lunes, 28 de septiembre de 2015

Extracción de la piedra de la locura:

Elles, les âmes (...), sont malades et elles souffrent et
nul ne leur porte-remède; elles sont blessées et brisées et
nul ne les panse.
RUYSBROECK

La luz mala se ha avecinado y nada es cierto. Y pienso en todo lo que leí acerca del espíritu... Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de tumbas. El silencio, silencio siempre, las monedas de oro del sueño.

Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.

Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por quién? ¿quién te ha ungido? ¿quién te ha consagrado? El invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.

De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aún de ataque. Parecía el Eclesiastés: busqué en todas mis memorias y nada, nada debajo de la aurora de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué ha de ser de mí si nada rima con nada.

Te despeñas. Es el sinfín desesperante, igual y no obstante contrario a la noche de los cuerpos donde apenas un manantial cesa aparece otro que reanuda el fin de las aguas.

Sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo morir.

En ti es de noche. Pronto asistirás al animoso encabritarse del animal que eres. Corazón de la noche, habla.

Haberse muerto en quien se era y en quien se amaba, haberse y no haberse dado vuelta como un cielo tormentoso y celeste al mismo tiempo.

Hubiese querido más que esto y a la vez nada.

Va y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse gota a gota el sentido de los días. Señuelos de conceptos. Trampas de vocales. La razón me muestra la salida del escenario donde levantaron una iglesia bajo la lluvia: la mujer-loba deposita su vástago en el umbral y huye. Hay una luz tristísima de cirios acechados por un soplo maligno. Llora la niña loba. Ningún dormido la oye. Todas las pestes y las plagas para los que duermen en paz.

Esta voz ávida venida de antiguos plañidos. Ingenuamente existes, te disfrazas de pequeña asesina, te das miedo frente al espejo. Hundirme en la tierra y que la tierra se cierre sobre mí. Éxtasis innoble. Tu sabes que te han humillado hasta cuando te mostraban el sol. Tu sabes que nunca sabrás defenderte, que sólo deseas presentarles el trofeo, quiero decir tu cadáver, y que se lo coman y se lo beban.

Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.

Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de ofrendarse es el mismo.

Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles.

De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en
movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio negro – déjate caer, déjate caer-, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras azules y doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.

Sonríe y yo soy una minúscula marioneta rosa con una paraguas celeste yo entro por su sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de su mano cierra sus dedos en polvo dorado un poco de sangre adiós oh adiós.

Como una voz no lejos de la noche arde el fuego más exacto. Sin piel ni huesos andan los animales por el bosque hecho cenizas. Una vez el canto de un solo pájaro te había aproximado al calor más agudo. Mares y diademas, mares y serpientes. Por favor, mira como la pequeña calavera de perro suspendida del cielo raso pintado de azul se balancea con hojas secas que tiemblan en torno de ella. Grietas y agujeros en mi persona escapada de un incendio. Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte. Y es sin gracia, sin aureola, sin tregua. Y esa voz, esa elegía a una causa primera: un grito, un soplo, un respirar entre dioses. Yo relato mi víspera, ¿Y qué puedes tú? Sales de tu guarida y no entiendes. Vuelves a ella y ya no importa entender o no. Vuelves a salir y no entiendes. No hay por donde respirar y tú hablas del soplo de los dioses.

No me hables del sol porque me moriría. Llévame como a una princesita ciega, como cuando lenta y cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.

Vendrás a mí con tu voz apenas coloreada por un acento que me hará evocar una puerta abierta, con la sombra de un pájaro de bello nombre, con lo que esa sombra deja en la memoria, con lo que permanece cuando avientan las cenizas de una joven muerta, con los trazos que duran en la hoja después de haber borrado un dibujo que representaba una casa, un árbol, el sol y un animal.

Si no vino es porque no vino. Es como hacer el otoño. Nada esperabas de su venida. Todo lo esperabas. Vida de tu sombra ¿qué quieres? Un transcurrir de fiesta delirante, un lenguaje sin límites, un naufragio en tus propias aguas, oh avara.

Cada hora, cada día, yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los otros y sobre todo yo, que soy más otra que ellos. Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta.

Rápido, tu voz más oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto que Hacer y yo me deshago. Te excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En el sueño el rey moría de amor por mí. Aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. (Y aún tienes cara de niña; varios años más y no les caerás en gracia ni a los perros.)

mi cuerpo se abría al conocimiento de mi estar
y de mi ser confusos y difusos
mi cuerpo vibraba y respiraba
según un canto ahora olvidado
yo no era aún la fugitiva de la música
yo sabía el lugar del tiempo
y el tiempo del lugar
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido

La que soñó, la que fue soñada. Paisajes prodigiosos para la infancia más fiel. A falta de eso –que no es mucho-, la voz que injuria tiene razón.

La tenebrosa luminosidad de los sueños ahogados. Agua dolorosa.

El sueño demasiado tarde, los caballos blancos demasiado tarde, el haberme ido con una melodía demasiado tarde. La melodía pulsaba mi corazón y yo lloré la pérdida de mi único bien, alguien me vio llorando en el sueño y yo expliqué (dentro de lo posible), mediante palabras simples (dentro de lo posible), palabras buenas y seguras (dentro de lo posible). Me adueñé de mi persona, la arranqué del
hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que alguien tenía a que me muriera en su casa.

¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?
El haberme prosternado ante el sufrimiento de los demás, el haberme acallado en honor de los demás.
Retrocedía mi roja violencia elemental. El sexo a flor de corazón, la vía del éxtasis entre las piernas. Mi violencia de vientos rojos y de vientos negros. Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños.

Puertas del corazón, perro apaleado, veo un templo, tiemblo, ¿qué pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total. El animal palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor, corazón, respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa traducirse en palabras? Y los proyectos del perfección a largo plazo; medir cada día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de mis faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera posible.

Visión enlutada, desgarrada, de un jardín con estatuas rojas. Al filo de la madrugada los huesos te dolían. Tú te desgarras. Te lo prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te lo digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo predije. De pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te sobrellevas. Solamente tú sabes de este ritmo quebrantado. Ahora tus despojos, recogerlos uno a uno, gran hastío, en dónde dejarlos. De haberla tenido cerca, hubiese vendido mi alma a cambio de invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de los poemas, porque no dije del agujero de la ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto por mi cara. ¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?

Alejandra Pizarnik

Contra viento y marea:

Este poema (contra viento y marea) llevará mi firma.
Te doy seis sílabas sonoras,
una mirada que siempre lleva (como un pájaro herido) ternura,

una ansiedad de agua tibia y profunda,
una oficina oscura donde la única luz es la de estos versos míos,
un dedal muy usado para tus noches aburridas,
una fotografía de nuestros hijos.

La bala más hermosa de esta pistola que siempre me acompaña,
la memoria imborrable (siempre latente y profunda) de los niños
que, un día tú y yo concebimos,
y el pedazo de vida que me resta,

esto lo doy (convencido y feliz) a la Revolución.
Nada que pueda unirnos tendrá mayor poder.

Ernesto Guevara

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Canto triste:

 Flores con ansia mi corazón desea.
Que estén en mis manos.
Con cnatos me aflijo,
sólo ensayo cantos en la tierra.
Yo, Cuaucuauhtzin,
con ansia deseo las flores,
que estén en mis manos,
yo soy desdichado.

¿Adónde en verdad iremos
que nunca tengamos que morir?
Aunque fuera yo piedra preciosa,
aunque fuera oro,
seré yo fundido
allá en el crisol seré perforado.
Sólo tengo mi vida,
yo, Cuaucuauhtzin, soy desdichado.

Tu atabal de jades,
tu caracol rojo y azul así los hace ya resonar,
tú, Yoyontzin.
Ya ha llegado,
ya se yergue el cantor.
Por poco tiempo alegraos,
vengan a presentarse aquí
los que tienen triste el corazón.
Ya he llegado,
ya se yergue el cantor.

Deja abrir la corola a tu corazón,
deja que ande por las alturas.
Tú me aborreces,
tú me destinas a la muerte.
Ya me voy a su casa,
pereceré.
Acaso por mí tú tengas que llorar,
por mí tengas que afligirte,
tú, amigo mío,
pero yo ya me voy,
yo ya me voy a su casa.
Sólo esto dice mi corazón,
no volveré una vez más,
jamás volveré a salir sobre la tierra,
yo ya me voy, ya me voy a su casa.

Sólo trabajo en vano,
gozad, gozad, amigos nuestros.
¿No hemos de tener alegría,
no hemos de conocer el placer, amigos nuestros?

Llevaré conmigo las bellas flores,
los bellos cantos.
Jamás lo hago en el tiempo del verdor,
sólo soy menesteroso aquí,
sólo yo, Cuaucuauhtzin.
¿No habremos de gozar,
no habremos de conocer el placer, amigos nuestros?

Llevaré conmigo las bellas flores,
los bellos cantos.

Cuaucuauhtzin

Con flores negras veteadas de oro:

Con flores negras veteadas de oro
entrelaza el bello canto.
Con él vienes a engalanar a la gente,
tú cantor:
con variadas flores
revistes a la gente.
Gozad, oh príncipes.

¿Acaso así se vive ahora
y así se vive allá en el sitio del misterio?
¿Aún allí hay placer?
¡Ah, solamente aquí en la tierra:
con flores se da uno a conocer,
con flores se manifiesta uno,
oh amigo mío!

Engalánate con tus flores,
flores de color de luciente guacamaya,
brillantes como el sol; con flores del cuervo
engalanémonos en la tierra,
aquí, pero sólo aquí.
Sólo un breve instante sea así:
por muy breve tiempo se tienen en préstamo sus flores.

Ya son llevadas a su casa
y al lugar de los sin cuerpo, también su casa,
y no con eso así han de perecer
nuestra amargura, nuestra tristeza.

Nezahualcótotl

Los cantos son nuestro atavío:

Como si fueran flores
los cantos son nuestro atavío,
oh amigos:
con ellos venimos a vivir en la tierra.

Verdadero es nuestro canto,
verdadera nuestras flores,
el hermoso canto.
Aunque sea jade,
aunque sea oro,
ancho plumaje de quetzal...
¡Que lo haga yo durar aquí junto al tambor!
¿Ha de desaparecer acaso
nuestra muerte en la tierra?
Yo soy cantor:
que sea así.

Con cantos nos alegramos,
nos ataviamos con flores aquí.
¿En verdad lo comprende nuestro corazón?
¡Eso hemos de dejarlo al irnos:
por eso lloro, me pongo triste!

Si es verdad que nadie
ha de agotar su riqueza,
tus flores, oh Árbitro Sumo...
Debemos dejarlas al irnos:
¡Por eso lloro, me pongo triste!

Con flores aquí
se entreteje la nobleza,
la amistad.
Gocemos con ellas,
casa universal suya es la tierra.

¿En el sitio de lo misterioso aún
habrá de ser así?
Ya no como aquí en la tierra:
las flores, los cantos
solamente aquí perduran.

Solamente aquí una vez
haya galas de uno a otro.
¿Quién es conocido así allá?
¿Aún de verdad hay allá vida?

¡Ya no hay allá tristeza,
allá no recuerdan nada... ay!
¿Es verdad nuestra casa:
también allá vivimos?

Nezahualcótotl

Esmeraldas, turquesas:

Esmeraldas,
turquesas,
son tu greda y tu pluma,
¡oh por quien todo vive!

Ya se sienten felices
los príncipes,
con florida muerte a filo de obsidiana,
con la muerte en la guerra.

Nezahualcótotl

Nos ataviamos, nos enriquecemos:

Nos ataviamos, nos enriquecemos
con flores, con cantos:
ésas son las flores de la primavera:
¡con ellas nos adornamos aquí en la tierra!...

Hasta ahora es feliz mi corazón:
oigo ese canto, veo una flor:
¡que jamás se marchiten en la tierra!

Nezahualcótotl

Alegraos:

Alegraos con las flores que embriagan,
las que están en nuestras manos.
Que sean puestos ya
los collares de flores.
Nuestras flores del tiempo de lluvia,
fragantes flores,
abren ya sus corolas.
Por allí anda el ave,
parlotea y canta,
viene a conocer la casa del dios.
Sólo con nuestras flores
nos alegramos.
Sólo con nuestros cantos
perece vuestra tristeza.
Oh señores, con esto,
vuestro disgusto se disipa.
Las inventa el Dador de la Vida,
las ha hecho descender
el inventor de sí mismo,
flores placenteras,
con esto vuestro disgusto se disipa.

Nezahualcótotl

Comienza ya:

Comienza ya,
canta ya
entre flores de primavera,
príncipe chichimeca,
el de Acolhuacan.

Deléitate, alégrate,
huya tu hastío, no estés triste...
¿Vendremos otra vez
a pasar por la tierra?
Por breve tiempo
vienen a darse en préstamo
los cantos y las flores del dios.

¡En la casa de las flores comienza
el sartal de cantos floridos:
se entreteje: es tu corazón,
oh cantor!

Oh cantor,
ponte en pie:
tú haces cantar,
tú pones un collar fino
a los de Acolhuacan.
En verdad nunca acabarán las flores,
nunca acabarán los cantos.

Floridamente se alegran nuestros corazones:
Solamente breve tiempo
aquí en la tierra.
Vienen ya nuestras bellas flores.
Gózate aqui, oh cantor,
entre flores primaverales:
Vienen ya nuestras bellas flores.

Se van nuestras flores:
nuestros ramilletes,
nuestras guirnaldas
aquí en la tierra...
¡Pero sólo aquí!

Debemos dejar
la ciudad, oh príncipes chichimecas:
No llevaré flores,
no llevaré bellos cantos
de aquí de la tierra...
¡Pero sólo aquí!

Donde es el reparto, donde es el reparto
vino a erguirse el Árbol Florido:
con él se alegra, e irrumpe
mi hermoso canto.

Ya esparzo nuestros cantos,
se van repartiendo:
tú con quien vivo,
estás triste:
¡Que se disipe tu hastío!
¡Ya no esté pensativo tu corazón!
¡Con cantos engalanaos!

Nezahualcótotl

Cantos a la naturaleza:

En la casa de las pinturas
comienza a cantar,
ensaya el canto,
derrama flores,
alegra el canto.

Resuena el canto,
los cascabeles se hacen oír,
a ellos responden
nuestras sonajas floridas.
Derrama flores,
alegra el canto.

Sobre las flores canta
el hermoso faisán,
su canto despliega
en el interior de las aguas.
A él responden
varios pájaros rojos,
el hermoso pájaro rojo
bellamente canta.

Libro de pinturas es tu corazón,
has venido a cantar,
haces resonar tus tambores,
tú eres el cantor.
En el interior de la casa de la primavera,
alegras a las gentes.

Tú sólo repartes
flores que embriagan,
flores preciosas.
Tú eres el cantor.

En el interior de la casa de la primavera,
alegras a las gentes.

Nezahualcótotl

domingo, 20 de septiembre de 2015

Cuando me vino el honor:

Cuando me vino el honor
de la tierra generosa,
no pensé en Blanca ni en Rosa
ni en lo grande del favor.

Pensé en el pobre artillero
que está en la tumba, callado:
pensé en mi padre, el soldado:
pensé en mi padre, el obrero.

Cuando llegó la pomposa
carta, en su noble cubierta,
pensé en la tumba desierta,
no pensé en Blanca ni en Rosa.

José Martí

Cultivo una rosa blanca:

Cultivo una rosa blanca,
en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni oruga cultivo:
cultivo la rosa blanca.

José Martí

¿Qué importa que tu puñal...?

¿Qué importa que tu puñal
se me clave en el riñón?
¡Tengo mis versos, que son
más fuertes que tu puñal!

¿Qué importa que este dolor
seque el mar y nuble el cielo?
El verso, dulce consuelo,
nace alado del dolor.

José Martí

Yo quiero salir del mundo:

Yo quiero salir del mundo
por la puerta natural:
en un carro de hojas verdes
a morir me han de llevar.

No me pongan en lo oscuro
a morir como traidor:
Yo soy bueno, y como bueno
moriré de cara al sol.

José Martí

Es rubia la del cabello suelto:

Es rubia: el cabello suelto
da más luz al ojo moro:
voy, desde entonces, envuelto
en un torbellino de oro.

La abeja estival que zumba
más ágil por la flor nueva,
no dice como antes, «tumba»;
«Eva» dice: todo es «Eva».

Bajo, en lo oscuro, al temido
raudal de la catarata:
¡y brilla el iris, tendido
sobre las hojas de plata!

Miro, ceñudo, la agreste
pompa del monte irritado:
¡y en el alma azul celeste
brota un jacinto rosado!

Voy por el bosque, a paseo
a la laguna vecina;
y entre las ramas la veo,
y por el agua camina.

La serpiente del jardín
silba, escupe y se resbala
por su agujero: el clarín
me tiende, trinando, el ala.

¡Arpa soy, salterio soy
donde vibra el Universo:
vengo del Sol, y al Sol voy:
soy el amor: soy el verso!

José Martí

La bailarina española:

El alma trémula y sola
padece al anochecer;
hay baile; vamos a ver
la bailarina española.

Han hecho bien en quitar
el banderón de la acera;
porque si está la bandera,
no sé, yo no puedo entrar.

Ya llega la bailarina:
soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.

Lleva un sombrero torero
y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alhelí
que se pusiese un sombrero!

Se ve, de paso, la ceja,
ceja de mora traidora:
y la mirada, de mora:
y como nieve la oreja.

Preludian, bajan la luz,
y sale en bata y mantón,
la virgen de la Asunción
bailando un baile andaluz.

Alza, retando, la frente:
crúzase al hombre la manta:
en arco el brazo levanta:
mueve despacio el pie ardiente.

Repica con los tacones
el tablado zalamera,
como si la tabla fuera
tablado de corazones.

Y va el convite creciendo
en las llamas de los ojos,
y el manto de flecos rojos
se va en el aire meciendo.

Súbito, de un salto arranca:
húrtase, se quiebra, se gira:
abre en dos la cachemira,
ofrece la bata blanca.

El cuerpo cede y ondea;
la boca abierta provoca;
es una rosa la boca
lentamente taconea.

Recoge, de un débil giro,
el manto de flecos rojos:
se va, cerrando los ojos,
se va como en un suspiro...

Baile muy bien la española,
es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
el alma trémula y sola!

José Martí

La niña de Guatemala:

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda.

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándolas en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Como de bronce candente
al beso de despedida,
era su frente: ¡la frente
que más he amado en mi vida!

Se entró de tarde en el río;
la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos;
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!

José Martí

Para Aragón, en España:

PAra Aragón, en España,
tengo yo en mi corazón
un lugar todo Aragón
franco, fiero, fiel, sin saña.

Si quiere un tonto saber
por qué lo tengo, le digo
que allí tuve un buen amigo,
que allí quise a una buena mujer.

Allá, en la vega florida,
la de la heroica defensa,
por mantener lo que piensa
juega la gente la vida.

Y si un alcalde lo aprieta
o lo enoja un rey cazurro,
calza la manta el baturro
y muere con su escopeta.

Quiero a la tierra amarilla
que baña el Ebro lodoso:
quiero el Pilar azuloso
de Lanuza y de Padilla.

Estimo a quien de un revés
echa por tierra a un tirano;
lo estimo, si es un cubano;
lo estimo, si es aragonés.

Amo los patios sombríos
con escaleras bordadas;
amo las naves calladas
y los conventos vacíos.

Amo la tierra florida,
musulmana o española,
donde rompió su corola
la poca flor de mi vida.

José Martí

Si quieren que de este mundo:

Si quieren que de este mundo
lleve una memoria grata,
llevaré, padre profundo,
tu cabellera de plata.

Si quieren por gran favor
que lleve más, llevaré
la copia que hizo el pintor
de la hermana que adoré.

Si quieren que a la otra vida
me llevo todo un tesoro;
¡llevo la trenza escondida
que guardo en mi caja de oro!

José Martí

Si ves un monte de espumas:

Si ves un monte de espumas,
es mi verso lo que ves:
mi verso es un monte, y es
un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal
que por el puño echa flor:
mi verso es un surtidor
que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claroy de un carmín encendido:
mi verso es un ciervo herido
que busca en el monte amparo. 

Mi verso al valiente agrada:
mi verso, breve y sincero,
es del vigor del acero
con que se funde la espada.

José Martí

Yo soy un hombre sincero:

Yo soy un hombre sincero
de donde crele la palma,
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes;
en los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
de las yerbas y las flores,
y de los mortales engaños,
y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros
de las mujeres hermosas:
y salir de los escombros,
volando, las mariposas.

He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquélla que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez -en la reja,
a la entrada de la viña-
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
que gocé cual nunca: -cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcaide llorando.

Oigo un suspiro, a través
de las tierras y la mar,
y no es un suspiro -es
que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
y pongo a un lado el amor.

Yo he visto el águila herida
volar al azul sereno,
y morir en su guarida
la víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
todo es música y razón,
y todo, como el diamante,
antes que luz es carbón.

Yo sé que al necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto
y que no hay fruta en la Tierra
como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol marchito
mi muceta de doctor.

José Martí

La perla de la mora:

Una mora de Trípoli tenía
una perla rosada, una gran perla,
y la echó con desdén al mar un día:
«¡Siempre la misma!, ¡ya me cansa verla!»
Pocos años después, junto a la roca
de Trípoli... ¡la gente llora al verla!
Así le dice al mar la mora loca:
«¡Oh mar!, ¡oh mar!, ¡devuélveme mi perla!»

José Martí

Los zapaticos de rosa:

A mademoiselle Mary.

Hay sol bueno y mar de espuma,
y arena fina, y Pilar
quiere salir a estrenar
su sombrerito de pluma.

«¡Vaya la niña divina!
-dice el padre, y le da un beso-.
Vaya mi pájaro preso
a buscarme arena fina.»

«Yo voy con mi niña hermosa
-le dijo la madre buena-.
¡No te manches en la arena
los zapaticos de rosa!»

Fueron las dos al jardín
por la calle del laurel:
la madre cogió un clavel
y Pilar cogió un jazmín.

Ella va de todo juego,
con aro y balde y paleta;
el balde es color violeta;
el aro es color de fuego.

Vienen a verlas pasar,
nadie quiere verlas ir:
la madre se echa a reír,
y un viejo se echa a llorar.

El aire fresco despeina
a Pilar, que viene y va
muy oronda: «¡Di, mamá!
¿Tú sabes qué cosa es reina?»

Y por si vuelven de noche
de la orilla de la mar,
para la madre y Pilar
manda luego el padre el coche.

Está la playa muy linda;
todo el mundo está en la playa;
lleva espejuelos al aya
de la francesa Florinda.

Está Alberto, el militar
que salió en la procesión
con tricornio y con bastón,
echando un bote a la mar.

¡Y qué mala, Magdalena,
con tantas cintas y lazos,
a la muñeca sin brazos
enterrándola en la arena!

Conversan allá en las sillas,
sentadas con los señores,
las señoras, como flores,
debajo de las sombrillas.

Pero está con estos modos
tan serios, muy triste el mar;
lo alegre es allá, al doblar;
en la barranca de todos.

Dicen que suenan las olas
mejor allá en la barranca,
y que la arena es muy blanca
donde están las niñas solas.

Pilas corre a su mamá:
«¡Mamá, yo voy a ser buena;
déjame ir sola a la arena;
allá, tú me ves, allá!»

«¡Esta niña caprichosa!
No hay tarrde que no me enojes:
anda, pero no te mojes
los zapaticos de rosa.»

Le llega a los pies la espuma,
gritan alegres las dos;
y se va, diciendo adiós,
la del sombrero de pluma.

¡Se va allá, donde ¡muy lejos!
las aguas son más salobres,
donde se sientan los pobres,
donde se sientan los viejos!

Se fue la niña a jugar,
la espuma blanca bajó,
y pasó el tiempo, y pasó
un águila por el mar.

Y cuando el Sol se ponía
detrás de un monte dorado,
un sombrerito callado
por las arenas venía.

Trabaja mucho, trabaja,
para andar: ¿qué es lo que tiene
Pilar que anda así, que viene
con la cabecita baja?

Bien sabe la madre hermosa
por qué le cuesta el andar:
«¿Y los zapatos, Pilar,
los zapaticos de rosa?»

«¡Ah, loca!, ¿ en dónde estarán?
¡Di dónde, Pilar!» «Señora
-dice una mujer que llora-:
¡Están conmigo, aquí están!»

«Yo tengo una niña enferma
que llora en el cuarto oscuro
y la traigo al aire puro,
a ver el sol, y a que duerma»

«Anoche soñó, soñó
con el cielo, y oyó un canto:
me dio miedo, me dio espanto,
y la traje, y se durmió.»

«Con sus dos brazos menudos
estaba como abrazado;
y yo mirando, mirando
sus piececitos desnudos.»

«Me llegó al cuerpo la espuma,
alcé los ojos, y vi
esta niña frente a mí
con su sombrero de plumas.»

«¡Se parece a los retratos
tu niña! -dijo-: ¿Es de cera?
¿Quiere jugar? ¡Si quisiera!...
¿Y por qué está sin zapatos?»

«Mira, ¡la mano le abrasa,
y tiene los pies tan fríos!
¡Oh, toma, toma los míos,
yo tengo más en mi casa!»

«No sé bien, señora hermosa,
lo que sucedió después;
le vi a mi hijita en los pies
los zapaticos de rosa!»

Se vio sacar los pañuelos
a una rusa y a una inglesa;
el aya de la francesa
se quitó los espejuelos.

Abrió la madre los brazos,
se echó Pilar en su pecho,
y sacó el traje deshecho,
sin adornos y sin lazos.

Todo lo que quiere saber
de la enfermedad señora:
¡No quiere saber que llora
de pobreza una mujer!

«¡Sí, Pilar, dáselo!, ¡y eso
también!, ¡tu manta!, ¡tu anillo!»
Y ella le dio su bolsillo,
le dio el clavel, le dio un beso.

Vuelven calladas de noche
a su casa del jardín;
y Pilar va en el cojín
de la derecha del coche.

Y dice una mariposa
que vio desde su rosal
guardados en un cristal
los zapaticos de rosa.

José Martí

Mi caballero:

Por las mañanas,
mi pequeñuelo
me despertaba
con un gran beso,
Puesto a horcajadas
sobre mi pecho,
bridas forjaba
con mis cabellos.
Ebrio él de gozo,
de gozo yo ebrio,
me espoleaba
mi caballero:
¡Qué suave espuela
sus dos pies frescos!
¡Cómo reía
mi jinetuelo!
¡Y yo besaba
sus pies pequeños,
dos pies que caben
en sólo un beso!

José Martí

Príncipe enano:

Para un príncipe enano
se hace esta fiesta.
Tiene guedejas rubias,
blandas guedejas;
por sobre el hombro blanco
luengas le cuelgan.
Sus dos ojos parecen
estrellas negras;
¡vuelan, brillan, palpitan,
relampaguean!
Él para mí es corona,
almohada, espuela.
Mi mano, que así embrida
potros y hienas,
va, mansa y obediente,
donde él la lleva.
Si el ceño frunce, temo;
si se me queja,
cual de mujer, mi rostro
nieve se trueca:
su sangre, pues, anima
mis flacas venas:
¡Con su gozo mi sangre
se hincha, o se seca!
Para un príncipe enano
se hace esta fiesta.

¡Venga mi caballero
por esta senda!
¡Éntrese mi tirano
por esta cueva!
Tal es, cuando a mis ojos
su imagen llega,
cual si en lóbrego antro
pálida estrella
con fulgores de ópalo
todo vistiera.
A su paso la sombra
matices muestra,
como al sol que las hiere
las nubes negras.
¡Heme ya, puesto en armas,
en la pelea!
Quiere el príncipe enano
que a luchar vuelva:
¡Él para mí es corona,
almohada, espuela!
Y como el sol, quebrando
las nubes negras,
en banda de colores
la sombra trueca,
él al tocarla, borda
en la onda espesa
mi banda de batalla
roja y violeta.
¿Conque mi dueño quiere
que a vivir vuelva?
¡Venga mi caballero
por esta senda!
¡Éntrese mi tirano
por esta cueva!
¡Déjeme que la vida
a él, a él ofrezca!
Para un príncipe enano
se hace esta fiesta.

José Martí

Crin hirsuta:

¿Que como crin hirsuta de espantado
caballo que en los troncos secos mira
garras y dientes de tremendo lobo,
mi destrozado verso se levanta?...
Sí, pero ¡se levanta! A la manera
como cuando el puñal se hunde en el cuello
 de la res, sube al cielo hilo de sangre.
Sólo el amor engendra melodías.

José Martí

Hierro:

Ganado tengo el pan: hágase el verso,
y en su comercio dulce se ejercite
la mano, que cual prófugo perdido
entre oscuras malezas, a quien lleva
a rastra enorme peso, andaba ha poco
sumas hilando y revolviendo cifras.
Bardo, ¿consejo quieres? Pues descuelga
de la pálida espalda ensangrentada
el arpa dívea, acalla los sollozos
que a tu garganta como mar en fusia
se agolparán, y en la madera rica
taja plumillas de escritorio y echa
las cuerdas rotas al movible viento.

¡Oh, alma! ¡Oh, alma buena!, ¡mal oficio
tienes!: póstrate, calla, cede, lame
manos de potentado, ensalza, excusa
defectos, tenlos -que es mejor manera
de excusarlos- y, mansa y temerosa,
vicios celebra, encumbra vanidades.
¡Verás entonces, alma, cuál se trueca
en plato de oro rico tu desnudo
plato de pobre!

Pero guarda, ¡oh, alma!,
¡que usan los hombres hoy oro empañado!
Ni de eso cures, que fabrican de oro
sus joyas el bribón y el barbilindo.
¡Las armas no, las armas son de hierro!
Mi mal es rudo; la ciudad lo encona;
lo alivia el campo inmenso. ¡Otro más vasto
lo aliviará mejor! Y las oscuras
tardes me atraen, cual si mi patria fuera
la dilatada sombra.

¡Oh, verso amigo,
muero de soledad, de amor me muero!
No de amor de mujer; estos amores
envenenan y ofuscan. No es hermosa
la fruta en la mujer, sino la estrella.
La tierra ha de ser luz, y todo vivo
debe en torno de sí dar lumbre de astro.
¡Oh, estas damas de muestra! ¡Oh, estas copas
de carne! ¡Oh, estas siervas ante el dueño
que las enjoya y estremece echadas!
¡Te digo, oh verso, que los dientes duelen
de comer de esta carne!

Es de inefable
amor del que yo muere, del dulce
menester de llevar, como se lleva
un niño tierno en las cuidadosas manos,
cuanto de bello y triste ven mis ojos.
Del sueño, que las fuerzas no repara
sino de los dichosos, y a los tristes
el duro humor y la fatiga aumenta.
Salto al sol, como un ebrio. Con las manos
mi frente oprimo, y de los turbios ojos
brota raudal de lágrimas. ¡Y miro
el sol tan bello y mi desierta alcoba
y mi virtud inútil, y las fuerzas
que cual tropel famélico de hirsutas
fieras saltan de mí buscando empleo;
y el aire hueco palpo, y en el muro
frío y desnudo el cuerpo vacilante
apoyo, y en el cráneo estremecido
en agonía flota el pensamiento,
cual leño de bajel despedazado
que el mar en furia a la playa ardiente arroja!

¡Sólo las flores del paterno prado
tienen olor! ¡Sólo las ceibas patrias
del sol amparan! Como en vaga nube
por suelo extraño se anda; las miradas
injurias nos parecen, y el Sol mismo,
¡más que en grato calor, enciende en ira!
¡No de voces queridas puebla el eco
los aires de otras tierras: y no vuelan
del arbolar espeso entre las ramas
los pálidos espíritus amados!
De carne viva y profanadas frutas
viven los hombres, ¡ay!, mas el proscripto
¡de sus entrañas propias se alimenta!
¡Tiranos: desterrar a los que alcanzan
el honor de vuestro odio: ya son muertos!
Valiera más, ¡oh, bárbaros! que al punto
de arrebatarlos al hogar, ¡hundiera
en lo más hondo de su pecho honrado
vuestro esbirro más cruel su hoja más dura!
Grato es morir; horrible vivir muerto.
¡Mas no!, ¡mas no! La dicha es una prenda
de compasión de la fortuna al triste
que no sabe domarla. A sus mejores
hijos desgracia da Naturaleza:
¡Fecunda el hierro al llano, el golpe al hierro!

José Martí

María:

A la señorita María García Granados

Ésa que ves, la del amor dormido
en la mirada espléndida y suave,
es un jazmín de Arabia comprimido
en voz de cielo y en contorno de ave.

La rubia Adela, en cuya trenza dora
su rayo el Sol, del brazo de María,
copia es feliz de Ruth la espigadora
ciñendo el talle a la rrogante Lía.

Caricia -más que acento- su palabra,
si los jardines de su boca mueve,
temores da de que sus alas abra
y al Padre Cielo su alma blanca lleve.

Si en la fiesta teatral, corrido el velo,
desciende la revuelta escalinata,
su pie semeja cisne pequeñuelo
que el seno muestra de luciente plata.

Siervo si sigue el tenue paso blando
de la bíblica virgen hechicera,
y leyes dicta si, la frente alzando,
echa hacia atrás la negra cabellera.

Quisiera el bardo, cuando al Sol la mece,
colgarle al cuello esclavos los amores.
¡Si se yergue de súbito, parece
que la tierra se va a cubrir de flores!

¡Oh! Cada vez que a la mujer hermosa
con fraternal amor habla el proscripto,
duerme soñando en la palmera airosa,
novia del Sol en el ardiente Egipto.

José Martí

Carmen:

El infeliz que la manera ignore
de alzarse bien y caminar con brío,
de una virgen celeste se enamore
y arda en su pecho el esplendor del mío.

Beso, trabajo, entre sus brazos sueño
su hogar alzado por mi mano; envidio
su fuerza a Dios y, vivo en él, desdeño
el torpe amor de Tíbulo y de Ovidio.

Estan bella mi Carmen, es tan bella,
que si el cielo la atmósfera vacía
dejase de su luz, dice una estrella
que en el alma de Carmen la hallaría.

Y se acerca lo humano a lo divino
con semejanza tal cuando me besa,
que en brazos de un espacio me reclino
que en los confines de otro mundo cesa.

Tiene este amor las lánguidas blancuras
de un lirio de San Juan, y una insensata
potencia de creación que en las alturas
mi fuerza mide y mi poder dilata.

Robusto amor, en sus entrañas lleva
el germen de la fuerza y el del fuego,
y griego en la beldad, odia y reprueba
la veste indigna del amor del griego.

Señora el alma de la ley terrena,
despierta, rima en noche solitaria
estos versos de amor; versos de pena
rimó otra vez; se irguió la pasionaria

de amor al fin: aunque la noche llegue
a cerrar en sus pétalos la vida,
no hay miedo ya de que en la sombra pliegue
su tallo audaz la pasionaria erguida.

José Martí

Primera Brigada-113:

Mírame, madre, y por tu amor no llores:
si esclavo de mi edad y mis doctrinas
tu mártir corazón llené de espinas,
piensa que nacen entre espinas flores.

José Martí

sábado, 19 de septiembre de 2015

¿A dónde iremos?

¿A dónde iremos
donde la muerte no existe?
Mas ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre.
Aun los príncipes a morir vinieron,
hay incineramiento de gente.
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre.

Nezahualcótotl

Deseo de persistencia:

Yo ave del agua floreciente duro en fiesta.
Soy un canto en el ancho cerco del agua,
anda mi corazón en la ribera de los hombres,
voy matizando mis flores,
con ellas se embriagan los príncipes.
Hay engalanamiento.

Estoy desolado, ay, está desolado mi corazón;
yo soy poeta en la Ribera de las Nueve Corrientes,
en la tierra del agua floreciente.
Oh mis amigos, sea ya el amortajamiento.

Me pongo collar de redondos jades,
como soy poeta, éste es mi mérito,
reverberan los jades: yo me jacto de mi canto.
Embriaga mi corazón. ¡Que allá en la tierra florida
se amortajado!

cuando canto sufro en la tierra,
yo soy poeta y de dentro me sale la tristeza.
Embriaga mi corazón. ¡Que allá en la tierra florida
sea amortajado!

Dejaré pintada una obra de arte,
soy poeta y mi canto vivirá en la tierra:
con mi canto seré recordado, oh mis oyentes,
me iré, me iré a desaparecer,
seré tendido en estera de amarillas plumas,
y llorarán por mí las ancianas,
escurrirá el llanto mis huesos como florido leño
he de bajar al sepulcro, allá en la ribera de las tórtolas.

Ay, sufro, oyentes míos,
el dosel de plumas, cuando yo sea llevado,
allá en Tlapala se volverá humo.

Me iré, iré a desaparecer,
seré tendido en estera de plumas amarillas
y llorarán por mí las ancianas.

Nezahualcótotl

Dolor y amistad:

No hago más que buscar,
no hago más que recordar a nuestros amigos.
¿Vendrán otra vez aquí?
¿han de volver a vivir?
¡Una sola vez nos perdemos
una sola vez estamos en la tierra!
No por eso se entristezca el corazón de alguno;
al lado del que está dando la vida.
Pero yo con esto lloro,
me pongo triste; he quedado huérfano en la tierra.
¿Qué dispone tu corazón, Autor de la Vida?
¡Que se vaya la amarguta de tu pecho,
que se vaya el hastío del desamparado!
¡Que se pueda alcanzar la gloria a tu lado,
oh dios... pero tú quieres darme muerte!
Puede ser que no vivamos alegres en la tierra,
pero tus amigos con eso tenemos gozo en la tierra.
Y todos de igual modo padecemos
y todos andamos con angustia unidos aquí.
Dentro del cielo tú forjas tu designio.
Lo decretarás: ¿acaso te hastíes
y aquí nos escondas tu fama y tu gloria
en la tierra?
¡Nadie es amigo del que da la vida,
oh amigos míos, Águilas y Tigres!
¿A dónde iremos por fin
los que estamos sufriendo, oh príncipes?
Que no haya infortunio:
El nos atormenta, él es quien nos mata:
Sed esforzados: todos nos iremos
al Lugar del Misterio.
Que no te desdeñe
aunque ande doliente ante el Dador de la Vida:
él nos va quitando, él nos va arrebatando
su fama y su gloria en la tierra.
Tenedlo entendido:
tendré que dejaros, oh amigos, oh príncipes.
Nadie vale nada ante el Dador de la Vida,
él nos va quitando, él nos va arrebatando
su fama y su gloria en la tierra.
Lo has oído, corazón mío,
tú que estás sufriendo:
atiende a nosotros, míranos bien:
Así vivimos aquí ante el Dador de la Vida.
No por eso mueras, antes vive siempre en la tierra.

Nezahualcótotl

Estoy embriagado, lloro, me aflijo:

Estoy embriagado, lloro, me aflijo,
pienso, digo,
en mi interior lo encuentro:
si yo nunca muriera,
si nunca desapareciera.
Allá donde no hay muerte,
allá donde ella es conquistada,
que allá vaya yo.
Si yo nunca muriera,
si yo nunca desapareciera.

Nezahualcótotl

Como una pintura nos iremos borrando:

¡Oh, tú con flores
pintas las cosas,
Dador de la Vida:
con cantos tú
las metes en tinte,
las matizas de colores:
a todo lo que ha de vivir en la tierra!
Luego queda rota
la orden de Águiles y Tigres
¡Sólo en tu pintura
hemos vivido aquí en la tierra!

¡En esta forma tachas e invalidas
la sociedad, la hermandad,
la confederación de príncipes.
(Metes en tinta)
matizas de colores
a todo lo que ha de vivir en la tierra!
Luego queda rota
la orden de Águilas y Tigres:
¡Sólo en tu pintura
hemos venido a vivir aquí en la tierra!

Aun en estrado precioso,
en caja de jade
pueden hallarse ocultos los príncipes
de modo igual somos, somos mortales,
los hombres, cuatro a cuatro,
todos nos iremos,
todos moriremos en la tierra.

Percibo su secreto,
oh vosotros, príncipes:
De modo igual somos, somos mortales,
los hombres, cuatro a cuatro,
todos nos iremos
todos moriremos en la tierra.
Nadie esmeralda,
nadie oro se volverá
ni será en la tierra algo que se guarda:
Todos nos iremos hacia allá igualmente:
nadie quedará, todos han de desaparecer:
de modo igual iremos a su casa.

Como una pintura
nos iremos borrando,
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de pluma
del queztal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo.
Iremos a su casa.

Llegó hasta acá,
anda ondulado la tristeza
de los que viven ya en el interior de ella...
No se les llore en vano
a Águilas y Tigres...
¡Aquí iremos desapareciendo:
nadie ha de quedar!

Príncipes, pensadlo,
oh Águilas y Tigres:
pudiera ser jade,
pudiera ser oro,
también allá irán
donde están los descorporizados.
¡Iremos despareciendo:
nadie ha de quedar!

Nezahualcótotl

Ay, solo me debo ir:

Ay, solo me debo ir,
solamente así me iré
allá a su casa...
¿Alguien verá otra vez la desdicha?,
¿alguien ha de ver cesar
la amargura, la angustia del mundo?

Solamente se viene a vivir
la angustia y el dolor
de los que en el mundo viven...
¿alguien ha de ver cesar
la amargura, la angustia del mundo?

Nezahualcótotl

Nos atormentamos:

Nos atormentamos:
no es aquí nuestra casa de hombres...
allá donde están los sin cuerpo,
allá en su casa...
¡Sólo un breve tiempo
y se ha de poner tierra de por medio de aquí a allá!

Vivimos en tierra prestada
aquí nosotros los hombres...
allá donde están los sin cuerpo,
allá en su casa...
¡Sólo un breve tiempo
y se ha de poner tierra de por medio de aquí a allá!

Nezahualcótotl

¡Ay de mí!:

¡Ay de mí:
sea así!
No tengo dicha en la tierra
aquí.

¡Ah, de igual modo nací,
de igual modo fui hecho hombre!
¡Ah, sólo el desamparo
he venido a conocer
aquí en el mundo habitado!

¡Que haya aún trato mutuo
aquí, oh amigos míos:
solamente aquí en la tierra!

Mañana o pasado,
como lo quiera el corazón
de aquel por quien todo vive,
nos hemos de ir a su casa,
¡oh amigos, démonos gusto!

Nezahualcótotl

El origen del arte y de los cantares:

Estos toltecas eran ciertamente sabios
sabían dialogar con su propio corazón...
Hacían resonar el tambor, las sonajas,
eran cantores, componían cantos,
los daban a conocer,
los retenía en su memoria,
divinizaban en su corazón
los cantos maravillosos que componían.

Nezahualcótotl

jueves, 17 de septiembre de 2015

Mirar con inocencia:

I

Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.

II

Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.

III

Como una niña de tiza rosada en un muro muy vieja súbitamente borrada por la lluvia.





IV

Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.

V

Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.

VI






Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.

VII

La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.

VII

Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, yo recuerdo.

IX

Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.

X

Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.

XI

Al negro sol del silencio las palabras se doraban.

XII

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.

XIII

Aún si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden.
¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.

XIV

La noche tiene la forma de un grito de lobo.

XV

Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.

XVI

Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quien me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.

XVII

Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.

XVIII

Flores amarillas constelan un círculo de tela azul. El agua tiembla llena de viento.

XIX

Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.

Alejandra Pizarnik

Como agua sobre una piedra:

a quien retorna en busca de su antiguo buscar
la noche se le cierra como agua sobre una piedra
como aire sobre un pájaro
como se cierran dos cuerpos al amarse.

Alejandra Pizarnik

Continuidad:

No nombrar las cosas por sus nombres. Las cosas tiene bordes dentados, vegetación lujuriosa. Pero quién habla en la habitación llena de ojos. Quién dentellea con una boca de papel. Nombres que vienen, sombras con máscaras. Cúrame del vacío – dije. (La luz se amaba en mi oscuridad. Supe que no había cuando me encontré diciendo: soy yo.) Cúrame – dije.

Alejandra Pizarnik

Las promesas de la música:

Detrás de un muro blanco la variedad del arco iris. La muñeca en su jaula está haciendo el otoño. Es el despertar de las ofrendas. Un jardín recién creado, un llanto detrás de la música. Y que suene siempre, así nadie asistirá al movimiento del nacimiento, a la mímica de las ofrendas, al discurso de aquella que soy anudada a esta silenciosa que también soy. Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido. Es la música, es la muerte, lo que yo quise decir en noches variadas como los colores del bosque.

Alejandra Pizarnik

Estar:

Vigilas desde este cuarto
donde la sombra temible es la tuya.

No hay silencio aquí
sino frases que evitas oír.

Signos en los muros
narran la bella lejanía.

(Haz que no muera
sin volver a verte)

Alejandra Pizarnik

Escrito en el Escorial:

te llamo
igual que antaño la amiga al amigo
en pequeñas canciones
miedosas del alba

Alejandra Pizarnik

Fragmentos para dominar el silencio:

I

Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.

II

Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.

Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarían para sollozar entre flores.

No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo canto florecer mi silencio gris.

III

La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.

Alejandra Pizarnik

Figuras y silencios:

Manos crispadas me confinan al exilio.
Ayúdame a no pedir ayuda.
Me quieren anochecer, me van a morir.
Ayúdame a no pedir ayuda.

Alejandra Pizarnik

En la otra madrugada:

Veo crecer hasta mis ojos figuras de silencio y desesperadas.
Escucho grises, densas voces en el antiguo lugar del corazón.

Alejandra Pizarnik

Cuento de invierno:

La luz del viento entre los pinos ¿comprendo estos signos de tristeza
incandescente?

Un ahorcado se balancea en el árbol marcado con la cruz lila.

Hasta que logró deslizarse fuera de mi sueño y entrar a mi cuarto, por
la ventana, en complicidad con el viento de medianoche.

Alejandra Pizarnik

Contemplación:

Murieron las formas despavoridas y no hubo más un afuera y
un adentro. Nadie estaba escuchando el lugar porque el lugar no
existía.

Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar.
Adentro de tu máscara relampaguea la noche. Te atraviesan con
graznidos. Te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se
unen en la tragedia.

Alejandra Pizarnik

Privilegio:

I

Ya he perdido el nombre que me llamaba,
su rostro rueda por mí
como el sonido del agua en la noche,
del agua cayendo en el agua.
Y es su sonrisa la última sobreviviente,
no mi memoria.

II

El más hermoso
en la noche de los que se van,
oh deseado,
es sin fin tu no volver,
sombra tú hasta el día de los días.

Alejandra Pizarnik

Linterna sorda:

Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche tiene el
color de los párpados del muerto.
Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra
por palabra yo escribo la noche.

Alejandra Pizarnik

Vértigos o contemplación de algo que termina:

Esta lila se deshoja.
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.

Alejandra Pizarnik

El poema de la huida:

En vano he nacido.
En vano he venido a salir
de la casa del Dios de la tierra,
¡yo soy menesteroso!
Ojalá en verdad no hubiere salido
que de verdad no hubiese venido a la tierra.
No lo digo yo, pero...
¿qué es lo que haré?,
¡oh príncipes que aquí habéis venido!
¿vivo frente al rostro de la gente?,
¿qué podrá ser?,
¡reflexiona!

¿Habré de erguirme sobre la tierra?
¿Cuál es mi destino?,
yo soy menesteroso,
mi corazón padece,
tú eres apenas mi amigo
en la tierra, aquí.

¿Cómo hay que vivir al lado de la gente?
¿Obra desconsideradamente,
vive, el que sostiene y eleva a los hombres?

¡Vive en paz,
pasa la vida en calma!
Me he doblegado,
sólo vivo con la cabeza inclinada
al lado de la gente.
Por esto me aflijo.
¡Soy desdichado!
he quedado abandonado
al lado de la gente en la tierra.

¿Cómo lo determina tu corazón,
Dador de la vida?
¡Salga ya tu disgusto!
Extiende tu compasión,
estoy a tu lado, tú eres dios.
¿Acaso quieres darme la muerte?
¿Es verdad que nos alegramos,
que vivimos sobre la tierra?
No es cierto que vivimos
y hemos venido a alegrarnos en la tierra.
Todos así somos menesterosos.
La amargura predice el destino
aquí, al lado de la gente.

Que no se angustie mi corazón.
No reflexiones ya más.
Verdaderamente apenas
de mí mismo tengo compasión en la tierra.

Ha venido a crecer la amargura,
junto a ti y a tu lado, Dador de la Vida.
Solamente yo busco,
recuerdo a nuestros amigos.
¿Acaso vendrán una vez más,
acaso volverán a vivir?
Sólo una vez perecemos,
sólo una vez aquí en la tierra.
¡Que no sufran sus corazones!,
junto y al lado del Dador de la Vida.

Nezahualcótotl

Pongo enhiesto mi tambor:

Pongo enhiesto mi tambor,
congrego a mis amigos:
allí se recrean,
los hago cantar.
Tenemos que irnos así:
recordadlo:
sed felices,
oh amigos.

¿Acaso ahora con calma,
y así ha de ser allá?
¿Acaso también hay calma
allá donde están los sin cuerpo?
Vayamos...
pero aquí rige la ley de las flores,
pero aquí rige la ley del canto,
aquí en la tierra.
Sed felices,
ataviaos,
oh amigos.

Nezahualcótotl

Ponte en pie, percute tu atabal...

Ponte en pie, percute tu atabal:
dése a conocer la amistad.
Tomados sean sus corazones:
solamente aquí tal vez tenemos prestados
nuestros cañutos de tabaco,
nuestras flores.

Ponte en pie, amigo mío,
toma tus flores junto al atabal.

Huya tu amargura:
órnate con ellas:
han venido a ser enhiestas las flores,
se están repartiendo
las flores de oro preciosas.

Bellamente canta aquí
el ave azul, el quetzal, el zorzal:
preside el canto el quéchol:
le responden todos, sonajas y tambores.

Bebo cacao:
con ello me alegro:
mi corazón goza,
mi corazón es feliz.

¡Llore yo o cante,
en el rincón del interior de su casa
pase yo mi vida!

¡Oh ya bebí florido cacao con maíz:
mi corazón llora, está doliente:
sólo sufro en la tierra!

¡Todo lo recuerdo:
no tengo placer,
no tengo dicha:
sólo sufro en la tierra!

Nezahualcótotl

Poneos de pie:

¡Amigos míos, poneos de pie!
Desamparados están los príncipes,
yo soy Nezahualcótotl,
soy cantor,
soy papagayo de gran cabeza.
Toma ya tus flores y tu abanico.
¡Con elos parte a bailar!
Tú eres mi hijo,
túeres Yoyontzin.
Toma ya tu cacao,
la flor del cacao,
¡que sea ya bebida!
¡Hágase el baile,
comience el dialogar de los cantos!
No es aquí nuestra casa,
no viviremos aquí,
tú de igual modo tendrás que marcharte.

Nezahualcóyotl

De la muerte y la vida:

Yo sólo me aflijo,
digo:
que no vaya yo
al lugar de los descarnados.
Mi vida es cosa preciosa.
Yo sólo soy,
yo soy un cantor,
de oro son las flores que tengo.
Ya tengo que abandonarla,
sólo contemplo mi casa,
en hilera se quedan las flores.
¿Tal vez grandes jades,
extendidos plumajes
son acaso mi precio?
Sólo tendré que marcharme,
alguna vez será,
yo sólo me voy,
iré a perderme.
A mí mismo me abandono,
¡Ay mi Dios!
Digo: váyame yo,
como los muertos envuelto,
yo cantor,
sea así.
¿Podría alguien acaso adueñarse de mi corazón?
Yo sólo habré de irme,
con flores cubierto mi corazón.
Se destruirán los plumajes de quetzal.
Los jades preciosos
que fueron labrados con arte.
¡En ninguna parte está su modelo
sobre la tierra!
Que sea así:
y que sea sin violencia.

Tlaltecatzin de Cuauhchinanco

Poema del amor y los placeres:

 En la soledad yo canto
a aquel que es mi Dios
en la luz de la luz y del calor,
en el lugar del mando,
el florido cacao está espumoso,
la bebida que con flores embriaga.

Yo tengo anhelo,
lo saborea mi corazón,
se emgriaga mi corazón,
en verdad mi corazón lo sabe:

¡Ave roja de cuello de hule!
fresca y ardorosa,
luces tus guirnaldas de flores.
¡Oh madre!
Dulce, sabrosa mujer,
preciosa flor de maíz tostado,
sólo te prestas,
serás abandonada,
tendrás que irte,
quedarás descarnada.

Aquí tú has venido,
frente a los príncipes,
tú, maravillosa criatura,
invitas al placer.
Sobre la estera de plumas amarillas y azules
aquí está erguida.
Preciosa flor de maíz tostado,
sólo te prestas,
serás abandonada,
tendrás que irte,
quedarás descarnada.

El floreciente cacao
ya tiene espuma,
se repartió la flor del tabaco.
Si mi corazón lo gustara,
mi vida se embriagaría.
Cada uno está aquí,
sobre la tierra,
vosotros, señores príncipes,
si mi corazón lo gustara,
se embriagaría.

Tlaltecatzin de Cuauhchinanco

martes, 15 de septiembre de 2015

Otro sueño:

¡Una golondrina vuela
hacia muy lejos...!

Hay floraciones de rocío
sobre mi sueño,
y mi corazón da vueltas
lleno de tedio,
como un tiovivo en que la Muerte
pasea a sus hijuelos.

¡Quisiera en estos árboles
atar al tiempo
con un cable de noche negra,
y pintar luego
con mi sangre las riberas
pálidas de mis recuerdos!
¿Cuántos hijos tiene la Muerte?
¡Todos están en mi pecho!

¡Una golondrina viene
de muy lejos!

Federico García Lorca

Manantial:

La sombra se ha dormido en la pradera.
Los manantiales cantan.

Frente al ancho crepúsculo de invierno mi corazón soñaba.
¿Quién pudiera entender los manantiales, el secreto del agua
recién nacida, ese cantar oculto
a todas las miradas
del espíritu, dulce melodía
más allá de las almas...?

Luchando bajo el peso de la sombra, un manantial cantaba.
Yo me acerqué para escuchar su canto,
pero mi corazón no entiende nada.

Era un brotar de estrellas invisibles sobre la hierba casta,
nacimiento del Verbo de la tierra
por un sexo sin mancha.

Mi chopo centenario de la vega sus hojas meneaba,
y eran hojas trémulas de ocaso
como estrellas de plata.

El resumen de un cielo de verano
era el gran chopo.
Mansas
y turbias de penumbra yo sentía
las canciones del agua.

¿Qué alfabeto de auroras ha compuesto
sus oscuras palabras?
¿Qué labios las pronuncian? ¿Y qué dicen
a la estrella lejana?
¡Mi corazón es malo, Señor! Siento en mi carne
la inaplacable brasa
del pecado. Mis mares interiores
se quedaron sin playas.
Tu faro se apagó. ¡Ya los alumbra
mi corazón de llamas!
Pero el negro secreto de la noche
y el secreto del agua
¿son misterios tan sólo para el ojo
de la conciencia humana?
¿La niebla del misterio no estremece
al árbol, el insecto, y la montaña?
¿El terror de la sombra no lo sienten
las piedras y las plantas?
¿Es sonido tan sólo esta voz mía?
¿Y el casto manantial no dice nada?

Mas yo siento en el agua
algo que me estremece..., como un aire
que agita los ramajes de mi alma.

¡Sé árbol!
(Dijo una voz en la distancia).
Y hubo un torrente de luceros
sobre el cielo sin mancha.

Yo me incrusté con el chopo centenario
con tristeza y con ansia.

Cual Dafne varonil que huye miedosa
de un Apolo de sombra y de nostalgia.
Mi espíritu fundióse con las hojas
y fue mi sangre savia.
En untuosa resina convirtióse
la fuente de mis lágrimas.
El corazón se fue con las raíces,
y mi pasión humana,
haciendo heridas en la ruda carne,
fugaz me abandonaba.

Frente al ancho crepúsculo de invierno
yo torcía las ramas
gozando de los ritmos ignorados
entre la brisa helada.

Sentí sobre mis brazos dulces nidos,
acaricir de alas,
y sentí mil abejas campesinas
que en mis dedos zumbaban.
¡Tenía una colmena de oro vivo
en las viejas entrañas!
El paisaje y la tierra se perdieron,
sólo el cielo quedaba,
y escuché el débil ruido de los astros
y el respirar de las montañas.

¿No podrán comprender mis dulces hojas el secreto del agua?
¿Llegarán mis raíces a los reinos
donde nace y se cuaja?
Incliné mis ramajes hacia el cielo
que las ondas copiaban,
mojé las hojas en el cristalino
diamante azul que canta,
y sentí borbotar los manantiales
como de humano yo los escuchara.

Era el mismo fluir lleno de música
y de ciencia ignorada.

Al levantar mis brazos gigantescos
frente al azul, estaba
lleno de niebla espesa, de rocío
y de luz marchitada.

Tuve la gran tristeza vegetal,
el amor a las alas.
Para poder lanzarse con los vientos
a las estrellas blancas.
Pero mi corazón en las raíces
triste me murmuraba:
«Si no comprendes a los manantiales,
¡muere y troncha tus ramas!»

¡Señor, arráncame del suelo! ¡Dame oídos que entiendan a las aguas!
Dame una voz que por amor arranque
su secreto a las ondas encantadas;
para encender su faro sólo pido
aceite de palabras.

«¡Sé ruiseñor!», dice una voz perdida
en la muerta distancia,
y un torrente de cálidos luceros
brotó del seno que la noche guarda.

Federico García Lorca

domingo, 13 de septiembre de 2015

Tras la esfera:

Tras la esfera que gira más lejana
pasa el suspiro de mi corazón:
inteligencia nueva, que el Amor
llorando pone en él, lo lleva arriba.

Cuando ha llegado allá donde desea,
ve a una mujer, honores recibiendo,
y luce de tal forma, que el espíritu
peregrino la mira en su esplendor.

Y la ve tal que, cuando me lo cuenta,
no lo comprendo, tan sutil le habla
al triste corazón que le hace hablar.

Sé yo que habla de aquella tan noble,
porque a Beatriz recuerda muchas veces,
y así lo entiendo bien, caras señoras.

Dante Alighieri

Ah, peregrinos:

Ah peregrinos que andáis congojosos,
tal vez por cosa que no está presente,
¿Es que venís de tierras tan remotas,
como lo pàrecéis por vuestro aspecto,

que no lloráis cuando cruzáis por medio
de la ciudad atribulada, como
esas personas que en ninguna forma
comprendiesen lo grande que es su pena?

Si para oírlo os detenéis, me dice
suspirando en verdad mi corazón,
que llorando después saldréis de ella.

Porque ha perdido a su benefactora;
y lo que de ésta pueda referirse,
tiene el poder de hacer llorar a todos.

Dante Alighieri

¡Triste! por fuerza de muchos suspiros:

¡Triste! por fuerza de muchos suspiros,
que nacen del pensar que hay en mi pecho,
los ojos, derrotados, ya no tienen
fuerzas para mirar a quien los mire.

Y parece que fueran dos deseos
de mostrar su dolor y de llorar,
y muchas veces lloran tal, que Amor
los ciñe con corona de martirio.

Estos suspiros, y estos pensamientos,
tan angustiosos se hacen en el pecho,
que Amor, tánto le duelen, desfallece;

porque llevan en sí los afligidos
escrito el dulce nombre de mi dueña,
y muchas cosas que hablan de su muerte.

Dante Alighieri

Un noble pensamiento:

Un noble pensamiento que me habla
de vos, a veces viene a estar conmigo,
y de voz dice con dulzura tanta,
que el corazón que en él esté consiente.

Pregunta el alma al corazón: «¿Quién es
ésta que a nuestra mente da consuelo,
y es tan potente su virtud que aparta
los otros pensamientos de nosotros?»

Él le responde: «Oh alma acongojada,
este es un nuevo espíritu de amor,
que ante mí manifiesta sus deseos;

y su vida, y su valor, todo vinieron
de los ojos de aquella compasiva
que se turbaba con nuestros tormentos.»

Dante Alighieri

El llanto tan amargo:

«El llanto tan amargo que habéis hecho,
ojos míos, durante tanto tiempo,
llorar también hacía a otras personas
por compasión, como pudisteis ver.

Ahora creo que se os olvidaría,
si por mi parte fuese tan traidor,
que cualquier ocasión no os alejase,
recordándoos a aquella a quien llorasteis.

Me intranquiliza vuestra vanidad,
y me da espanto, tal que temo mucho
un rostro de mujer que os está viendo.

Nunca debisteis a vuestra señora,
que muerta está, olvidar sino muriendo.»
Habla así el corazón, luego suspira.

Dante Alighieri

Color de amor:

Color de amor y de piedad semblante
tan asombrosamente no ocuparon
faz de mujer, al ver frecuentemente
ojos nobles o llanto doloroso,

como es el vuestro, cuando frente a él
mis afligidos labios contempláis;
tal que al veros en una cosa pienso,
que el corazón yo temo que se rompa.

No consigo a mis ojos destruidos
impedirles que os miren con frecuencia,
por el deseo de llorar que tienen:

y tánto acrecentáis este deseo,
que de su anhelo todos se consumen;
pero no saben ante vos llorar.

Dante Alighieri

Vieron mis ojos:

Vieron mis ojos la mucha piedad
que en vuestro rostro había aparecido,
al mirar el semblante y las acciones
que muchas veces por dolor yo hago.

En la cuenta caí que vos pensabais
en el lúgubre estado de mi vida,
tal que mi pecho se llenó de miedo
de mostrar por los ojos mi vileza.

Y me aparté de vos, sintiendo el llanto
que de mi corazón se derramaba,
bajo vuestra mirada trastornado.

En mi alma triste luego me decía:
«Seguro que con Ella está ese Amor,
que me hace andar llorando de tal modo».

Dante Alighieri

En mi mente:

Primer comienzo
En mi mente se había presentado
la noble dama que por su virtud
por el señor altísimo fue puesta,
con María, en el cielo de humildad.

Segundo comienzo
En mi mente se había presentado
la noble dama por quien llora Amor,
en el momento en el que su virtud
os llevó a contemplar lo que yo hacía.
Despertó Amor, sintiéndola en la mente,
dentro del destruido corazón,
y «marchaos» decía a los suspiros;
por lo cual doloridos escapaban.
Salíanse llorando de mi pecho
con un nombre que llena con frecuencia
los ojos tristes de dolientes lágrimas.
Pero los que salían con más pena,
iban diciendo: «Oh noble inteligencia
hoy hace un año que subiste al cielo»

Dante Alighieri

Cuanta ocasión:

Cada ocasión que me recuerda, ay triste,
que yo no debo nunca
ver a aquella mujer por quien me duelo,
de dolor tanto el corazón me llena
el doliente recuerdo,
que «¿por qué no te mueres, alma? —digo—
que los suplicios que soportarás
en este siglo, que te es tan odioso,
con un horrible miedo me acongojan.»
Y así llamo a la Muerte,
igual que a un reposar dulce y suave;
y digo, «Ven a mí», con amor tanto,
que envidia tengo a todos los que mueren.
Y se viene a albergar en mis espíritus
un compasivo son,
que a la Muerte sin tregua va llamando:
se volvieron a ella mis deseos
cuando fue mi señora
alcanzada por su crudelidad;
porque el placer que daba su hermosura,
alejándose así de nuestra vista,
grande belleza espiritual se hizo,
que expande por el cielo
luz de amor, que a los ángeles saluda,
y a su alto y sutil entendimiento
causa asombro, tal es su gentileza.

Dante Alighieri

Venid a oír:

Venid a oír, oh nobles corazones,
pues la piedad lo quiere, mis suspiros,
que se escapan de mí desconsolados,
y, si no fuera así, me moriría;

pues los ojos seríanme deudores,
muchas más veces de lo que quisiera,
¡ay triste!, de llorar a mi señora,
 desfogar el pecho con llorarla.

Los oiréis con frecuencia reclamando
a mi noble señora que se ha ido
al siglo que merecen sus virtudes;

y despreciar a veces esta vida
en el nombre de aquella alma doliente
por quien es su salud abandonada.

Dante Alighieri

Por la piedad del corazón:

Por la piedad del corazón, los tristes
ojos, pena de llanto han padecido,
tanto que por vencidos ya se han dado.
Si desfogar quiero ahora el dolor,
que poco a poco a la muerte me lleva,
hablar será preciso suspirando.
Y como yo me acuerdo de que hablaba
de mi señora, mientras que vivía,
gustoso con vosotras, nobles damas,
quiero hablarle tan sólo
al noble corazón que haya en mujer;
y llorando hablaré de ella, luego
que de repente al cielo se ha marchado,
y conmigo ha dejado a Amor doliente.

Beatriz al alto cielo se ha marchado,
al reino en el que tienen paz los ángeles,
y con ellos está, y os ha dejado:
no nos la arrebataron los calores,
ni los hielos como hace con las otras,
mas sólo fue su gran benignidad;
porque de su humildad pasó los cielos
el resplandor con tanto poderío,
que al eterno Señor asombrar hizo,
tal que un dulce deseo
lo alcanzó de llamar perfección tanta;
y la hizo venir a sí de acá,
porque veía que esta odiosa vida
de tan preciada cosa no era digna.

De su bella persona se partió
el ánima gentil de gracia llena,
y en un digno lugar está gloriosa.
Quien no la llora cuando en ella piensa
el corazón tan vil de piedra tiene,
que entrar no puede allí un benigno espíritu.
No cabe en pecho vil tan alto ingenio
que pueda imaginar algo de ella
y así pena no tiene de llorarla;
mas tristeza y deseo
de suspirar y de morir de llanto,
y siente su alma falta de consuelo
quien vio en su pensamiento vez alguna
cómo fue, y cómo nos la arrebataron.

Fuerte angustia me causan los suspiros,
cuando en la grave mente el pensamiento
me trae a quien partió de mi corazón:
y muchas veces pensando en la muerte,
un deseo me viene tan suave
que el color en el rostro se me muda.
Y cuando bien se fija en mí esa imagen,
tanta pena me alcanza en todas partes,
que del dolor que siento me estremezco;
y me vuelvo de forma
que avergonzado de los otros huyo.
Luego llorando, solo en mi lamento,
llamo a Beatriz y digo: «¿Es que estás muerta?»;
y mientras que la llamo, me consuela.

Llorar de pena y suspirar de angustia
me rompe el corazón donde esté solo,
tal que a quien me escuchase apenaría:
y lo que ha sido de mi vida, desde
que al nuevo siglo ha ido mi señora,
no hay lengua que pudiese referirlo:
por ello, aunque quisiera, mis señoras,
quién soy yo no sabría bien deciros,
tanto me hace penar mi amarga vida;
que ha tanto envilecido,
que todos me parece que dijeran
al ver mi aspecto lúgubre: «Te dejo».
Pero mi dueña lo que soy contempla,
y todavía su merced espero.

Compasiva canción vete llorando;
en busca de las damas y doncellas
a quienes tus hermanas
acostumbraban darles regocijo;
y tú, como eres hija de tristeza,
vete desconsolada a estar con ellas.

Dante Alighieri

Amor tan largamente:

Amor tan largamente me ha tenido
y a su dominio tan acostumbrado,
que así como era duro en el comienzo,
es en el corazón ahora suave.
Mas cuando me arrebata así el valor,
que parece que huyeran mis espíritus,
entonces siente mi alma frágil tanta
dulzura, que mi rostro se amortece.
Tanto poder Amor toma en mí luego,
que hace que hablando vayan mis espíritus,
y salen invocando
que aún me dé más salud, a mi señora.
Esto doquiera que me ve me ocurre,
cosa increíble, por ser tan humilde.

Dante Alighieri

Toda salud perfectamente:

Toda salud perfectamente ve
quien ve a mi dama en medio de otras damas;
son obligadas las que van con ella
a Dios por tal merced las gracias darle.

Y de tanta virtud es su belleza,
que en las otras ninguna envidia causa,
antes hace que vayan junto a ella
vistiéndose de amor, fe y gentileza.

Humilde cualquier cosa hace su vista,
y no hace sólo a ella placentera,
mas honor todas por su causa tienen.

Y es tan gentil en todas sus acciones,
que no puede ninguno recordarla
sin que en dulzura de amor no supiese.

Dante Alighieri

Aparece tan noble:

Tan gentil y honorable se presenta
cuando a alguno saluda mi señora,
que temblando las lenguas enmudecen,
y no se atreven a mirar los ojos.

Sintiéndose alabar, camina ella,
benignamente de humildad vestida;
y parece una cosa que viniese
del cielo a tierra por mostrar milagro.

Tan placentera a quien la ve se muestra,
que el corazón endulza por los ojos,
y aquel que no lo prueba no lo entiende:

y escaparse parece de sus labios
un delicado espíritu amoroso
que al alma va diciéndole: suspira.

Dante Alighieri

sábado, 12 de septiembre de 2015

En mi pecho:

En mi pecho sentí que despertaba
un amoroso espíritu dormido:
y vi luego venir a Amor de lejos,
tan alegre que no la conocía,

diciendo: «Piensa en cómo agradecerme»;
y reíase en todas sus palabras.
Y estando mi señor conmigo un rato,
mirando hacia el lugar del que venía,

a doña Vanna vi, y a doña Bice
que venían al sitio en que yo estaba,
un prodigio detrás de otro prodigio.

Y tal como la mente me recuerda,
Amor me dijo: «Aquella es Primavera,
y esa se llama Amor, tánto me iguala».

Dante Alighieri

Una mujer piadosa y de edad joven:

Una mujer piadosa y de edad joven,
rica de toda humana gentileza,
donde llamaba yo a la Muerte estaba,
y al ver mis ojos llenos de penares,
y mis vanas palabras escuchando,
un fuerte llanto comenzó con miedo.
Y otras mujeres, que se dieron cuenta
de mí por esa que lloró conmigo,
hicieron que se fuese,
y se acercaron para confortarme.
«No te duermas», decía
una, y la otra: «¿Qué te aflige tanto?»
Dejé entonces la extraña fantasía,
el nombre de mi dama repitiendo.
Tan dolorosas mis palabras eran
por la angustia del llanto entrecortadas,
que sólo yo en el pecho entendí el nombre;
y con toda la vista que se había
mostrado avergonzada en mi semblante,
Amor me hizo que volviera a ellas.
Mi color se mostraba de tal modo
que la muerte a cualquiera recordaba.
«Consolemos a éste»,
rogaba una a la otra humildemente;
y repetían luego:
«¿Qué has visto que no tienes ya coraje?»
Y cuando estuve un tanto confortado
dije: «Voy a decíroslo, señoras.
Mientras pensaba yo en mi frágil vida,
y en lo efímera que es su duración,
Amor lloró en mi pecho, en donde vive;
por lo que estuvo mi alma tan perdida,
que decía en mi mente suspirando:
—Ha de morir un día mi señora.—
Tanto me turbé entonces, que los ojos
cerré que mi flaqueza apesaraba,
y tanto se abatieron
mis espíritus, que se dispersaron;
e imaginando luego,
privado de verdad y de cordura,
vi doloridos rostros de mujeres:
—Morirás, morirás, me repetían.
Vi luego cosas amedrentadoras,
en ese imaginar vano en que entré:
y parecióme estar no sé en qué sitio,
y ver muejres que iban desceñidas,
gimiendo unas y llorando otras,
que de tristeza fuego asaeteaban.
Me pareció después ver poco a poco
turbarse el sol y aparecer la estrella,
y llorar uno y otra;
caer las aves que el aire volaban
y la tierra temblar;
y un hombre apareció pálido y flaco,
diciéndome: —¿Qué haces? ¿No lo sabes?
Muerta es tu dama que era tan hermosa.—
Levantaba mis ojos anegados,
y como lluvia de maná veía
ángeles que volvían a los cielos,
rodeados por una nubecilla,
tras de la cual: Hosanna, proclamaban.
Y os lo diría si algo más dijeran.
Y Amor decía: —Ya no te lo oculto;
a nuestra dueña ven a ver yacente.
Me condujo el falaz
imaginar a ver a mi señora
muerta, y vi, al advertirla,
cubriéndola mujeres con un velo;
y en ella había una humildad sincera
que decir parecía: Estoy en paz.
Yo en mi dolor me hacía tan humilde,
tanta humildad viendo encarnada en ella,
que decía: —Cuán dulce me pareces,
Muerte, y desde ahora noble debes ser,
luego de haber estado en mi señora,
y piedad, no desdén, debes tenerme.
Ve que vengo, de estar entre los tuyos
tan deseoso, que en la fe te igualo.
Mi corazón te llama.—
Luego me iba, consumado el duelo;
y cuando estaba solo,
mirando al alto reino repetía:
—Alma bella, dichoso es quien te ve—
Después vuestras mercedes me llamaron.»

Dante Alighieri

Eres tú aquel:

¿Eres tú aquel que de nuestra señora
hablabas con nosotras a menudo?
A aquel en la voz bien te asemejas,
mas la figura parece distinta.

¿Y por qué lloras descorazonado,
haciendo que de ti se apiaden otros?
¿La viste tú llorar, y así no puedes
ocultar tu doliente pensamiento?

Déjanos ir llorando tristemente
(y peca aquel que nos diera consuelo)
que entre su llanto su hablar escuchamos.

Tanto su rostro la piedad descubre,
que quien hubiese querido mirarla
hubiese muerto ante ella que lloraba.

Dante Alighieri

Vosotras que lleváis:

Vosotras que lleváis tristes semblantes,
con ojos bajos que dolor demuestran,
¿de dónde venís que vuestro color
igual que el de piedad parece hecho?

¿Visteis a nuestra señora gentil
bañar de llanto a Amor en su semblante?
Decídmelo, que el pecho me lo dice,
porque solemnes caminar os veo.

Y si venís de compasión tan grande,
quedar os plazca un rato aquí conmigo,
sin ocultarme lo que ha sido de ella.

Veo que tienen llanto vuestros ojos,
y tan desfiguradas regresáis,
que de ver tánto el corazón me tiembla.

Dante Alighieri

Amor lleva en los ojos:

Amor lleva en los ojos mi señora,
por lo cual ennoblece cuanto mira;
por donde pasa gíranse los hombres,
y a quien saluda hace temblarle el pecho,

tal que la vista baja y palidece,
por todos sus defectos suspirando:
ira y soberbia escapan ante ella.
Ayudadme a rendirle honor, oh damas.

Toda dulzura y pensamiento humilde
nace en el corazón de quien la escucha,
por ello a quien la vio primero alaban.

Lo que parece cuando se sonríe,
no puede ni expresarse ni entenderse,
tal es milagro nunca visto y noble.

Dante Alighieri

Amor y noble corazón:

Amor y noble corazón son uno,
tal como el sabio en su dictado escribe,
y así se atreve a estar uno sin otro
cual sin razón el alma racional.

Si se enamora la naturaleza,
hace a Amor dueño, y casa al corazón,
en la que reposadamente duerme
corto a veces o largo tiempo. Luego

en discreta mujer belleza surge,
y tanto el verla agrada, que en el pecho
nace un deseo de aquello que agrada;

y tanto tiempo entonces dura en éste,
que despierta al espíritu de Amor.
E igual hace en mujer hombre que vale.

Dante Alighieri

Damas que sois:

Damas que sois en el amor entendidas,
cantaros quiero acerca de mi dama,
no porque piense concluir su loa
sino hablar en descargo de la mente.
Digo yo que pensando en cuánto vale,
tan dulcemente Amor sentir se me hace,
que si yo no perdiera mi osadía,
hablando haría enamorarse a todos.
Y yo no quiero hablar tan altamente,
que, por temor, en vil me convirtiera;
mas trataré de su gentil estado
con ligereza, si a ella me remito,
enamoradas damas y doncellas,
que no es para otra gente, con vosotras.
Un ángel clama a la mente divina
y le dice: «Señor, se ve en el mundo
un milagro en el acto que proviene
de un alma que hasta lo alto resplandece.»
El cielo, que no tiene falta alguna
sino el tenerla, a su señor le pide,
y gritan tal merced los santos todos.
Sólo Piedad nuestra causa defiende,
y Dios, a mi señora atento, dice:
«Amados míos, consentid pacientes
que esté cuanto me plazca esa esperanza
donde hay alguno que perderla espera,
y dirá en el infierno: Oh malnacidos
yo he visto la esperanza de los justos.».
Desea el sumo cielo a mi señora:
Ahora de su virtud yo quiero hablaros.
Quien parecer quisiera noble dama,
vaya con ella, que cuando camina,
Amor al corazón villano hiela,
y muere todo pensamiento suyo;
y aquel que contemplarla consiguiese,
o se ennoblecería, o pereciera.
Y cuando a alguno encuentra que sea digno
de verla, su virtud aquel demuestra,
pues es su salvación lo que ella otorga,
y humildemente toda ofensa olvida.
Y aún Dios por mayor gracia concede
que quien le habló no puede condenarse.
Amor dice de ella: «¿Algo mortal,
cómo ser puede tan hermoso y puro?»
Luego la mira, y se jura a sí mismo
que algo no visto Dios quiso hacer de ella.
Tiene casi color de perla, cual
conviene a una mujer, no sin medida;
ella es cuanto de bien naturaleza
puede hacer, y es ejemplo de hermosura.
Salen, cuando los mueve, de sus ojos,
espíritus de amor enardecidos
que a quien la mira hieren en los ojos
y le penetran hasta el corazón:
Amor en su semblante veis pintado,
donde mirarla fijo nadie puede.
Yo sé, Canción, que irás a muchas damas
hablando, cuando te haya dado curso.
Te advierto ahora, porque te he educado
como hija de Amor sencilla y joven,
que a donde llegues suplicando digas:
«Enseñadme el camino, pues me envían
a aquella cuyas loas me engalanan».
Y si no quieres caminar en vano,
donde haya gente vil no te detengas:
ingéniate, si puedes, en mostrarte
con damas solo o con hombres corteses,
que allí te llevarán por un atajo.
A Amor encontrarás junto con ella,
recomiéndame a él, como tú debes.

Dante Alighieri

A la mente me viene:

A la mente me viene con frecuencia
la triste condición que Amor me otorga,
y la piedad me embarga, tal que a veces
digo: «¡Ay triste! ¿le ocurre a alguno esto?»;

que Amor me asalta subitáneamente,
tal que la vida casi me abandona:
vivo sólo un espíritu me queda,
y permanece, porque de vos habla.

Luego me esfuerzo, pues salvarme quiero,
y falta de valor, amortecido,
a veros vengo, creyendo curarme:

y si para mirar los ojos alzo,
un palpitar mi corazón sacude,
que hace partir el alma de los pulsos.

Dante Alighieri

Muere en mi mente:

Muere en mi mente lo que me acontece,
cuando, mi hermosa dicha, voy a veros;
y cuando os tengo cerca a Amor escucho
decir: «Si perecer te enoja, escapa.»

Muestra el color del corazón el rostro,
que amortecido, donde puede, apoya;
y aún las piedras parece que gritasen
por la ebriedad del gran temblor: ¡Que muera!

Quien entonces me viese pecaría,
si no conforta mi alma atribulada,
con sólo demostrar compadecerme,

por la piedad, que vuestra burla mata,
la cual se cría en la mirada muerta
de los ojos, que anhelan su morir.

Dante Alighieri

viernes, 11 de septiembre de 2015

De mí os burláis:

De mí os burláis junto con otras damas,
y no pensáis, señora, de qué venga
el que yo muestre aspecto tan extraño
ante la vista de vuestra hermosura.

Si lo supieseis, Piedad no podría
ejercer contra mí la usada prueba,
que cuando Amor me encuentra junto a vos
tanta osadía y fortaleza adquiere,

que ataca a mis espíritus medrosos,
y a algunos mata y a otros los expulsa,
tal que se queda él sólo para veros:

por lo que tomo figura de otro,
pero no tanto que entonces no escuche
los ayes de los tristes expulsados.

Dante Alighieri

Hablan de Amor:

Hablan de Amor mis pensamientos todos;
y hay una variedad tan grande en ellos,
que uno su potestad querer me hace,
que su valor es loco el otro piensa,

otro esperando me da su dulzura,
otro me hace llorar frecuentemente;
y en suplicar piedad sólo concuerdan,
temblando del temor que hay en el pecho.

Así es que yo no sé escoger asunto,
decir quisiera, y no sé qué me diga:
¡y así me encuentro en amorosa duda!

Y si con todos quiero hacer acuerdo,
es preciso que llame a mi enemiga,
mi señora Piedad, que me defienda.

Dante Alighieri

Balada, quiero:

Balada, quiero que busques a Amor,
y ante mi dama con él te presentes,
así que mi disculpa, que tú cantes,
razone mi señor luego con ella.
Con tanta cortesía vas, balada,
que sin acompañante
podrías atreverte en cualquier sitio;
pero si quieres ir más confiada,
a Amor busca antes,
pues ir sin él tal vez no fuera bueno;
puesto que aquella que debiera oírte,
airada, según creo, está conmigo:
si no fueras por él acompañada,
fácil es que te hiciera una deshonra.
Con dulce son, en cuanto estés con él,
empieza estas palabras,
después de haberñe compasión pedido:
«Aquel que a vos, señora, me ha enviado,
cuando gustéis, desea,
si excusa tiene, que me sea oída.
Aquí está Amor, que por vuestra hermosura
cambiar le hace el semblante, como quiere:
por qué le hizo así mirar a otra
pensadlo vos, que el corazón no os muda.»
Dile: «Señora, con tan firme fe
su corazón ha estado,
que a todo su pensar lleva a serviros:
pronto fue vuestro, sin dejaros nunca.»
Y si ella no te cree,
di que pregunte a Amor, que bien lo sabe;
y haz, cuando acabes, un humilde ruego:
si concederme su perdón la enfada,
ordéneme morir con un mensaje,
y se verá de un siervo obedecida.
Y di a quien es de toda piedad llave,
antes de que la dejes,
que le sabrá contar mi buen motivo:
«Por gracia de mi suave melodía
quédate tú con ella,
y dile cuanto quieras de tu siervo;
y si ella por tu ruego le perdona,
haz que un hermoso gesto paz le anuncie.»
Gentil balada mía, cuando gustes
marcha en el punto en el que honor recibas.

Dante Alighieri