajo relumbran anchas grutas, de donde
raudos torrentes brotan que su tumulto frío
juntan, y verde espuma que aparece y se esconde
entre secretas peidras hasta formar un río.

¡Y su augusto silencio va sonando a los mares
y atravesando tierras desde la nieve viva;
y en sus aguas se duermen paisajes y pinares,
mientras la espuma corre cual cierva fugitiva!...

V

Todavía relumbra Mont Blanc en la distancia,
afirmando en la tierra su imperial fortaleza
y majestad: luz múltiple; múltiple resonancia;
y mucha muerte y vida dentro de su belleza.

En la penumbra quieta de las noches sin luna,
o en el fulgor absorto del día, cae la nieve
sobre la excelsa cumbra: su soledad ninguna
presencia humana rompe, ni su silencio leve.

Nadie la ve o escucha. Ni cuando el sol retira
su luz y copo a copo la cumbre palidece;
ni en la callada noche que en el silencio gira
y en las estrellas limpias hermosamente crece.

Los vientos se combaten en silencio, empujando
la nieve con su aliento veloz y poderoso;
¡pero siempre en silencio!, y al volar agrupando
los copos en montones de blancor silencioso.

Sobre estas soledades donde nace y habita
el relámpago pasa sin voz, y su sonido
inocente resbala por la cumbre infinita
como niebla que flota sobre el valle dormido.

Te anima, ¡oh cumbre sola!, la Fuerza, la escondida
Fuerza del universo, que el alma humana llena,
y que a su ley eterna mantiene sometida
la anchura de los cielos que en silencio suena.

Mas ¿dónde tu ribera, tu porvenir, en dónde;
y el del mar y las rocas y las altas estrellas,
si tras el sueño humano la soledad no esconde
más que un rumor vacío y un desierto sin huellas?

Percy Bysshe Shelley

domingo, 8 de noviembre de 2015

Vida Humana (Sobre la negación de la inmortalidad):

Si dejamos de ser al morir: si lo oscuro
total devora el breve destello de la vida
para siempre, el destino nuestro es el de las ráfagas
del verano, con súbito nacimiento y final,
cuyo sonido y cuyo movimiento no sólo
expresan, sino son su ser, sin nada más.
Si el aliento es la Vida misma, y no su tarea
y su tienda; si un alma cual la de Milton puede
conocer qué es morir: ¡oh tú el hombre!, bajel
sin destino, que nadie mueve con su intención,
aunque colmena extraña de zánganos, zumbante
de espectrales propósitos; tú, excedente y rebose
de la temible acción de la Naturaleza,
que, mientras observaba, un recipiente casi
concluido, despacio, retirándose, en pausa
pensativa, formó con sus manos inquietas
sin darse cuenta; ¡tú, accidente vacío,
anomalía de la nada! Si tu estado
es así, sin raíces, sin sustencia, ve, y pesa
tus sueños, y que estén tus miedos y esperanzas
en el otro platillo. Tus lágrimas y risas
no significan nada en ellas mismas sólo,
más apta cada cual para crear y para
ser pago de la otra. ¿Por qué se regocija
tu corazón con gozo hueco por un bien hueco?
¿Por qué esconder tu rostro en capucha de luto?
¿Por qué desperdiciar tus suspiros, tus quejas,
Imagen de una Imagen, Espectro de un Fantasma
espectral; que una cosa como tú sienta frío
o calor? Porque ¿cuál, de dónde es tu ganancia,
si sólo ahorras esas sombras, que nada cuestan,
de tu yo todo sombra? ¡Puedes estar alegre,
o triste, o nada de eso; pretender o evitar!
¡Tú no tienes motivo! No lo puedes tener:
la esencia de tu ser es la contradicción.

Samuel Taylor Coleridge

Abatimiento: una oda

Ayer, muy tarde, vi a la Luna nueva
llevar la Luna vieja entre sus brazos,
y me temo, me temo, Amo querido,
que tengamos una mortal tormenta.

Balada de Sir Patrick Spence

I

¡Bien! Si el Bardo era bueno en predecir el tiempo,
el que hizo la balada vieja de Patrick Spence,
 esta noche, tranquila ahora, no se irá
sin que la agiten vientos, que están más ocupados
que aquellos en su nube, en copos perezosos,
o el leve aura en sollozos que gime y se despeina
en las cuerdas  del arpa eólica, que fuera
mejor que se callara.
Pues ved la luna nueva con claridad de invierno,
toda ella recubierta de una luz fantasmal
(de flotante fulgor fantasmal toda envuelta,
pero con cerco en torno, de unas hebras plateadas);
en su regazo veo así a la Luna vieja
prediciendo la lluvia y una tormenta en rachas.
¡Y ojalá que ahora mismo la ráfaga se hinchara
y el oblicuo aguacero nocturno resonase!
Tales sones que tanto me elevaron, a un tiempo,
infundiéndome un ánimo de respeto, y enviando
mi alma hacia lo lejano, quizá ahora podrían
dar su impulso de siempre; ¡podrían agitar
esta pena en sopor, moviéndola a vivir!

II

Dolor sin un espasmo, vacío, oscuro, grave,
sofocado dolor, aturdido, impasible,
sin hallar desahogo ni alivio natural
en palabra, o susprio, o lágrima —¡oh Señora!—,
en este estado de ánimo, macilento y sin vida,
seducido por ese tordo hacia otros pensares,
toda esta larga tarde, tan calma y perfumada,
ha estado contemplando el cielo de poniente
con ese peculiar matiz verde amarillo:
y contemplando sigo ¡con qué ojos tan sin nada!
Las altas nubecillas, en cúmulos y líneas,
que revelan y entregan su marcha a las estrellas;
las estrellas que brillan entre ellas o detrás,
ya chispeantes, ya tenues, pero siempre visibles:
esa luna en creciente, fija, como creciendo
en su lago de azul, sin nubes, sin estrellas:
esas cosas las veo tan claras, tan hermosas,
las veo, pero no siento qué bellas son.

III

El ánimo jovial me falla: ¿cómo pueden
estas cosas servirme para elevar del pecho
el peso que me ahoga?
Intento vano fuera,
aun poniendo los ojos para siempre
en aquella luz verde demorada a poniente;
yo no puedo esperar obtener de las cosas
exteriores pasión y vida, si sus fuentes
están dentro de mí.

IV

¡Señora! recibimos tan sólo lo que damos
y la Naturaleza en nuestra vida sólo
vive: ¡es nuestro su manto de boda y su mortaja!
Si algo queremos ver de más alta valía
que lo que nuestro frío e inanimado mundo
concede a la infeliz gente ansiosa y no amada,
ah, desde el alma misma habrían de brotar
una luz, una gloria, una nube brillante
que envolviera la Tierra:
y desde el alma misma debería surgir
una voz fuerte y dulce, nacida de ella misma,
¡la vida, el elemento de todo dulce son!

V

¡Pura de corazón! ¡Tú no has de preguntarme
qué puede ser la música fuerte que hay en el alma;
qué es y de dónde existe esta luz, esta gloria,
esta hermosa neblina luminosa, este bello
poder que da belleza! ¡Oh virtuosa Señora,
alegría! Alegría como sólo a los puros
se dio, en su hora más pura; la Vida y el rebose
de la Vida, que es nube y es lluvia al mismo tiempo;
alegría, Señora; es la fuerza, el espíritu
que la Naturaleza, haciendo matrimonios,
nos da en dote: una nueva Tierra y un nuevo Cielo,
que no pudo soñar el sensual ni el soberbio.
Alegría es la dulce voz, la nube fulgente,
¡hallamos alegría sólo en nosotros mismos!
Y de ahí mana cuanto encanta oído o vista,
todas las melodías son ecos de esa voz,
todo color, reflejo de esa luz.

VI

Hubo un tiempo en que, aunque mi sendero era duro,
esta alegría en mí charlaba con la pena,
y todas las desdichas sólo eran la materia
de que la Fantasía me hizo sueños felices:
pues la esperanza en torno de mí crecía, como
la viña que se enreda, y las hojas y frutos
me parecían míos, sin serlo. Pero ahora
las aflicciones me hacen inclinarme a la tierra:
no me importa que vengan a robarme mi júbilo,
pero, ay, cada visita del desastre suspende
lo que Naturaleza me dio por nacimiento,
el conformante espíritu de mi Imaginación.
Pues no pensar en cuanto por fuerza he de sentir,
sino estar en silencio y en calma, cuanto pueda,
y acaso, con abstrusa búsqueda, de mi propia
entidad robar todo el hombre natural,
ése era mi recurso único, mi plan único,
hasta que lo que va bien a una parte afecte
al todo, y casi se ha hecho el hábito de mi alma.

VII

¡Marchaos, pensamientos víboras, enroscados
en mi mente, sombrío sueño de realidad!
De vosotros me vuelvo, escuchando hacia el viento
que con furia ha soplado mucho sin ser oído.
¡Qué chillido de angustia, que la tortura alarga,
ese laúd lanzó! Viento, furioso ahí fuera,
riscos del monte, lago, o árbol que partió el rayo,
pinos a donde nunca el leñador subió,
casa sola, de siempre creída hogar de brujas,
creo que hubieran sido mejores instrumentos
para ti, laudista, que, en este mes de lluvias,
de jardines oscuros y flores que se asoman,
haces la Navidad del Diablo, con canciones
peores que invernales, que dejan entre medias
los capullos, las flores y las tímidas hojas.
¡Tú, Actor perfecto en todo sonido de tragedia!
¡Tú, gran Poeta, osado aun hasta la locura!
¿Qué dices de esto tú?
Esto es el agolparse de una hueste en derrota,
con ayes de soldados helados y pisados,
que gritan de dolor y tiritan de frío.
Pero ¡silencio! ¡Hay una pausa de hondo silencio!
Y el ruido, todo, como de una masa en tropel,
con gemidos y trémulos escalofríos, todo
se acabó; ¡cuenta ahora otro cuento, sonando
menos hondo y ruidoso! Un cuento de menor
espanto, y con deleites templado: tal un canto
tierno del propio bardo Otway; es la canción
de una niñita, en medio de un yermo solitario,
no lejos de su casa, pero que se ha extraviado;
y a veces gime, bajo, con dolor y temor,
y a veces grita, fuerte, para que oiga su madre.

VIII

Es medianoche, pero poco pienso en dormir:
ojalá que mi amiga no vele así a menudo.
Ve a verla, amable sueño, con alas saludables,
y ojalá esta tormenta sea un parto de montes,
y las estrellas pendan claras sobre su casa,
¡mudas como velando a la tierra dormida!
Con corazón ligero se levante,
con fantasía alegre, con ojos animosos;
que la alegría eleve su voz y su voz temple;
que viva para ello todo, de polo a polo,
rodeando en remolino el vivir de su alma.
¡Oh espíritu sensillo, guiado desde lo alto!
Señora amada, amiga de que soy más devoto,
así puedes tú siempre alegrarte, por siempre.

Samuel Taylor Coleridge

jueves, 5 de noviembre de 2015

Insinuaciones de inmortalidad por recuerdos de la temprana niñez:

I

Hubo un tiempo en que prados, bosquecillos, arroyos,
la tierra, y toda vista acostumbrada,
me parecían ser, en luz celeste
adornados, la gloria, la frescura de un sueño.
Hoy ya no es como fue,
me vuelva a donde quiera,
de día o por la noche:
las cosas que veía no puedo verlas ya.

II

El Arco Iris sale y se retira,
deliciosa es la Rosa,
la Luna, con deleite,
mira en torno si el cielo está sin nubes;
en la noche estrellada, el agua corre
hermosa y deliciosa;
el Sol brilla en glorioso nacimiento,
pero, por donde vaya,
sé que se fue una gloria de la Tierra.

III

Hoy que las aves cantan un canto alegre, así,
y brincan los borregos como al son del tambor,
me vino, en soledad, una doliente idea:
y oportunas palabras aliviaron mi mente
y otra vez tengo fuerzas: desde el borde
del precipicio suenan trompetas de cascadas;
no ofenderá otro agravio mío a la primavera:
oigo por las montañas los ecos en tropel,
llegan a mí los vientos de los campos del sueño,
la Tierra está gozosa:
mar y tierra se entregan
al regocijo: todo
animal, con el ánimo de mayo,
hace su vacación:
¡hijo de la Alegría,
grita en torno de mí, déjame oír tus gritos,
tú, feliz pastorcillo!

IV

Criaturas benditas, escuché la llamada
que os hacéis unas a otras; y veo con vosotras
a los cielos reír en vuestro jubileo:
en vuestro festival entra mi corazón,
mi cabeza se ciñe de guirnalda,
la plenitud de vuestra dicha siento: lo siento todo.
Oh mal día, si estuviera ceñudo
mientras la misma tierra se ha adornado
esta dulce mañana de mayo, cuando están
los Niños recogiendo,
por todas partes, frescas
flores, en tantos valles a lo lejos,
mientras brilla el sol tibio,
y el Niñito pequeño salta en brazos
de la Madre: yo escucho, ¡con alegría escucho!
Pero hay un Árbol, entre muchos, uno,
un cierto Campo que he mirado tanto,
y ambos me dicen de algo que se fue:
ante mis pies, la flor del pensamiento
repite un cuento siempre:
¿a dónde huyó aquel brillo visionario?
¿dónde están hoy las glorias y los sueños?

V

Nuestro nacer es sólo un dormir y olvidar:
el Alma que se eleva con nosotros, la Estrella
de nuestra vida, tuvo su ocaso en otro sitio,
y llega de muy lejos:
no en un entero olvido,
no del todo desnudos,
sino arrastrando nubes de gloria hemos llegado
de Dios, que es nuestro hogar;
¡en torno nuestro hay Cielo en nuestra infancia!
Sombras de la prisión se empiezan a cerrar
sobre el Niño que crece,
pero él mira la luz y de dónde le afluye,
en su gozo lo ve;
el Joven, aunque a diario debe andar alejándose
del Este, es sacerdote de la Naturaleza
todavía, y su espléndida visión
le sigue, acompañando su camino;
al fin el Hombre nota cómo muere
y se extingue en la luz del coún día.

VI

La Tierra, de placeres suyos llena el regazo,
siente afán de su propia especie natural,
y aun con algo del ánimo
de una Madre, con digna pretensión, familiar
Ama, hace cuanto puede para lograr que a su Hijo
Adoptivo, el Hombre, se le olviden
las glorias que ya había conocido,
y el palacio imperial de donde vino.

VII

En su dicha recién nacida, ved al Niño,
¡el querido pigmeo de seis años!
Vedle tendido en medio de lo que hacen sus manos,
mientras le asaltan ráfagas de besos de su madre,
con la luz de los ojos de su padre sobre él.
Ved, a sus pies, algún pequeño plano o mapa,
un trozo de su sueño de vida humana, que él
por sí mismo formó con recién aprendido
arte; quizá una boda, un festival,
un funeral, un luto; y eso ahora
tiene su corazón
y a ello ajusta su canto;
luego acomodará su lengua o diálogos
de negocios, de amor o de disputa;
pero no tardará
eso en quedar a un lado,
y con nueva alegría y nuevo orgullo
ese pequeño Actor formará un papel nuevo:
y ocupará su «escena de humores», alternando
todos los personajes, hasta la paralítica
vejez, que trae la vida consigo en su reserva:
como si su completa vocación
fuera la imitación interminable.

VIII

Tú, que desmientes en tu aspecto externo
la inmensidad de tu alma,
filósofo mejor, que aún conservas
tu herencia, y eres ojo entre los ciegos;
que, sordo y silencioso, lees la eterna hondura
siempre acosado por la mente eterna,
¡poderoso profera! ¡venturoso vidente!;
en quien descansan todas las verdades
que pasamos la vida buscando con fatiga,
perdidos en lo oscuro, lo oscuro de la tumba;
con tu Inmortalidad, como el Día, cerniéndote
sobre ti, como un Amo sobre un Siervo,
una presencia que no es posible eludir;
para quien es la tumba un lecho solitario
sin sensación ni imagen del día o la luz cálida,
lugar de pensamiento donde esperar yaciendo;
tú, Niño, todavía glorioso en el poder
de libertad celeste en lo alto de tu cima,
¿por qué con tal empeño fatigoso provocas
los años a traer el yugo inevitable,
luchando ciegamente así contra tu dicha?
Pronto tu ala tendrá su carga terrenal
y pondrá la costumbre un peso sobre ti,
pesado como el hielo, hondo como la vida.

IX

¡Oh gozo! en nuestras ascuas
hay algo que está vivo,
que la naturaleza recuerda todavía
cómo fue tan fugaz.
Pensar en nuestros años pasados en mí engendra
perpetua bendición: no ciertamente
por lo más digno de ser bendecido;
deleite y libertad, el simple credo
de la Infancia, en reposo o atareada,
con esperanza nueva aleteando en el pecho;
no por ello levanto
el canto de alabanza agradecida;
sino por las preguntas obstinadas
del sentido y las cosas exteriores;
algo que de nosotros cae y se desvanece,
sospechas sin perfil de una Criatura
que se mueve por mundos sin realizar, instintos
altos, ante los cuales nuestra naturaleza
mortal tembló, así un Ser culpable sorprendido;
sino por las primeras afecciones,
esos vagos recuerdos,
que, sean lo que sean,
son la fuente de luz de todo nuestro día,
son la luz dominante en todo nuestro ver;
nos sostienen y abrigan, con poder para hacer
que estos años ruidosos parezcan sólo instantes
en el ser del eterno Silencio: las verdades
que despiertan a nunca perecer:
que ni desatención, ni esfuerzo loco,
ni el Hombre, ni el Muchacho,
ni todo lo enemigo de la dicha
pueden borrar del todo o destruir.
Por eso, en estación de tiempo claro,
aunque estemos muy tierra adentro, nuestras
Almas tienen visiones de ese mar inmortal
que nos trajo hasta aquí;
y hasta allí pueden ir en un momento
para ver a los Niños que juegan en la orilla
y oír las poderoas aguas siempre dar vueltas.

X

Así pues, cantad, Pájaros, ¡cantad un canto alegre!
¡Y salten los borregos
como al son del tambor!
En nuestros pensamientos iremos agolpados
con vosotros, flautistas, vosotros que jugáis,
los que sentís en vuestro corazón
la alegría de mayo.
Aunque el fulgor que fue tan claro en otro tiempo
se quite para siempre de mi vista,
aunque nada me pueda devolver esas horas
de esplendor en la hierba, de gloria entre las flores,
no me voy a afligir, sino más bien a hallar
fuerza en lo que atrás queda:
en esa simpatía primigenia
que, habiendo sido, debe siempre ser;
en los suavizadores pensmaientos que brotan
del sufrimiento humano;
en la fe que contempla a través de la muerte,
en los años que traen la mente filosófica.

XI

¡Vosotros, Fuentes, Prados, Colinas, Bosquecillos,
no presagiéis que se separen nunca
nuestros amores! Siento en el corazón, hondo
vuestro poder: tan sólo he perdido un deleite,
el vivir bajo vuestro más habitual dominio.
Al arroyo que baja, ruidoso, lo amo ahora
más que cuando, ligero como él, me tropezaba;
el fulgor inocente de otro día que nace
me sigue siendo amable;
las nubes que se juntan en torno al sol poniente,
toman su colorido sobrio una mirada
que ha velado la humana mortalidad: ha habido
otra carrera, y otras palmas se han conquistado.
Gracias al corazón que nos hace vivir,
gracias a su ternura, sus gozos, sus temores,
la menor flor me puede ofrecer pensamientos
a veces demasiado hondos para las lágrimas.

William Wordsworth