sábado, 29 de agosto de 2015

Como suele decirse:

Como suele decirse
“el incidente queda terminado”.
La barca del amor
se destrozó contra las costumbres.
Pague mis cuentas con la vida.
No hace falta enumerar
las ofensas mutuas, los daños y las penas.
Adiós y buena suerte.

Vladimir Maiakovski

domingo, 23 de agosto de 2015

Cenizas:

Hemos dicho palabras,
palabras para despertar muertos,
palabras para hacer un fuego,
palabras donde poder sentarnos
y sonreír.

Hemos creado el sermón
del pájaro y del mar,
el sermón del agua,
el sermón del amor.

Nos hemos arrodillado
y adorado frases extensas
como el suspiro de la estrella,
frases como olas,
frases con alas.

Hemos inventado nuevos nombres
para el vino y para la risa,
para las miradas y sus terribles
caminos.

Yo ahora estoy sola
-como la avara delirante
sobre su montaña de oro-
arrojando palabras hacia el cielo,
pero yo estoy sola
y no puedo decirle a mi amado
aquellas palabras por las que vivo.

Alejandra Pizarnik

La caída:

Música jamás oída,
Amada en antiguas fiestas.
¿Ya nunca volveré a abrazar
al que vendrá después del final?

Pero esta inocente necesidad de viajar
entre plegarias y aullidos.
Yo no sé. No sé sino el rostro
de cien ojos de piedra
que llora junto al silencio
y que me espera.

Jardín recorrido en lágrimas,
habitantes que besé
cuando mi muerte aún no había nacido.
En el viento sagrado
tejían mi destino.

Alejandra Pizarnik

Artes Invisibles:

Tú que cantas todas mis muertes.
Tú que cantas lo que no confías
al sueño del tiempo,
descríbeme la casa del vacío
háblame de esas palabras vestidas de féretros
que habitan mi inocencia.

Con todas mis muertes
yo me entrego a mi muerte,
con puñados de infancia,
con deseos ebrios
que no anduvieron bajo el sol,
y no hay una palabra madrugadora
que le dé la razón a la muerte,
y no hay un dios donde morir sin muecas.

Alejandra Pizarnik

Exilio:

 A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en que vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

Alejandra Pizarnik

La única herida:

¿Qué bestia caída de pasmo
se arrastra por mi sangre
y quiere salvarse?

He aquí lo difícil:
caminar por las calles
y señalar el cielo o la tierra.

Alejandra Pizarnik

Hija del viento:

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencia,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo de tu llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

Alejandra Pizarnik

Tiempo:

 A Olga Orozco

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.

Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.

Alejandra Pizarnik

La danza inmóvil:

Mensajeros en la noche anunciaron lo que no oímos.
Se buscó debajo del aullido de la luz.
Se quiso detener el avance de las manos enguantadas
que estrangulaban a la inocencia.

Y si se escondieron en la casa de mi sangre,
¿cómo no me arrastro hasta el amado
que muere detrás de mi ternura?
¿Por qué no huyo
y me persigo con cuchillos
y me deliro?

De muerte se ha tejido cada instante.
Yo devoro la furia como un ángel idiota
invadido de malezas
que le impiden recordar el color del cielo.

Pero ellos y yo sabemos
que el cielo tiene el color de la infancia muerta.

Alejandra Pizarnik

La jaula:

Afuera hay sol.
No es más que un sol
Pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y sedientos de realidad
bailan conmigo
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

Alejandra Pizarnik

viernes, 21 de agosto de 2015

Tú fuiste para mí:

Tú fuiste para mí, oh amor,
todo lo que mi espíritu anhelaba,
isla verde en el mar,
fuente y santuario,
con guirnaldas de frutas y de flores,
oh amor, que fueron mías.


¡Ah hermoso sueño, por hermoso efímero!
¡Ah estrellada Esperanza que surgiste
para pronto morir!
Una voz del futuro me reclama:
-¡Adelante! ¡Adelante!-. Mas se cierne
sobre el pasado (¡negro abismo!) mi alma
medrosa, inmóvil, muda.

¡Ay, ya no está conmigo
la luz de mi existencia!
<<Ya nunca..., nunca..., nunca>>

(Así murmura el mar solemne
a las arenas de la playa),
ya nunca el árbol roto dará flores
ni el águila muriente alzará su vuelo.
Hoy mis días son vanos
y mis nocturnos sueños
andan allá donde tus ojos grises
miran, donde pisan tus plantas,
¡Oh, en qué danzas etéreas, a la orilla
de itálicos arroyos!

¡Ay, en qué aciago día
por el mar te llevaron
robándote al amor, para entregarte
a caducos blasones mancillados!
¡Robándote a mi amor, a nuestra tierra
donde lloran los sauces en la niebla!

Angelo Poliziano

Te fuiste no sé dónde:

Te fuiste no sé dónde.
Ni las cumbres ni las aves
no te saben los pasos.
Volaste sin decir nada
dejándonos sólo
el canto de tu risa.


No sé dónde estás, Margalida,
pero el canto te llega,
tómalo como un beso.
Grita el nombre
de tu amante,
bandera negra en el corazón.

Y tal vez no sabrás
que su cuerpo menudo
nos crece en las venas
al leer su gesto
escrito por paredes
que lloran la historia.

Y con esta canción
renazca su grito
por campos, mares y bosques,
y que sea su nombre
como la sombra fiel
que es nuestra a todas horas.

Canción catalana, para rendir homenaje al anarquista Salvador Puig Antich, militante del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación). Asesinado el 2 de Marzo de 1974. Fue el último ejecutado por garrote vil durante la dictadura franquista en España.

domingo, 16 de agosto de 2015

La última inocencia:

Partir
en cuerpo y alma
partir.

Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.

He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir.

He de partir

Pero arremete, ¡viajera!

Alejandra Pizarnik

A la espera de la oscuridad:

Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el sumo de las violencias
Perdidas en el centro de los helados campanarios.

Ampáralo niña ciega del alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos.

Alejandra Pizarnik

Solamente:

Ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida.

Alejandra Pizarnik

Noche:

Quoi, toujours? Entre moi sans cesse et
Le bonheur!
G. DE NERVAL

Tal vez esta noche no es noche
debe ser un sol horrendo, o
lo otro, o cualquier cosa...
¡Qué sé yo! ¡Faltan palabras,
falta candor, falta poesía
cuando la sangre llora y llora!

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Si sólo me fuera dado palpar
las sombras, oír pasos
decir <buenas noches> a cualquiera
que pasease a su perro,
miraría la luna, dijera su
extraña lactescencia, tropezaría
con piedras al azar, como se hace.

Pero hay algo que rompe la piel,
una ciega furia
que corre por mi venas.
¡Quiero salir! Cancerbero del alma:
¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa!

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Aún quedan ensueños rezagados.

¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces!
¡Y mis pocos años! ¿Por qué no?
La muerte está lejana. No me mira.

¡Tanta vida Señor!
¿Para qué tanta vida?

Alejandra Pizarnik

Sueño:

Estallará la isla del recuerdo
La vida será un acto de candor
Prisión
para los días sin retorno
Mañana
los monstruos del bosque destruirán la playa
sobre el vidrio del misterio
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos del alma.

Alejandra Pizarnik

Cenizas:

La noche se astilló en estrellas
mirándome alucinada
el aire arroja odio
embellecido su rostro
con música.

Pronto nos iremos

Arcano sueño
antepasado de mi sonrisa
el mundo está demacrado
y hay candado pero no llaves
y hay pavor pero no lágrimas.

¿Qué haré conmigo?

Porque a Ti te debo lo que soy

Pero no tengo mañana

Porque a Ti te...

La noche sufre.

Alejandra Pizarnik

Canto:

El tiempo tiene miedo
el miedo tiene tiempo
el miedo

pasea por mi sangre
arranca mis mejores frutos
devasta mi lastimosa muralla

destrucción de destrucciones
sólo destrucción

y miedo
mucho miedo
miedo.

Alejandra Pizarnik

La enamorada:

Esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.

hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada, ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!

Alejandra Pizarnik

jueves, 13 de agosto de 2015

La escuela ha muerto:

La escuela ha muerto.
El profesorado ha muerto, inerte, conformista
y encerrado en su aula, hermético e inamovible.

Las aulas han muerto,
sus paredes comenzaron a temblar y se desplomaron
cuando alguien rompió el orden de los pupitres
y amenazó con expulsar de allí al libro de texto.


Las directivas han muerto,
ahogadas en la burocracia,
aburridas, faltas de norte.

Las familias han muerto,
mientras que alguien intentó que accedieran a los centros
no sólo el día de la fiesta.

Los gobiernos han muerto,
sus políticas educativas eran egoístas,
iban y venían como las olas del mar.

La formación ha muerto,
hacía tiempo que ya no tenían a quién formar,
todo el mundo acumulaba méritos suficientes.

El alumnado no estaba allí,
se salvó porque hacia años que habitaba en otro espacio,
en otro tiempo.

La escuela ha muerto, de risa,
al oír decir a uno de sus maestros
que quería cambiar la escuela.

B. Lloyd

A un desconocido:

¡Desconocido que pasas! No sabes con cuánto ardor te contemplo,
debes ser el que busco, o la que busco (esto me viene como en sueños),
seguramente he vivido contigo en alguna parte una vida de gozo,
todo se evoca al deslizarnos el uno cerca del otro,
fluidos, afectuosos, castos, maduros,
tú creciste conmigo, fuiste um muchacho conmigo o una muchacha conmigo,
he comido contigo y he dormido contigo, tu cuerpo ha dejado de ser sólo tuyo y ha impedido que mi
cuerpo sea sólo mío,
tú me das el placer de tus ojos, de tu rostro, de tu carne,
al pasar; tú me tocas la barba, el pecho, las manos, en cambio,
no debo hablarte, debo pensar en ti cuando esté sentado solo
o me despierte solo en la noche,
debo esperar, no dudo que te encontraré otra vez,
debo cuidar de no perderte.

Walt Whitman

miércoles, 12 de agosto de 2015

Origen:

Hay que salvar al viento
los pájaros queman el viento
en los cabellos de la mujer solitaria
que regresa de la naturaleza
y teje tormentos
Hay que salvar al viento.

Alejandra Pizarnik

La de los ojos abiertos:

La vida juega en la plaza
con el ser que nunca fui
y aquí estoy
baila pensamiento
en la cuerda de mi sonrisa
y todos dicen que esto pasó y es
va pasando
va pasando
mi corazón
abre la ventana
vida
aquí estoy
mi vida
mi sola y aterida sangre
percute en el mundo
pero quiero saberme viva
pero no quiero hablar
de la muerte
ni de sus extrañas manos.

Alejandra Pizarnik

Algo:

Noche que te vas
dame la mano

obra de ángel bullente
los días se suicidan

¿por qué?

noche que te vas
buenas noches.

Alejandra Pizarnik

Salvación:

Se fuga la isla
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta
Ahora
es el fuego sometido
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horros de la civilización
que purifica la caída de la noche
Ahora
La muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.

Alejandra Pizarnik

Lejanía:

Mi ser henchido de barcos blancos.
Mi ser reventado sentires.
Toda yo bajo las reminiscencias de
tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus
pestañas.
Quiero rehuir la inquietud de tus
labios.
¿Por qué tu visión fantasmagórica
redondea las cálices de
estas horas?

Alejandra Pizarnik

Más allá del olvido:

Alguna vez de un costado de la luna
verás caer los besos que brillan en mí
las sombras sonreirán altivas
luciendo el secreto que gime vagando
vendrán las hojas impávidas que
algún día fueron lo que mis ojos
vendrán las mustias fragancias que
innatas descendieron del alado son
vendrán las rojas alegrías que
burbujean intensas en el sol que
redondea las armonías equidistantes en
el humo danzante de la pipa de mi amor.

Alejandra Pizarnik

Como Adán al amanecer:

Como Adán al amanecer,
salgo del bosque fortalecido por el descanso nocturno,
miradme cuando paso, escuchad mi voz, acercaos,
tocadme, aplicad la palma de vuestra mano a mi cuerpo cuando paso,
no tengáis miedo de mi cuerpo.

Walt Whitman

Yo soy aquel a quien atormenta:

Yo soy aquel a quien atormenta el deseo amoroso;
¿No gravita la tierra?, ¿no atrae la materia,
atormentada, a la materia?
Así mi cuerpo atrae a los cuerpos de todos aquellos a
quienes encuentro o conozco.

Walt Whitman

Yo canto el cuerpo eléctrico:

1

Yo canto el cuerpo eléctrico,
la muchedumbre de aquellos a quienes amo me circunda y yo la circundo,
no abandonarán: tendré que irme con ellos y responderles,
y los purificaré y les impregnaré con la esencia del alma.

¿No sabemos que los que corrompen su cuerpo se esconden?
¿Y que los que profanan a los vivos son tan perversos como los que profanan a los muertos?
¿Y que el cuerpo vale tanto como el alma?
¿Y si el cuerpo no fuese el alma, qué sería el alma?

2

El amor por el cuerpo de un hombre o una mujer
frustra toda explicación, sus cuerpos mismos frustran toda explicación,
el cuerpo del hombre es perfecto, y el cuerpo de la mujer es perfecto.

La expresión del rostro frustra toda explicación,
mas la expresión del hombre perfecto se manifiesta no sólo en su rostro,
está también en sus miembros y articulaciones; está, de modo singular, en las articulaciones de su
cadera y de sus muñecas,
está en su andar, en la actitud de su cuello, en la flexión de su talle y de sus rodillas, el traje no la oculta.
Su límpida cualidad masculina se muestra a través de su camisa y de su traje,
su presencia expresa, tanto como el mejor poema, y aun más,
os paráis a mirar a su espalda, su cabeza y sus hombros.

La plenitud de los niños que se tienden abiertos de brazos y piernas, los senos y cabezas de las mujeres, los pliegues de sus faldas, su elegancia, el contorno de la parte inferior de su cuerpo,
el nadador desnudo en la piscina, que nada a través del transparente resplandor verde,
o tendido boca arriba, deslizándose de un lado a otro sobre el pecho del agua,
la inclinación hacia adelante y hacia atrás de los remeros en los botes de remos, el jinete en su silla,
muchachas, madres, amas de llaves en sus quehaceres, el grupo de peones sentado a mediodía ante su
comida, esperando a sus mujeres,
la mujer que arrulla a un niño, la hija del labrador en la huerta o en la sementera,
el mozo que azadona el maizal, el conductor del trineo que guía a sus caballos por en medio de la multitud,
la lucha de los luchadores, dos muchachos aprendices, ya crecidos, vigorosos, afables, en el solar abandonado, al atardecer, después del trabajo, han tirado sus chaquetas y sus gorras y se abrazan
con el abrazo del amor y de la resistencia,
asidos por arriba y asidos por abajo, el cabello en desorden les cubre los ojos;
desfilan los bomberos uniformados, el juego de los músculos viriles que se distingue a través de los pantalones ceñidos y de las pretinas,
regresan lentamente del lugar del incendio, se paran al oír otra vez el súbito doblar de la campana y escuchan con atención,
las actitudes variadas, perfectas, naturales, las cabezas inclinadas, los cuellos encorvados y el contar;
es a éstos y a los que se les parecen a quienes amo -me ablando, me uno espontáneamente a ellos,
estoy en el regazo de la madre con el pequeñuelo, nado con los nadadores, lucho con los luchadores,
marcho en formación con los bomberos y me paro, escucho, cuento.

3

Conocí a un hombre, un labrador humilde, que era el padre de cinco hijos,
y en ellos a los padres de otros hijos, y en ellos a los padres de otros hijos.

Este hombre era maravillosamente fuerte, sereno, hermoso.
La forma de su cabeza, su barba y su cabello gris, el significado inconmensurable de sus ojos negros, la variedad y amplitud de sus modales,
para ver estas cosas yo solía visitarlo: era también discreto,
tenía seis pies de estatura y más de ochenta años; sus hijos eran corpulentos, puros, barbados, de rostros curtidos, hermosos,
ellos y sus hijas le amaban, todos los que leveían, le amaban,
no le amaban con indulgencia: le amaban con amor personal,
no bebía sino agua, la sangre se mostraba roja a tra´ves de su clara tez morena,
era gran cazador y gran pescador, gobernaba él mismo su bote, poseía uno hermoso que se lo
había regalado un armador, poseía escopetas que se las había regalado hombres que lo amaban,
cuando salía con sus cinco hijos y sus nietos numerosos de caza o de pesca, lo señalaban como
el más hermoso y robusto de la cuadrilla, habrías deseado estar con él mucho tiempo, habrías
deseado sentarte junto a él en su bote, para tocaros mutuamente.

Walt Whitman

domingo, 9 de agosto de 2015

Sólo un amor:

Mi amor se amplía.
Es un paracaídas perfecto.
Es un clic que se exhala y
su pecho se hace inmenso.
Mi amor no ruge
no clama
no ruega
no ríe.
Su cuerpo es un ojo.
Su piel es un mapamundi.
Mis palabras perforan la
última señal de su nombre.
Mis besos son anguilas que él
Se ufana en dejar resbalar.
Mis caricias un chorro reminiscente de
música sobre fuentes de Roma.
Nadie pudo huir aún de su territorio
anímico.
No hay rutas ni pliegues ni insectos.
Todo es tan terso que mis lágrimas se
sublevan.
Mi creación es una mojigatería junto a
su rubio carromato.
En estos momentos el tintero alza vuelo y
enfila hacia linderos inacabables de
mosquitos haciendo el amor.
Suena el fatídico sonido. Ya no vuelo.
Es mi amor que se amplía.

Alejandra Pizarnik

Voy cayendo...

1

El vino es como un llanto desolado que
humedece mi juventud frente a tus besos que
otra deglute
el vino es el elixir que pulveriza los
pestilentes deseos de
mi cuerpo que
aletea gimiendo frente a tu efigie de
sombra amodorrada.

2

El vino se aclara mezclado a mis
lágrimas tan mudas
tu rostro de gitano enharinado aparece en
cada burbuja
mi garganta es un archipiélago maldito
mi sien la tapa de un pozo inmundo
¡desearte amor y enfrentar tu altura con
cursis angustias!

Alejandra Pizanik

Cielo:

Mirando el cielo

me digo que es celeste desteñido (témpera
azul puro después de una ducha helada)

Las nubes se mueven

pienso en tu rostro y en ti y en tus manos y
en el ruido de tu pluma y en ti
¡pero tu rostro no aparece en ninguna nube!
yo esperaba verlo adherido a ella como un
trozo de algodón enyodado dentro de la tela adhesiva
sigo caminando

un cocktail mental embaldosa mi frente
no sé si pensar en el cielo o en ti
¿y si tirara una moneda? (cara tú seca cielo)
¡no! tu ser no se arriesga y
yo te deseo ¡te de-se-o!
cielo trozo de cosmos cielo murciélago infinito
inmutable como los ojos de mi amor

Pensemos en los dos

Los dos tú + cielo = mis galopantes sensaciones
biformes bicoloreadas bitremendas bilejanas
lejanas lejanas

lejos

Sí amor estás lejos como el mosquito
¡sí! Ese que persigue a una mosquita junto
al farol amarillosucio que vigila bajo el
cielo negrolimpio esta noche angustiosa
llena de dualismos

Alejandra Pizarnik

Irme en un barco negro:

Las sombras escudan al humo veloz que
danza en la trama de
este festival silencioso
las sombras esconden varios puntos oscuros que
giran y giran entre tus ojos
mi pluma retarda el TÚ anhelante
mi sien late mil veces TU nombre
¡si tus ojos pudieran venir!
acá sí amor acá
entre las sombras el humo y la danza
entre las sombras lo negro y yo.

Alejandra Pizarnik

Yo soy...

¿Mis alas?
Dos pétalos podridos.

¿Mi razón?
Copitas de vino agrio.

¿Mi vida?
Vacío bien pensado.

¿Mi cuerpo?
Un tajo en la silla.

¿Mi vaivén?
Un gong infantil.

¿Mi rostro?
Un cero disimulado.

¿Mis ojos?
¡Ah! trozos de infinito.

Alejandra Pizarnik

Un boleto objetivo:

1

Entre los soplos de tantas arterias
hurgo agazapada en los bolsillos de
mi campera
tratando de hallar algo que haga
flotar mi destripada
aurora.

2

Miro rostros busco rostros hallo rostros
la imagen de su igualdad enfría la
estética
desde la ventanilla tranviaria mi
asiento es la cima
del mundo.

3

Vuelan uñas brazos anillos peces
vienen sonidos azules rojos verdes
desfile que hierve en tremendos
borbotones
mas nada altera insinuante la
seguridad en mi
asiento.

Alejandra Pizarnik

¡Oh, cuál te adoro!

¡Oh, cuál te adoro! Con la luz del día
tu nombre invoco apasianada y triste,
y cuando el cielo en sombras se reviste
aún te llama exaltada el alma mía.

Tú eres el tiempo que mis horas guía,
tú eres la idea que mi mente asiste,
porque en ti se concentra cuanto existe,
mi pasión, mi esperanza, mi poesía.

No hay canto que igualar pueda a tu acento
cuando tu amor me cuentas y deliras
revelando la fe de tu contento.

Tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,
y quisiera exhalar mi último aliento
abrasada en el aire que respiras.

Carolina Coronado.

viernes, 7 de agosto de 2015

Seguiré:

Roto marco centra este todo
de árbol castrado llorando
medir cada paso a lo largo
si no se perturba la luna
la luz redondea blancuras
de nabos rallados
tirar cada envoltura
si no se distorsiona lo negro
la música enrojece la ruta
de cada pequeño húmedo
girar girar girar
percibir junto al marco roto
sentires de tacos y muelas
querer agarrarlo todo.

Alejandra Pizarnik

Ajedrez:

Todavía la enclítica no destruye
los peones reverentes ante él
millares de montañas
revientan exquisitas
delante del sol rojo
(no sol amarillo)
pensar innato en moldeadas rejas
torta trashumeante de vela sin fogón
quisiera ser masa lingüística
para cortarle la barba
ondas en preciosa lumbre
alzar bandera gratuita
kilómetros de nueces
y golpes en relevante torniquete.

Alejandra Pizarnik

Dibujo:

La rodilla de la ensenada
Huele primores bien escritos
Escarchas salientes mojan su
Cuerpo arqueado
Mil relojes zumban
Las horas de las mil distancias
Y el florero renace
Bajo la sombra de la catacumba.

Alejandra Pizarnik

Reminiscencias Quirománticas:

Dos manos de flores pendientes resumen la
burda escultura de exóticas formas que
brillan vendiendo a las brujas el
augusto signo de vida por muerte
leyendo en las líneas las miles de
veces que vences o gimes o lloras o ríes o
emprendes camino a un paso fijo que
lucha en la noche repeliendo los
viles ataúdes que esgrime el fracaso.

Alejandra Pizarnik

De mi diario:

Miraba los coches en arreglo
sin sus vestiduras metálicas
las partes delanteras semejaban
calaveras recién estrenadas
Un sol amarillo dejaba caer indiferente
pedazos luminosos de algo coloreado
más las sombras persistían
aún en los retazos del astro.
Se sentía cansada ante las nubosidades
que no se movían
un blue rumiaba aburrido en su interior
pasos extravagantes marcaban sus dedos
movilidad acompasada de alfombra y ballet.

Alejandra Pizarnik

Poema a mi papel:

Leyendo propios poemas
penas impresas trascendencias cotidianas
sonrisa orgullosa equívoco perdonado
¡es mío es mío es mío!
Leyendo letra cursiva
latir interior alegre
sentir que la dicha se coagula
o bien o mal o bien
extrañeza de sentirse innatos
cáliz armonioso y autónomo
límite en dedo gordo de pie cansado y
pelo lavado en rizosa cabeza
no importa:
¡¡es mío es mío es mío!!

Alejandra Pizarnik

Mi bosque:

Acumular deseos en plantas ingratas
referir lo tuyo
en verdor solemne
y entonces vendrán diez caballos
a tirar la cola al viento negro
moverán las hojas
sus crines mojadas
y vendrá la escuadra
redondeando versos.

Alejandra Pizarnik

jueves, 6 de agosto de 2015

Muertos están los míos:

"PRIMERA GUERRA MUNDIAL"

Los míos se han ido, pero yo aún existo,
llorándolos en soledad...
Muertos están mis amgios, y por su
meurte mi vida es nada más que un gran
desastre.

Las colinas de mi país están inmersas
en lágrimas y sangre, pues se han ido los míos
y mis amados, y yo estoy aquí
viviendo como lo hacía cuando los míos y mis
amados disfrutaban de la vida y su
munificencia, y cuando las colinas de
mi país estaban benditas y rodeadas
por la luz del sol.
Los míos murieron de hambre, y aquel que
no pereció de inanición fue despedazado
por la espada; y aquí estoy yo
en esta tierra distante, vagando
entre gente feliz que duerme
sobre mullidos lechos, y que sonríe al día,
y el día les sonríe.

Los míos tuvieron una muerte dolorosa
y vergonzosa, y aquí estoy yo viviendo en la paz
y la abundancia... Es esta una gran tragedia
siempre representada en el escenario de mi
corazón; a muy pocos les importa presenciar este
drama, pues los míos son como pájaros
con las alas rotas, que la bandada deja atrás.

Si estuviera hambriento y viviera entre mi
famélico pueblo, y si fuera perseguido junto con
mis oprimidos compatriotas, la carga
de estos días negros pesaría menos
sobre mis desasosegados sueños, y la
oscuridad de la noche sería menos
sombría ante mis hundidos ojos y mi
apesadumbrado corazón y mi alma herida.

Porque aquel que comparte con los suyos
los pesares y agonías sentirá el
supremo alivio que sólo el sufrimiento
y el sacrificio engendran. Y estará
en paz consigo mismo cuando muera,
inocente junto a sus compañeros inocentes.

Pero no estoy viviendo con mi hambriento
y perseguido pueblo, que camina
en el cortejo de la muerte hacia el
martirio... Estoy aquí al otro lado
del ancho mar, viviendo a la sombra de la
tranquilidad, y a la luz de la
paz... Estoy distante de la triste
arena y de los acongojados, y de nada
puedo enorgullecerme, ni siquiera de mis propias
lágrimas.

¿Qué puede hacer un hijo exiliado por
su hambriento pueblo, y de qué vale
para su pueblo el lamento de un
poeta ausente?

Si yo fuera una mazorca de maíz plantada en la tierra
de mi paíz, los niños hambrientos me
seguirían para alejar con mis granos
la mano de la Muerte de su alma. Si fuera
un fruto maduro de los jardines de mi país,
las hambrientas mujeres me arrancarían
para alimentar la vida. Si fuera
un pájaro volando en el cielo de mi país,
mis hambrientos hermanos me darían caza y
con la carne de mi cuerpo alejarían de
sus cuerpos la sombra de la tumba.

Pero ¡Ay de mí! No soy una mazorca de maíz
plantada en las llanuras de Siria, ni un
Maduro fruto de los valles del Líbano:
Esta es mi desventura, la muda calamidad
que me humilla ante mi alma
y ante los fantasmas de la noche...

Esta es la dolorosa tragedia que atiesa mi lengua
y maniata mis brazos y me apresa, despojado
de fuerza, acción y voluntad.
Esta es la maldición marcada a fuego
sobre mi frente
ante Dios y ante los hombres.

Y menudo me han dicho:
"La desventura de tu país no es
nada comparada con la calamidad que aqueja
al Mundo, y las lágrimas y la sangre vertidas
por tu pueblo no son nada comparadas
con los ríos de sangre y lágrimas
derramados cada día y cada noche en los
valles y llanuras de la tierra."

Sí, pero la muerte de los míos es
una silenciosa acusación; es un crimen
concebido por la mente de invisibles
serpientes... Una tragedia sin
música ni decorados... Y si los míos
hubieran atacado a los déspotados
y Opresores para morir como rebeldes,

yo hubiera dicho: "Morir por
la libertad es más noble que vivir a la
sombra de la débil sumisión, porque
aquel que abrace a la muerte con la espada
de la Verdad en la mano, se eternizará
en la eternidad de la Verdad, pues la Vida
es más débil que la Muerte, y la Muerte
más débil que la verdad."

Si mi nación hubiera participado en la guerra
de todas las naciones y hubiera muerto en el
campo de batalla, yo diría que fue
la rugiente tempestad quien quebró
con su furia las tiernas ramas; y una
muerte violente bajo un cielo de
tormenta es más noble que morir
lentamente en los brazos de la senilidad.
Pero no hubo salvación de esas
fauces... Los míos cayeron
y lloraron con los sollozantes ángeles.

Si un terremoto hubiera desgarrado
a mi país en dos y la tierra hubiera
engullido a los míos en su seno,
yo hubiera dicho: "Una gran ley misteriosa
ha actuado por voluntad de la fuerza divina,
y sería una locura si nosotros,
frágiles mortales, intentáramos escudriñar
sus profundos secretos..."

Pero los míos no murieron en rebeldía;
No los mataron en el campo
de batalla; ni tampoco un terremoto
destró mi país para avasallarlos.
La muerte fue su único salvador, y
el hambre su único menoscabo.

***

Los míos murieron en la cruz...
Murieron con las manos
extendidas hacia Oriente y Occidente,
mientras los despojos de sus ojos
miraban a la oscuridad del
firmamento... Murieron en silencio.
Pues la humanidad había cerrado sus oídos
a sus gritos. Murieron por no
favorecer a su enemigo.
Murieron por amor a sus
vecinos. Murieron por depositar
su confianza en la humanidad.
Murieron por no oprimir
al opresor. Murieron
porque eran las flores
aplastadas, y no los aplastantes pies.
Murieron porque eran pacíficos.

Perecieron de hambre en una tierra
rica en leche y miel.
Murieron porque se levantaron
los monstruos del Infierno y destruyeron
todo lo que crecía en sus campos,
y devoraron sus últimas reservas...
Murieron porque las víboras y
los hijos de las víboras escupieron veneno
en el espacio donde los Cedros Sagrados y
las rosas y el jazmín exhalaban
su fragancia...
Los míos y los tuyos, Hermano
Sirio, están muertos... ¿Qué se puede
hacer por los que mueren? Nuestros
lamentos no paliarán su
hambre, y nuestras lágrimas no saciarán
su sed; ¿Qué podemos hacer para
salvarlos de las férreas garras del
hambre? Hermano mío, la bondad
que te impele a ofrecer una parte de tu vida
 a cualquier ser humano que esté en
camino de verder su vida, es la única virtud
que te hace digno de la luz del
día y la paz de la
noche... Recuerda, hermano mío,
que la moneda que dejas caer en
la marchita mano que se tiende hacia
ti, es la única cadena de oro que
enlaza tu rico corazón
con el amante corazón de Dios.

Khalil Gibran

La encantadora Hurí:

¿Hacia dónde me llevan, Oh Encantadora
Hurí, y cuánto más debo seguirte
por este híspido camino, sembrado de
espinas? ¿Por cuánto tiempo nuestras almas
ascenderán y descenderán dolorosamente por este sinuoso
sendero rocoso?

Como un niño que sigue a su madre, así
te sigo, asido a tus vestiduras
olvidando mis sueños y
admirando tu belleza; mis ojos,
presa de tu hechizo, están ciegos a la
procesión de espectros que se cierne sobre
mí, y me atrae hacia ti una fuerza
interior que no puedo negar.

Detente un momento y déjame ver
tu semblante; y mírame un
momento: quizá descubra los
secretos de tu corazón en tus extraños
ojos. Detente y descansa, pues estoy fatigado,
y tiembla mi alma de miedo al transitar
esta horrible senda. Detente, pues
hemos arribado a esa terrible encrucijada

donde la Muerte abraza a la Vida.
¡Oh, Hurí, escúchame! Yo era libre
como los pájaros, explorando valles y
bosques, y volando por el vasto
Cielo. Al atardecer reposaba sobre las
ramas de los árboles, meditando sobre los
templos y palacios de la Ciudad de las
coloridas Nubes, que el Sol edifica
en la mañana y destruye antes del
anochecer.

Yo era como un pensamiento, caminando solo
y en paz de Este a Oeste del
universo, regocijándome con la
belleza y la alegría de la Vida, y cuestionando
el magnífico misterio de la
existencia.

Yo era como un sueño que se deslizaba bajo
las amistosas alas de la noche,
penetrando por las ventanas cerradas
en los aposentos de las doncellas, retozando
y despertando sus esperanzas... Luego me
sentaba junto a los jóvenes y alborotaba sus
deseos... Luego exploraba los cuartos
de los mayores y me adentraba en sus pensamientos
de plácido contentamiento.

Entonces tú cautivaste mi fantasía, y desde
ese hipnótico momento me sentí como un
prisionero arrastrando sus cadenas e
impelido hacia un hogar desconocido...
Tu dulce vino, que ha robado mi voluntad,
me ha intoxicado; y ahora descubro
que mis labios besan la mano
que son rigor que me golpea. ¿Acaso no puedes
ver con los ojos de tu alma la
opresión de mi corazón? Deténte un
momento: estoy recobrando mis fuerzas
y liberando mis cansados pies de las
pesadas cadenas. He destruido la
copa de la que bebí tu
gustosa ponzoña... Pero ahora estoy
en tierra estraña, y perplejo:

¿Qué camino he de seguir?
He recuperado mi libertad, ¿Me aceptarás
ahora como dispuesto acompañante,
que mira el Sol con vidriosos
ojos, y empuña el fuego
con firmes dedos?

He desplegado mis alas y estoy
pronto a ascender, ¿Acompañarás a
un joven que pasa sus días vagando
en las montañas como el águila solitaria, y
malgasta sus noches deambulando en los

desiertos como el inquieto león?
¿Te contentarás con el
afecto de uno que considera el amor
sólo como un anfitrión y se niega
a aceptarlo como amo?

¿Aceptarás a un corazón que ama
pero jamás se rinde? ¿Y que arde, pero
jamás se funde? ¡Estarás cómoda
con un alma que se estremece ante la
tempestad, pero jamás se somete a ella?
¿Aceptarás como compañero a uno
que ni esclavia ni es un
esclavo? ¿Serás mi dueña, pero sin
poseerme, tomando mi cuerpo y no mi corazón?
Entonces aquí está mi mano -estréchala
con tu bella mano; y aquí está mi
cuerpo -abrázlo con tus amantes
brazos; y aquí están mis labios -prodígales
un beso profundo y embriagador.

Khalil Gibran

Mis compatriotas:

¿Qué buscáis, Mis Compatriotas?
¿Deseáis acaso que construya para
vuestros gloriosos palacios, decorados
con palabras vacías de sentido, o
para vuestros templos techados con sueños?
¿O me ordenáis que destruya aquello
que los mentirosos y los tiranos han construido?
¿Debo desarraigar con mis dedos
aquello que los hipócritas y los malvados
han implantado? ¡Decid cuál es vuestro insano
Deseo!

¿Qué querríais que hiciera,
Mis Compatriotas? Debo ronronear como
un gatito para satisfaceros, o debo rugir
como un león para complacerme? He
cantado para vosotros, pero vosotros no habéis
danzado; ante vosotros he llorado, pero
no habéis sollozado. ¿Debo acaso cantar
y llorar al mismo tiempo?

Vuestras almas sufren los tormentos
del hambre, y sin embargo el fruto del
conocimiento es más feraz que
las piedras de los valles.
Vuestros corazones se marchitan de
sed, y sin embargo las fuentes de la
vida manan junto a vuestros
hogares -¿Por qué no bebéis?

Tiene el mar sus flujos y reflujos,
la luna, crecientes y menguantes
fases, y las Épocas sus
inviernos y veranos, y todas las
cosas varían como la sombra
de un Dios futuro oscilando entre
la tierra y el sol, pero la Verdad no
puede cambiarse, ni tampoco disiparse;
¿Por qué, entonces, intentáis
desfigurar su semblante?

Os he llamado en el silencio
de la noche para mostraros la
gloria de la luna y la dignidad
de las estrellas, pero habéis salido,
sobresaltados, de vuestro letargo y asiendo
con temor vuestras espadas, habéis gritado:
"¿Dónde está el enemigo? ¡A él debemos matar
primero!" Al alba, cuando
el enemigo llegó, os volví a llamar,
pero no salísteis esta vez
de vuestro letargo, porque estabáis
encerrados en el miedo, luchando contra
las procesiones de espectros de
vuestros sueños.

Y os dije: "Trepemos a
la cima de la montaña y veamos la
belleza del mundo". Y me
Respondísteis diciendo: "En las profundidades
de este valle vivieron nuestros padres,
y a su sombra murieron, y en
sus grutas fueron sepultados. ¿Cómo podríamos
abandonar este lugar por otro
que ellos no honraron?"

Y os dije: "Vayamos a la
llanura cuya munificencia llega hasta
el mar." Y tímidamente me hablásteis,
diciendo: "El rugido del abismo
atemorizaría nuestros espíritus, y el
terror a las profundidades consumiría
nuestros cuerpos."

***

Os he amado, Mis Compatriotas, pero
mi amor por vosotros es doloroso para mí
e inútil para vosotros; y hoy os
odio, y el odio es un diluvio
que arrasa con las hojas secas
y las temblequeantes casas.

He tenido lástima de vuestra debilidad, Mis
Compatriotas, pero mi lástima sólo ha servido
para aumentar vuestras flaquezas, exaltando
y nutriendo la pereza, que
es inútil a la Vida. Y veo hoy
vuestra enfermedad, a la que mi alma aborrece
y teme.

He llorado por vuestra humillación
y sumisión; y aunque manaron mis lágrimas
cristalinas, no pudieron encrespar
las estancadas aguas de vuestra debilidad;
quitaron, sin embargo, el velo de mis ojos.
Mis lágrimas nunca han llegado a
vuestros petrificados corazones, pero
han disipado la oscuridad dentro de mí.
Me burlo hoy de vuestro sufrimiento
pues la risa es como el airado trueno que
precede a la tempestad, y que nunca ruge

cuando la tempestad ha pasado.
¿Qué deseáis, Mis Compatriotas?
¿Queréis que os muestre
el espectro de vuestro semblante sobre
el rostro de las quietas aguas? ¡Venid,
ahora, y ved cuán horrible sois!
¡Mirad y meditad! El miedo
ha tornado vuestros cabellos grises como las
cenizas, y la disipación ha marcado
vuestros ojos convirtiéndolos en
oscuros agujeros, y la cobardía
ha tocado vuestras mejillas que parecen
ahora tenebrosos fosos del
valle, y la Muerte ha besado
vuestros labios, dejándolos amarillos.
¿Qué buscáis, Mis
Compatriotas? ¿Qué pedís de la
Vida, quien ya no os
cuenta más entre sus hijos?

Vuestras almas se hielan en las
garras de los sacerdotes
y hechiceros, y tiemblan vuestros
cuerpos entre las zarpas de los
déspotas y los derramadores
de sangre, y vuestro país se estremece
bajo los pies en marcha del
enemigo conquistador; ¿qué podéis, entonces,
esperar, aunque estéis orgullosamente erguidos
ante el rostro del sol? Vuestras espadas se
herrumbran en sus vainas, y están rotas
vuestras lanzas, y resquebrajados
vuestros escudos; ¿por qué entonces,
permanecéis en el campo de batalla?

La hipocresía es vuestra religión, y la
falsedad vuestra vida, y la
nada vuestro fin; ¿por qué vivís,
entonces? ¿No es acaso la
Muerte el único solaz
para los miserables?

***

La vida es la determinación que
acompaña a la juventud, y la diligencia
que sucede a la madurez, y la
sabiduría que persigue a la senilidad; pero
vosotros, Mis Compatriotas, habéis nacido viejos
y débiles. Y se marchitó vuestra piel
y se consumió vuestro cráneo, y luego os
convertísteis en niños, que juegan
en el fango y se arrojan piedras
unos a otros.

El conocimiento es una luz que enriquece
el calor de la vida, y todos los que la buscan
pueden ser parte de ella; pero vosotros,
Mis Compatriotas, perseguís la oscuridad
y evitáis la luz, esperando que el agua
mane de las rocas, y la
miseria de vuestra nación es
vuestro crimen... No perdono
vuestros pecados, porque vosotros sabéos
lo que hacéis.

La humanidad es un río brillante
que canta en su cauce, llevando
los secretos de la montaña hasta
el corazón del mar; pero vosotros,
Mis Compatriotas, sois estancados
pantanos infectados de insectos
y serpientes.

El Espíritu es una sagrada antorcha
azul, que quema y devora las
plantas secas, que crece en
la tormenta e ilumina
los rostros de las diosas; pero
vosotros, Mis Compatriotas... vuestras almas
son como cenizas que el viento
dispersa sobre la nieve, y que
las tempestades esparcen para siempre
sobre los valles.

No temáis al fantasma de la Muerte,
Mis Compatriotas, pues su grandeza
 y piedad se negarán a acercarse
a vuestra pequeñez; no os atemoricéis
ante la Daga, porque rehusará
alojarse en vuestros huecos corazones.
Os odio, Mis Compatriotas, porque
vosotros odiáis la gloria y la grandeza.
Os desprecio porque vosotros os despreciáis.
Soy vuestro enemigo, porque os negáis
a daros cuenta de que sóis
los enemigos de las diosas.

Khalil Gibran

Noche:

Correr no sé dónde
aquí o allá
singulares recodos desnudos
¡basta correr!
trenzas sujetas a mi anochecer
de caspa y agua colonia
rosa quemada fósforo de seda
creación sincera en surco capilar
la noche desanuda su bagaje
de blancos y negros
tirar detener su devenir.

Alejandra Pizarnik

Tratando a la sombra roja:

Su soledad maúlla
ceros y ceros
vertiente de olores ingenuos
retina ante desconocido
las brisas sonantes
retornan picando
su ser de sonrisas
y dientes abiertos
reír en la noche soleada
del vigoroso participio.

Alejandra Pizarnik

Vagar en lo opaco:

Mis pupilas negras sin ineluctables chispitas
mis pupilas grandes polen lleno de abejas
mis pupilas redondas disco rayado
mis pupilas graves sin quiebro absoluto
mis pupilas rectas sin gesto innato
mis pupilas llenas pozo bien oliente
mis pupilas coloreadas agua definida
mis pupilas sensibles rigidez de lo desconocido
mis pupilas salientes callejón preciso
mis pupilas terrestres remedos cielinos
mis pupilas oscuras piedras caídas.

Alejandra Pizarnik

Nemo

No llegará lejos el día de raro verdor
en que cantaré a la luna odiada que da luz a mi espesa cabeza cortada
                                                                                            [a la navaja
que da luz a los vientos brutales
a las flores agudas que arden en los dedos bajo las curitas benignas
a la estrella que se oculta cuando se la llama
a la lluvia húmeda contoneándose en su desnudez repulsiva
el sol amarillo que traspasa las pieles marcando oscuras huellas
el relojito enviado desde el infierno interruptor de los bellos sueños
a los mares helados arrastrando basuras olas cintillos dorados ardores
                                                                                            [en los ojos

Alejandra Pizarnik

Agua de lumbre:

Sí. Llueve...
el cielo gime montones desteñidos
sombras mojadas recogen sus trozos
cavidades barrosas tremendas
mezquinas gotas de agua sulfurada
si bien no sé cómo recojo las masas
de ver si me agita la pálida lumbre
tremendo espesor de perros y gatos
las gotas siguen.

Alejandra Pizarnik

Reminiscencias:

Y el tiempo estranguló mi estrella
cuatro números giran insidiosos
ennegreciendo las confituras
y el tiempo estranguló mi estrella
caminaba trillada sobre pozo oscuro
los brillos lloraban a mis verdores
y yo miraba y yo miraba
y el tiempo estranguló mi estrella
recordar tres rugidos de
tiernas montañas y radios oscuras
dos copas amarillas
dos gargantas raspadas
dos besos comunicantes de la visión de
una existencia a otra existencia
dos promesas gimientes de
tremendas locuacidades ajenas
dos promesas de no ser de sí ser de no ser
dos sueños jugando la ronda del sino en
derredor de un cosmos de
champagne amarillo blanquecino
dos miradas cerciorando la avidez de una
estrella chiquita
y el tiempo estranguló mi estrella
cuatro números ríen en volteretas desabridas
muere uno
nace uno
y el tiempo estranguló mi estrella
sones de nenúfares ardientes
desconectan mis futuras sombras
un vaho desconcertante rellena
mi soleado rincón
la sombra del sol tritura la
la esfinge de mi estrella
las promesas se coagulan
frente al signo de estrellas estranguladas
y el tiempo estranguló mi estrella
pero su esencia existirá
en mi intemporal interior
¡brilla esencia de mi estrella!

Alejandra Pizarnik

Días contra el ensueño:

No querer blancos rodando
en planta movible.
No querer voces robando
semillosas arqueada aéreas.
No querer vivir mil oxígenos
nimias cruzadas al cielo.
No querer trasladar mi curva
sin encerar la hoja actual.
No querer vencer al imán
la alpargata se deshilacha.
No querer tocar abstractos
llegar a mi último pelo marrón.
No querer vencer colas blandas
los árboles sitúan las hojas.
No querer traer sin caos
portátiles vocablos.

Alejandra Pizarnik

Poema a Lenin

1

Al morir Lenin,
un soldado de la guardia, según se cuenta,
dijo a sus camaradas: Yo no quería
creerlo. Fui donde él estaba
y le grité al oído: “Ilich,
ahí vienen los explotadores. No se movió.
Ahora estoy seguro que ha muerto.


2

Si un hombre bueno quiere irse,
¿con que se le puede detener?
Dile para qué es útil.
Eso lo puede detener.

3

¿Qué podia detener a Lenin?

4

El soldado penso :
Si oye que los explotadores vienen,
puede que estando solo enfermo se levante.
Quizás venga con muletas.
Quizás haga que lo traigan
pero se levantará y vendrá
para luchar contra los explotadores.

5

El soldado sabía que Lenin
había peleado toda su vida
contra los explotadores.

6

Cuando terminaron de tomar por asalto
el Palacio de Invierno, el soldado
quiso regresar a su hogar, porque allí
se habían repartido ya las tierras de los propietarios.
Entonces Lenin le dijo: Quédate.
Todavía hay explotadores.
Y mientras haya explotación
hay que luchar contra ella.
Mientras tu existas,
tienes que luchar contra ella.

7

Los débiles no luchan. Los más fuertes
quizás luchen una hora.
Los que aún son más fuertes, luchan unos años. Pero
los más fuertes de todos, luchan toda su vida. Estos
son los indispensables.

Bertolt Brecht

miércoles, 5 de agosto de 2015

El gavilán manchado desciende sobre mí:

El gavilán manchado desciende sobre mí para acusarme de gárrulo y vagabundo.
Yo también soy indomable e intraducible,
y sobre los tejados del mundo, suelto mi graznido salvaje.

Los últimos celajes del día se detienen para esperarme,
lanzan mi figura corporal, con las demás imágenes, hacia el mundo callado de las sombras
y me hunden suavemente en el vapor y en el crepúsculo.

Huyo como el aire.
Sacudo mi guedejas blancas con el sol fugitivo,
vierto mi carne en los remolinos
y la dejo marchar a la deriva entre la espuma de las ondas.

Me doy al barro para crecer en la hierba que amo.
Si me necesitas aún, búscame bajo las suelas de tus zapatos.

Apenas sabrás quién soy
ni qué significo.
Soy la salud de tu cuerpo
y me filtro en tu sangre y la restauro.

Si no me encuentras en seguida,
no te desanimes;
si no estoy en aquel sitio,
búscame en otro.
Te espero...,
en algún sitio estoy esperándote.

Walt Whitman

El pasado y el presente se marchitan:

El pasado y el presente se marchitan.
Y los he llenado y los he vaciado a los dos
y prosigo llenando lo que me espera en el futuro.

Y ahora vosotros, los que me habéis escuchado,
levantaos. ¿Qué tenéis que decirme?
Miradme a la cara, mientras respiro por última vez bajo las sombras de la tarde.
(Hablad sinceramente, nadie os escucha y sólo dispongo de un minuto.)
¿Qué tenéis que decirme?

¿Qué me contradigo?
Sí, me contradigo. Y ¿qué?
(Yo soy inmenso...
y contengo multitudes.)

Me dirijo a los que están cerca
y espero en el umbral de la puerta.

¿Quién ha terminado su trabajo?
¿Quién ha concluido de cenar?
¿Quién me acompaña?
¿Quién viene conmigo?
O ¿vais a hablar cuando ya me hay ido y sea demasiado tarde?

Walt Whitman

Todo esto está en mí:

Todo esto está en mí.
No sé lo que es, pero sé que está en mí.

Angustiado me he retorcido por sacar de mi corazón todo cuanto poseía...
Ahora mi cuerpo está tranquilo y quiero dormir... dormir... dormir.

No sé qué es esto.
Es algo que no se ha dicho nunca...
Algo sin nombre que aún no está en el lenguaje ni en el símbolo.

Es algo que gira más que la Tierra en que yo giro
y me anuncia que la creación es el abrazo del amante que nos despierta.

Tal vez pudiera decir más.
Acaso este poema no es sino un expediente en que he abogado por todos...
en el que he dicho, por ti y por mí,

que la muerte no existe,
que el mundo no es un caos...
que es forma,
unidad...
plan... Vida Eterna... ¡Alegría!

Walt Whitman

En cuanto a ti, Muerte:

Y en cuanto a ti, Muerte,
y a tu amargo abrazo destructor...
es inútil que pretendas asustarme.
A tu lado trabaja sin cesar, y más libero, el comadrón.
Veo su mano experta y diligente
apretando,
recibiendo,
sosteniendo...
Yo estoy reclinado en el umbral flexible de ambas puertas y marco la entrada y la salida de la vida.

Y ¿qué es un cadáver, después de todo?
Estiércol,
buen estiércol para fecundar las tierras.
Y no me repugna,
no me repugna porque puedo oler las rosas blancas que crecen y embalsaman,
porque puedo tocar los labios de los pétalos
y los senos pulidos del melón.

Y en cuanto a la Vida...
¿No es la vida el desperdicio de muertes infinitas?
(Yo mismo he muerto ya mil veces).

¿Qué decís vosotros? ¿Qué decís,
soles profundos,
estrellas de la noche,
hierba de las tumbas? -¡Oh cambios perpetuos y evoluciones incesantes!
Si vosotros no decís nada ¿qué he de decir yo?

Destellos del día y del crepúsculo,
destello de las turbias charcas que duermen en los bosques otoñales,
y de la luna que desciende y se hunde en la penumbra sollozante,
caed sobre los negros troncos que se pudren en el fango
y sobre las ramas secas que danzan gemebundas.

Asciendo desde la noche
y me encumbro desde la luna.
Sé que su resplandor lívido y vacilante no es más que el reflejo de los rayos del sol
Y que yo, viniendo de lo grande o de lo pequeño, desemboco en el centro firme del universo.

Walt Whitman

Y yo he dicho...:

Y yo he dicho que el alma no vale más que el cuerpo,
y que el cuerpo no vale más que el alma,
y que nada, ni Dios, es más grande para uno que uno mismo.
Y aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral.

Tú y yo, sin un céntimo, podemos comprar el pico más alto de la sierra;
y el fulgor de una pupila
y un guisante en su vaina
humillan toda la sabiduría del mundo.
No hay otro oficio ni empleo que aquel que enseña al mozo a ser un héroe.
Y por blando que sea un objeto, puede ser un día el eje en que descanse la rueda del universo.
Y digo a todos los hombres y mujeres: Serenad vuestro espíritu frente a los universos infinitos.
Y digo también: No os preocupéis de Dios.
A mí, que todo me preocupa, no me preocupa dios.
No me preocupan ni Dios ni la muerte.
Yo oigo y veo a Dios en todas las cosas, pero no lo comprendo,
como no comprendo que haya nada en el mundo más admirable que yo.
¿Por qué voy a empeñarme en que Dios sea otra cosa mejor que este día?
En cada hora hay algo de dios
y en cada minuto también.
En el rostro de las mujeres
y en el rostro de los hombres está Dios,
y en mi propio rostro lo veo también cuando me miro al espejo.
Encuentro cartas de dios en la calle,
cartas firmadas con su nombre
y no las recojo porque sé que en cualquier sitio encontraré otras semejantes.
Miles y miles me saldrán al paso, puntuales, por dondequiera que camine.

Walt Whitman

Yo soy el maestro de los atletas:

Yo soy el maestro de los atletas.
Aquel de los míos que resuelle más fuerte que yo es una prueba de mi resuello.
Y honra a mi estilo, el que con mi estilo aprende a vencer al maestro.

El muchacho ideal para mí,
aquel a quien yo amo,
llegará a ser un hombre no por poderes adyacentes, sino por su propio derecho.
Será rebelde,
inconforme
y atrevido.
Amará a su novia
y comerá alegremente su ración.
El amor no recompensado y el desprecio le herirán más que el acero afilado.
Será el primero en la pelea,
en montar a caballo,
en tirar al blanco,
en dirigir un esquife,
en tocar el banjo
y en inventar una canción.
Preferirá los rostros hirsutos, llenos de cicatrices y tostados por el sol.

Enseño a huir de mí.
Pero ¿quién puede huir de mí?
A ti, quienquiera que sea, te perseguiré desde ahora,
y mis palabras te zumbarán en los oídos sin descanso, hasta que las entiendas.

No digo estas cosas por un dólar,
ni para matar el tiempo hasta que llegue el barco.
Digo tu discurso y hablo con tu lengua que, amarrada en tu boca, comienza en la mía a desatarse.
Y digo que nunca hablaré de la muerte y del amor en un sitio cerrado,
y que sólo me entregaré a aquel o a aquella que vivan conmigo al aire libre.

Si quieres entenderme, ven a las sierras y a las playas abiertas.
La mosca que se posa en tu frente es ya una explicación;
y una gota de auga
y el movimiento de las olas... una clave.
La mandarria,
el remo
y el serrucho
secundan mis palabras.

Me explico mejor con los niños y los vagabundos
que en las aulas y en las escuelas cerradas.
Aquel mecánico joven está cerca de mi corazón y me conoce bien.
El leñador que lleva consigo el hacha y el cantarillo me lleva también todo el día con él,
el gañán que era la tierra se alegra con el sonido de mi voz
y mis palabras navegan con los que navegan:
con los pescadores
y con los marineros.

Mío es el soldado acampado
y el que suda y jadea en las marchas forzadas.
En la noche que precede a la batalla,
en esa noche solemne que puede ser la última,
los que me conocen me llaman
y mis palabras no los abandonan.

Mis labios rozan el rostro del cazador que descansa solo sobre la manta,
el cochero piensa en mí sin cuidarse de las sacudidas del coche,
las madres viejas y las madres jóvenes me comprenden,
y la esposa y la doncella detienen su aguja un momento y olvidan dónde están...
Todos me recuerdan y repiten cuanto yo les he dicho.

Walt Whitman

Lo mejor del tiempo y del espacio es mío:

Lo mejor del tiempo y del espacio es mío,
del tiempo y del espacio que nunca se han medido,
del tiempo y del espacio que nadie medirá.

Marcho por un camino perpetuo. (Escuchadme todos).
Mis señas son un capote de lluvia,
zapatos recios y un báculo que he cortado en el bosque.

Ningún amigo mío se sentará en mi silla.
Yo no tengo silla, ni iglesia, ni filosofía;
yo no conduzco a los hombres
ni al casino
ni a la biblioteca
ni a la Bolsa...

Los llevo hacia aquellas cumbres altas.
Mi mano izquierda te tomará por la cintura,
con la derecha te mostraré paisajes del continente y del camino abierto.
Nadie, ni yo, ni nadie, puede andar este camino por ti,
tú mismo has de recorrerlo.
No está lejos, está a tu alcance.
Tal vez estás en él sin saberlo, desde que naciste,
acaso lo encuentres de improviso en la tierra o en el mar.

Échate el hato al hombro,
yo cargaré con el mío... Vámonos.
Ciudades magníficas y naciones libres hallaremos en nuestra ruta.

Si te cansas, dame tu carga y apóyate en mi hombro.
Más tarde harás tú lo mismo por mí...
Porque una vez que partamos, ya no podremos detenernos.
Hoy, antes del alba, subí a la colina, miré los cielos apretados de luminarias
y le dije a mi espíritu: Cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos ya tranquilos y satisfechos?
Y mi espíritu dijo:
No, ganaremos esas alturas sólo para continuar adelante.

Tú también me haces preguntas y yo te escucho.
Y te digo que no tengo respuesta,
que la respuesta has de encontrarla tú solo.
Siéntate un momento, hijo mío.
Aquí tienes pan, come,
y leche, bebe.
Pero después que hayas dormido y renovado tus vestidos, te besaré, te diré adiós y te abriré la puerta para que salgas de nuevo.

Largo tiempo has soñado sueños despreciables.
Ven, que te limpie los ojos...
y acostúmbrate ya al resplandor de la luz.
Largo tiempo has chapoteado a la orilla, agarrado a un madero.
Ahora tienes que ser un nadador intrépido.
Aventúrate en alta mar, flota,
mírame confiado
y arremete contra la ola.

Walt Whitman

Oh juventud elástica y activa:

¡Oh juventud elástica y activa!
¡Oh, virilidad equilibrada, florecida y plenaria!

Cuanto amo me persigue,
mis amigos me sofocan,
se amontonan sobre mis labios,
se apelotonan en los poros de mi piel,
me estrujan en las calles,
en los vestíbulos,
me visitan desnudos por la noche...
¡Hola! Me gritan por el día desde las rocas de los ríos;
se ciernen y pían sobre mi cabeza,
me llaman por mi nombre desde los huertos,
desde las viñas,
desde la maraña de los arbustos;
encienden todos los momentos de mi vida,
acarician mi cuerpo con dedos y labios balsámicos,
se sacan en silencio el corazón a puñados para ofrecérmelo generosos...

¡Y tú, senectud que llegas magnífica!
¡Bienvenida seas, gracia inefable de los días agonizantes!
Las edades proclaman lo que son y lo que crece después y fuera de ellas,
y el silencio de la muerte proclama tanto como ellas.

Abro mi escotillón en la noche y veo constelaciones sembradas en el infinito.
Y todo cuanto veo se multiplica y se pierde más allá,
se liga con sistemas invisibles,
se extiende y se expande más allá...
siempre más allá y más allá...

Mi sol tiene su sol y alrededor de él gira sin descanso;
va con sus camaradas de un sistema superior
y otros mayores siguen
y otros mayores y mayores...

Todo gira, nada se para ni puede pararse.

Si yo, tú, todos los mundos, todo cuanto existe debajo y fuera de esos mundos, se tornase de pronto en una pálida neblina, nada importaría en el tiempo...
Seguramente volveríamos a estar donde ahora,
seguiríamos caminando adonde vamos
y después... más allá y más allá.

Más allá de mis ojos está el espacio sin límites
y más allá de mis números está el tiempo sin ritmo: Dios.
Con el tengo hecha una cita que se cumplirá.
Dios está allí esperando... esperándome hasta que llegue perfectamente vestido.
El Gran Camarada,
El Amante verdadero que yo busco
esta allí... ¡esperándome!

Walt Whitman

Yo no os desprecio:

Yo no os desprecio, sacerdotes de todos los tiempos y de todas las castas.
Mi fe es la más grande y la más insignificante de todas las fes,
abarca el culto antiguo y el moderno
y todos los cultos comprendidos entre lo antiguo y lo moderno.
Creo que volveré a la tierra dentro de cinco mil años.
He oído la respuesta de los oráculos,
he honrado a los dioses
y he saludado al sol;
he tallado un fetiche en la primera roca del mundo
y en el tronco más antiguo de los bosques;
he hecho conjuros con varitas en el círculo de Obis,
he ayudado al lama y al brahmín a despabilar las lámparas de los templos,
he danzado por las calles detrás de una procesión fálica.
y he vivido exaltado y ascético en el bosque de los gimnosofistas;
he bebido hidromiel en el cuenco de una calavera;
me he arrodillado con los shastas y con los vedas y he obedecido el Korán;
he caminado por las teocalis manchados con la sangre de los cuchillos y de las piedras sagradas de los sacrificios
y he batido los tambores de piel de serpiente;
he acatado el Evangelio,
he adorado a Aquel que fue crucificado
y he reconocido su divinidad;
me he arrodillado en la misa católica,
he levantado mis plegarias con los puritanos
y he oído todos los sermones del mundo sentado pacientemente en un banco;
he delirado y babeado en un ataque de locura y he esperado como muerto hasta que mi espíritu me ha despertado de nuevo;
he preguntado a los caminos y a los campos y más allá de los caminos y los campos
y he pertenecido a los que giran en el círculo de los círculos...

He oficiado con todos estos grupos centrífugos y centrípetos y ahora me vuelvo y hablo como el hombre que se despoja de estorbos al comenzar un viaje.

Os conozco a todos:
a los abatidos,
a los repudiados,
a los devorados por la duda,
a los sombríos,
a los melancólicos,
a los duros de corazón,
a los coléricos,
a los fanáticos,
a los ateos...
Os conozco a todos,
conozco los mares en borrasca
de la angustia,
de la duda,
de la desesperación,
de la incredulidad...
¡Cómo chapotean las aletas heridas!
¡Cómo se retuercen rápidas como el rayo
en espasmos y chorros de sangre!

Serenaos, sangrientas aletas de los incrédulos y de los pobres de espíritu.
Yo estoy con vosotros también,
también yo llevo clavado mi arpón.
El pasado nos empuja a todos,
a ti, a mí... a todos, de la misma manera.
Y lo que aún nos espera sin probar detrás de la puerta, es para ti, para mí... para todos también.
Para todos sin excepción.

Yo no sé lo que aún no hemos sufrido y lo que aún nos aguarda más allá,
pero sé que llegará de una manera inexorable.
Nos tendrá en cuenta a todos:
a los que pasan corriendo
a los que se quedan sentados.
No se olvidará de ninguno.

Ni del joven que murió y yace ahora enterrado
ni de la doncella que murió también y fue enterrada con él;
ni del niño que se asomó un instante a la puerta, se fue luego y no lo vimos más,
ni del viejo que vivió sin objeto, amargado como la hiel;
ni del tuberculoso de la buhardilla que acabó devorado por el ron y la turbulencia,
ni de los ajusticiados,
ni de los ahogados en el mar,
ni del degenerado monstruoso a quien llamaron el estiércol de la sociedad,
ni del saco que flota con la boca abierta pidiendo que lo llenen de comida...
de ninguna cosa de la Tierra,
de ninguna cosa que haya quedado en la tumba más antigua de la Tierra, se olvidará;
ni de las miríadas de astros
ni de las miríadas de seres que los habitan,
ni del presente,
ni de la brizna más insignificante que se conozca.

Ya es tiempo de que me explique.
Levantémonos,
arriba,
de pie todos...

Desnudo y desgarro todo lo conocido
y a todos los hombres y mujeres los empujo conmigo hacia lo desconocido.

El reloj marca los minutos...
pero ¿y la eternidad?
¿Qué marca la eternidad?

Hemos gastado ya trillones de inviernos y de veranos
y delante de nosotros hay otros trillones
y otros más adelante de aquéllos.

Los nacimientos nos han traído riqueza y variedad
y nuevos nacimientos traerán más riqueza y variedad.
Yo no digo que éste es más grande
y que aquél es más pequeño.
El que llena su período
y ocupa su lugar
es tan grande como cualquiera.
¿Han sido los hombres envidiosos y criminales contigo?
Pues lo siento mucho,
conmigo han sido siempre bondadosos.
Y yo no soy un registrador de lamentos.
(¿Qué tengo que ver con los lamentos?
Yo soy una infinidad de cosas ya cumplidas
y una inmensidad de cosas por cumplir.

Con mis pies huello los picos de las estrellas,
cada paso mío es una ristra de edades
y entre cada paso voy dejando manojos de milenios...
Todo cuanto hay debajo de mí lo han andado mis pies
y aún asciendo... y asciendo...
En cada zancada hacia la luz, detrás de mí se inclinan los fantasmas.

Allá lejos veo la inmensidad de la nada primera...
Allí estuve yo,
allí estuve yo esperando desde siempre y sin que nadie me viera,
dormido en la niebla letárgica,
aguardando paciente mi turno sin que me asfixiase la fetidez del carbón.
Allí estuve yo acurrucado,
apelotonado siglos y siglos...

Inmensa ha sido la preparación de mi ser
y fieles y amigos fueron los brazos que me ayudaron.

Ciclos y ciclos transportaron mi cuna remando sin cesar como barqueros alegres,
las estrellas me apartaron un sitio en sus órbitas mismas
y enviaron su luz par cuidar de lo que había de sustentarme.

Antes de que mi madre me pariese,
generaciones me condujeron.
Mi embrión nunca ha estado dormido ni enterrado.
Por él la nebulosa se cuajó en una estrella,
y par que en ellos descansase
se apiñaron los enormes y lentos estratos geológicos.

Arboles inmensos le dieron su sustento
y saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces y lo depositaron con cuidado.
Todas las fuerzas del universo
han trabajado sin descanso y obedientes para completarme y deleitarme...
Y ahora estoy aquí, ¡miradme!
en este sitio,
con mi alma robusta y vigorosa.

Walt Whitman

Grito en medio de la muchedumbre

Grito en medio de la muchedumbre,
y grito con la voz rotunda, arrolladora y terminante.
Oíd, hijos míos,
hombres, mujeres, adolescentes,
familiares y amigos... oíd:

La canción va a llegar a su clímax,
ha pasado el preludio de las flautas
y de los acordes sencillos tocados con ágiles dedos...
Siento ya el retumbo precipitado del final,
gira mi cabeza,
la música trepida (no es música de órgano),
y hay gentes a mi alrededor que no son mis parientes.
Oíd todos:
Simpre la tierra dura,
siempre los que comen y los que beben,
siempre el sol que asciende y el sol que declina,
siempre el aire
y las mareas incesantes,
siempre yo y mi vecino amables, perversos... humanos,
siempre la vieja pregunta inexplicable,
siempre la espina en el dedo
y siempre los gritos de la congoja y del hambre.
Siempre el azuzante ¡hala, hala! hasta que descubrimos el taimado que se esconde y le hacemos salir,
siempre el amor
y siempre el líquido sollozante de la vida...
siempre el pañuelo sujetando la mandíbula del difunto
y siempre el túmulo de la muerte.

Por todas partes, ojos que buscan monedas en el suelo,
cerebros que se estrujan para alimentar la voracidad del vientre;
por todas partes, revendedores, hombres que toman boletos, que los compran y que los venden, y que ni una sola vez van a la fiesta;
por todas partes gentes que sudan,
gentes que aran,
gentes que trillan;
por todas partes la burla de una paga ruin...
y los ricos perezosos que reclaman el tgrigo sin cesar.

Esta es la ciudad.
Y yo soy un ciudadano de la ciudad.
Y lo que interesa a los ciudadanos de la ciudad me interesa a mí:
la política,
la guerra,
el periódico,
el mercado,
las escuelas,
el alcalde y los consejos,
los bancos,
las tarifas,
las fábricas,
los vapores,
los bienes raíces
y los bienes mostrencos.

Ya sé quiénes son ésos:
Esos pequeños maniquíes que se mueven a mi alrededor vestidos de cuello y de levita, ya sé quiénes son.
No son pulgas ni gusanos.
Son réplicas mías.
El más débil y el más superficial es tan inmortal como yo.
Lo que yo hago y lo que yo digo es cosa suya también,
porque el mismo pensamiento que forcejea en mí forcejea en ellos.

Conozco muy bien mi propio egotismo,
conozco mis inclinaciones omnívoras
—no puedo escribir ni un verso menos—
y te buscaré a ti, quienquiera que sea,
que vas en la misma corriente que yo.

Esta canción no es rutinaria.
Está hecha para preguntar ásperamente,
para saltar hacia delante
y traerlo todo más cerca:
aquí está el libro impreso y encuadernado... pero ¿dónde están el impresor y el aprendiz?
Aquí hay unas fotografías muy bien tomadas... pero ¿y tu mujer y tu amigo están apretados y seguros en tus brazos?
Aquí está el barco gris, con clavos enormes de hierro, y los cañones poderosos en las torrecillas blindadas...
pero ¿y el arrojo del capitán y de los maquinistas?
Aquí está la casa con el ajuar, la comida y el mobiliario... pero
¿y el dueño y los invitados? ¿Dónde está la luz de sus miradas?
El cielo está allá arriba... pero ¿está aquí, en la casa que sigue y en la casa de enfrente?
Los santos y los sabios están en la historia... pero ¿y tú?
¿Dónde estás tú?
Sermones, credos, teologías... pero ¿y el cerebro insondable del hombre?
Y ¿qué es la razón?
¿Qué es el amor?
¿Qué es la vida?

Walt Whitman

Porque yo soy el que ayuda al enfermo:

Porque yo soy el que ayuda al enfermo que gime desplomado en el lecho,
y el que a los hombres fuertes y sanos les trae más fuerza y más salud.

(He oído cuanto se ha dicho sobre el universo,
todo cuanto se ha dicho desde hace miles de años,
y no está mal hasta ahora... pero ¿es eso bastante?
Vengo a darme a todos
y a engrandecer a todos.
A pisarle la oferta al ganguero
y a pujar, desde el principio, más alto que ninguno en la subasta.

He tomado las medidas exactas de Jehová
y aquí en mi portafolio llevo una litografía de Cronos,
y otra de Zeus, su hijo
y otra de Hércules, su nieto;
dibujos bastante buenos
de Isis,
de Osiris,
de Baal,
de Brahma,
de Buda,
de Odín,
del terrible Mexitli,
un grabado de Alá
y una estampa de Crucificado.
Todas estas imágenes las he comprado por lo que valen,
en su justo precio,
sin dejarme engañar,
sin pagar un centavo de más.
Acepto que han vivido todos
y que en su día hicieron su labor
y cumplieron su destino.
(Engendraron mitos para pájaros implumes que ahora tienen que levantarse, volar y cantar por su cuenta.)
Acepto sus divinos esquemas elementales para completarlos y llenarlos yo mismo
y para repartirlos con largueza entre todos los hombres y mujeres que me encuentre.
Pero digo que en un constructor que construye una casa hay tanto como en ellos,
y en el que maneja el mazo y el cincel con los braazos desnudos, también.
No desdeño ninguna revelación especial
y considero que la voluta del humo
y el vello del dorso de mi mano
son tan sorprendentes como cualquier revelación.
Los bomberos manejando las mangas y trepando por las escalas de cuerda enganchadas en el balcón o en el tejado, no valen menos que los dioses de las guerras antiguas.
(Oigo tronar sus voces entre el fracaso y el derrumbe,
veo sus brazos musculosos pasar milagrosamente sobre las vigas encendidas
y surgir invulnerables sus cabezas por la lengua roja de las llamas.)
La esposa del mecánico, con el hijo al pecho, me parece que da de mamar a todos los niños de la tierra;
esas tres guadañas que silban en fila, segando la cosecha, las mueven tres arcángeles fornidos vestidos de labriegos;
y aquel caballerizo monstruoso, de colmillos salientes y pelambrera roja, que vende cuanto tiene, su casa y
sus caballos, para pagarle un defensor a su hermano acusado de estafa, y con el cual se sienta en el banquillo,
es un redentor que redime pecados de ayer y de mañana.
En la gran siembra, los granos cayeron en mi campo, pero no cayeron en todos los campos de la Tierra.
El escarabajo y el buey no han sido adorados aún como se merecen;
y el lodo y el estiércol son más admirables de lo que se pensaba.
Lo sobrenatural no existe.
Llegará un día en que yo haga prodigios.
Ahora mismo, soy yo un creador.
Miradme aquí, erguido, en la entraña profunda de la sombra.

Walt Whitman

Sol arrogante:

Sol arrogante y fanfarrón... yo no necesito de tu fuego... acaba ya de girar.
Sólo iluminas superficies;
yo ilumino superficies y profundidades.

Y tú, Tierra... ¿qué buscas entre mis manos?
Vieja vanidosa y presumida... ¿qué quieres de mí?
Hombres y mujeres,
quisiera decir cuánto os amo, pero no puedo;
quisiera decir lo que se esconde en mí
y lo que hay en vosotros, pero no puedo;
quisiera mostraros mi angustia
y el pulso de mi corazón en el día y en la noche.

Mirad, yo no doy conferencias
ni pequeñas limosnas.
Cuando doy, me doy entero yo mismo.

¿Qué haces ahí, impotente, doblado sobre las rodillas?
Abre tus quijadas y deja que te llene de energía,
extiende las manos y descorre tu bolsa.
Yo no vengo a que me nieguen, sino a dominar.
Mi granero está henchido
y todo lo que tengo es para ti.

No sé quién eres ni qué haces,
no te lo pregunto
ni me importa saberlo.
Tú no puedes ser más que lo que yo te doy
ni hacer otra cosa que lo que yo te enseñe.

Me doblo ante el forzado
y ante el que limpia las letrinas,
y pongo en sus mejillas el beso familiar.
Os juro por mi alma que nunca os negaré.

Yo lanzo la semilla de las repúblicas augustas
y a las mujeres sanas y fecundas las siembro de vástagos ágiles y fuertes.
¿Quién me llama?... Alguien agoniza
Voy, corro, llego...
levanto el picaporte, abro la puerta... entro,
tiro hacia los pies las ropas de la cama
y les digo al médico y al cura: ¡Fuera de aquí!

Cojo entre mis manos al moribundo
y lo levanto con mi voluntad irresistible.
Aquí está mi cuello, no desesperes.
Por Dios te juro que no morirás;
cuélgate de mí,
cuelga todo tu cuerpo de mí.
Yo te infundo mi aliento terrible,
yo te sostengo
y te saco a flote como a un náufrago,
no te ahogarás.
Toda esta habitación la lleno yo de una fuerza poderosa,
de un ejército invencible,
de elementos que me aman,
de genios destructores de sepulcros...
¡Duerme!
Ellos y yo
te velaremos hasta el alba.
La enfermedad y el miedo no osarán poner un dedo sobre ti.
Te he abrazado y te he hecho mío...
Cuando mañana despiertes, verás que todo cuanto he dicho es verdad.

Walt Whitman

martes, 4 de agosto de 2015

¿Quién es ése?

¿Quién es ése?
¿Quién es ese salvaje bizarro y amoroso?
¿Está esperando la civilización o la ha superado ya y la domina?
¿Es un hombre del suroeste, criado en las montañas?
¿Es del Canadá?
¿De la región del Mississipí?
¿De Iowa?
¿De Oregón?
¿De California?...

¿Nació en la meseta,
en el valle,
en el bosque?
¿Es un marino que viene del mar?

Las mujeres y los hombres lo acogen y lo buscan.
Quieren que los ame,
que los toque,
que les hable,
que viva con ellos...
Se mueve sin ley, igual que los copos de la nieve,
sus palabras son simples como la hierba,
lleva la cabellera sin peinar
y es ingenuo y alegre.
Camina despacio,
sus rasgos son corrientes como sus ademanes
y sus efluvios también.

Pero salen en formas nuevas de las puntas de sus dedos,
irrumpen en el aire con el olor de su cuerpo,
con su aliento...
y se escapan por las ventanas de sus ojos.

Walt Whitman

Basta ya

¡Basta ya... basta, basta!
¿Por qué me golpeáis?
Estoy aturdido... Dejadme,
dejad que me rehaga,
que vuelva de mi sopor,
de mi delirio, de mi agonía...
Esto es un error.

¡Si pudiese olvidar las burlas y los insultos!
¡Si pudiese olvidar las lágrimas
y los golpes de las clavas y de los mazos!
¡Si pudiera ver con ojos extraños mi propia crucifixión y mi corona de espinas!
Ya recuerdo.
Ahora coordino la escena perdida.
La tumba de roca multiplica lo que se le ha confiado,
todas las tumbas multiplican lo suyo.
Los muertos se levantan,
las heridas se curan,
mis ataduras ceden y caen.
Camino en tropel, rehenchido de poderes supremos,
y vuelvo a la vieja procesión interminable.
Vamos por las planicies y las costas,
cruzando todas las fronteras.
Nuestros decretos siguen veloces su camino por toda la Tierra
y las flores que adornan nuestros sombreros son el esfuerzo de miles de años.

¡Discípulos! ¡Yo os saludo! ¡Adelante!
Preguntad... seguid preguntando
y anotad... seguid anotando.

Walt Whitman

Eh, remolones, en guardia:

¡Eh, remolones, en guardia! ¡Alerta!
La gente amontonada va a derribar las puertas. ¡Estoy loco!
Encarno todas las tragedias:
la del forajido,
la del poseso,
la del convicto,
la del leproso,
la del mendigo...
Me veo encarcelado
y agobiado por una pena negra sin fin.

Los guardianes de la prisión se echan al hombro los fusiles y me vigilan,
me dejan suelto en la mañana y por la noche me vuelven a la celda.
Ningún rebelde va esposado a la cárcel si yo no marcho a su lado, esposado con él.
(El que va callado, sudoroso y con los labios crispados, soy yo).
Ningún ratero se sienta solo en el banquillo y es acusado por hurto;
yo me siento a su lado y soy juzgado y sentenciado con él.
Junto al enfermo del cólera agonizo yo también.
Mi rostro es de ceniza,
truenan mis nervios
y todos huyen de mi lecho.

Y ese mendigo soy yo. ¡Miradme!
Alargo el sombrero y pido vergonzosamente una limosna.

Walt Whitman

Avanzaba callada la noche

Avanzaba callada la noche y, sobre el pecho de la sombra, salían enormes y espectrales los dos bultos de los cascos.
Estábamos acribillados, nos seguíamos hundiendo,
y decidimos transbordar a la fragata conquistada.
El capitán, en el alcázar, daba sus órdenes sereno, con el rostro blanco como una mortaja.
A sus pies yacían inertes el mocito que le asistía en la cabina.
y el viejo marino de las crenchas blancas y largas, con bigotes cuidadosamente rizados.
Las llamas se adueñaban del barco,
lamían ya todos los rincones
y las ásperas voces de algunos oficiales pedían todavía la consigna...
En la arboladura y en los mástiles,
entre los cordajes rotos
y los aparejos oscilantes
se vislumbraban trozos de carne humana y miembros desgarrados...
Junto al suave chocleteo de las olas se oía la voz del cirujano,
el ris-ras del bisturí,
el rechinar de la sierra,
el estertor sibilante del moribundo,
el cloqueo y el borboteo de la sangre,
gritos agudos y salvajes,
largos lamentos... lo irremediable.

Los cañones descansaban impasibles y mudos
y sobre los efluvios de los juncos y de las flores de la costa cercana, que la brisa traía como una fúnebre corona y como un lamento a los supervivientes, se levantaba el fuerte olor de la pólvora y de la carne chamuscada.
Arriba, en el cielo remoto, brillaban algunas estrellas silenciosas y funerarias.

Walt Whitman

Ahora os referiré lo que contaban en Texas:

Ahora os referiré lo que contaban en Texas cuando yo era muchacho.
(No es la caída de Alamo, porque nadie se salvó para contarla.
Los ciento cincuenta hombres aquellos yacen mudos en Alamo.)
Os referiré el asesinato, a sangre fría, de cuatrocientos doce valientes.

Al retirarse, quedaron atrapados en una depresión del terreno.
Se atrincheraron con el bagaje.
Y antes de entregarse le hicieron novecientas bajas al enemigo, nueve veces mayor.
(Fue el precio adelantado de su rendición).
Cuando quedaron sin coronel y sin pertrechos izaron la bandera blanca, accedieron a capitular honrosamente...
Llegó un pliego sellado,
entregaron las armas...
y marcharon a la zaga del ejército triunfal como prisioneros de guerra.

Eran la gloria de los Guardias Montañeses,
los primeros en domar potros
y en manejar el rifle...
Los primeros en el festín, en la canción y en el amor.
Eran fuertes,
inquietos,
generosos
bellos,
altivos,
enamorados,
de rostro hirsuto y requemado por el sol.
Vestían el traje amplio de los cazadores
y ninguno tenía más de treinta años.
Comenzaba el verano, glorioso,
y un domingo, de madrugada,
los sacaron de la prisión para asesinarlos en pelotones.

Ninguno quiso arrodillarse.
Algunos se rebelaron desesperados y enloquecidos,
y otros permanecieron inmóviles y mudos.
La primera descarga derribó a los alcanzados en las sienes y el corazón.
Luego cayeron los demás.
Se retorcían en el lodo...
y el nuevo pelotón que llegaba los veía agonizar.
Dos o tres medio muertos intentaron huir arrastrándose.
Los remataron con la bayoneta o aplastándoles el cráneo con la culata del fusil.
Un muchacho de apenas diecisiete años quiso ahogar a su asesino y otros dos se le abalanzaron para separarlo...
Los tres quedaron con las ropas desgarradas y bañados con la sangre del adolescente.

A las once comenzaron a incinerar los cadáveres.

Y ésta es la historia del asesinato, a sangre fría, de aquellos cuatrocientos doce soldados, gloria de los Guardias Montañeses, tal como la contaban en Texas cuando yo era muchacho.
Ahora os describiré una batalla naval de tiempos lejanos.
Os diré quién fue el vencedor bajo la luz impasible de la luna.
No es una fábula.
Mi bisabuelo materno, el marino, me la refirió muchas veces.

Nuestro enemigo no se dormía en su fragata (me decía).
Era un enemigo de coraje.
Ingleses duros y aguerridos como no he visto nunca ni pienso ver jamás.
Al caer la tarde comenzaron a batirnos.

Los abordamos.
Se enredaban las jarcias
y se tocaban casi las bocas de los cañones.

El capitán trincaba firme, con sus propias manos, como cualquier marinero.
Algunos disparos nos barrenaron bajo la línea de flotación.
Dos grandes cañones de nuestra batería de cubierta estallaron al romper el fuego,
y hechos pedazos volaron sobre nuestra cabeza los que estaban al lado.

Luchamos durante el crepúsculo
y luego en la sombra cerrada.
A las diez, surgió llena la luna.
Su luz nos advirtió que las vías de agua crecían y que se inundaba el barco.

El contramaestre libertó a los prisioneros de las bodegas para que se salvasen como pudieran.
Subieron a la cubierta.
Los centinelas daban el alto a los que se acercaban al polvorín
y viendo tantas caras extrañas no sabían de quién fiarse.

Comenzó a arder nuestra fragata y el enemigo nos gritó: ¡Rendíos ya! ¡Arriad la bandera!
Yo reventé de risa cuando nuestro capitancito respondió: ¡No arriamos nada! ¡Ahora comenzamos nosotros!

Sólo nos quedaban tres cañones.
El propio capitán disparó uno y le desmochó el palo mayor al enemigo.
Los otros dos, cargados de metralla, derribaron la mosquetería y arrasaron la cubierta.
En las cofas y en las de gavia, sobre todo, reforzaban el ataque de nuestra pequeña batería;
sostuvieron el fuego sin un momento de tregua.

Las bombas de agua eran impotentes ya ante las brechas enormes que nos inundaban
y el incendio avanzaba hacia los polvorines;
un cañonazo reventó una bomba y todos creímos hundirnos.
El capitán no se inmutó,
su voz no se oyó ni más baja ni más alta, pero sus ojos nos alumbraron más las linternas del combate.

Cerca de las doce, y bajo la luz de la luna, se rindió el enemigo.

Walt Whitman

Oh, espacio y tiempo infinitos:

¡Oh, espacio y tiempo infinitos!
Ahora veo que es verdad lo que yo imaginaba,
lo que yo soñaba despierto en mi lecho solitario,
tumbado en la hierba,
o vagando sobre la arena de la playa bajo las pálidas
estrellas de la aurora.

Me despojo de ataduras y de lastre,
apoyo los codos sobre los acantilados,
circundo las sierras,
abarco los continentes con las manos
y me voy de camino con mi visión.
Por aquí voy. ¡Miradme!
Junto a las grandes casas cúbicas de la ciudad,
por las cabañas de troncos donde me albergo con los leñadores del bosque,
por los caminos de portazgo,
a lo largo de las calzadas polvorientas y del lecho seco de los ríos,
desbrozando mi pegujal de cebollas,
cavando las zanahorias y las chiribías de mi huerta,
cruzando sabanas,
rastreando por el bosque,
buscando el mineral y el oro de la tierra,
hundiendo y abrasando mis tobillos con la arena del desierto,
arrastrando río abajo mi canoa...
Por aquí voy,
por donde va y viene la pantera acechando en la rama de un árbol,
por donde el grano se vuelve furioso contra el cazador,
por donde la serpiente de cascabel calienta al sol sobre una roca, sus flácidos anillos numerosos,
por donde la nutria se alimenta de pececillos,
por la orilla del río donde duermen los caimanes de piel córnea y granulosa,
por donde el oso negro busca las raíces y la miel,
por donde el castor acaricia el lodo con su cola aplastada,
por los ingenios de azúcar,
por los plantíos de algodón de flores amarillas,
por los de lino con finas flores azulencas,
por los maizales,
por los campos de centeno verdeoscuro que el viento riza y transparenta,
escalando montañas,
ascendiendo cauteloso, agarrado a los arbustos resistentes...
Aquí estoy. ¡Miradme!
Donde canta la codorniz, en el lindero de los trigales con el bosque,
donde vuelan los murciélagos en el crepúsculo de julio,
donde el escarabajo de oro se deja caer en medio de la noche,
donde el arroyo desentierra las raíces de los árboles antiguos y fluye hacia los prados,
donde sestean los ganados sacudiéndose las moscas, con el movimiento tembloroso de los ijares…
Aquí estoy,
en la cocina donde los morillos se espatarran sobre la losa del fogón y caen en festones las telarañas desde las vigas requemadas,
en la fragua donde rechina el martinete,
en la imprenta donde las prensas hacen girar su cilindros...
Donde quiera que el corazón del hombre golpea asfixiando y prisionero contra la reja dura de las costillas...
Aquí estoy,
donde el globo ingrávido y periforme flota y se levanta (dentro voy yo mirando tranquilamente hacia abajo),
donde el carro de la vida puede despeñarse,
donde el fuego del sol incuba los huevos verduzcos en la arena removida,
donde la hembra de la ballena nada con la cría al lado, sin abandonarla jamás,
donde el barco de vapor despliega el largo y negro gallardete del humo,
donde el bergantín en llamas es arrastrado por corrientes desconocidas...
Aquí estoy,
en el légamo viscoso donde crecen las lampreas,
donde los cadáveres se pudren,
donde la bandera de plurales estrellas flamea a la cabeza de los regimientos...
Aquí estoy,
acercándome a Manhattan por la lengua estrecha de la isla,
bajo la catarata del Niágara que cae como un velo ante mis ojos,
en el humbral de la puerta,
en el último apeadero que se alza rústico en el bosque,
en las carreras de caballos,
en la romería,
en el baile,
en el rodeo,
en el gran partido de base-ball...
Aquí estoy,
bebiendo alegremente con pícaros y parásitos.
Aquí estoy.
en el lagar de la sidra, probando la pulpa melosa y pardusca y chupando con una paja el jugo fermentado.
Aquí estoy,
pasando revista,
holgando en la playa,
discutiendo en el bar,
desgranando maíz,
construyendo una casa...
Aquí estoy,
escuchando el gorjeo del sinsonte;
sus gritos,
su alboroto,
su llanto...
Aquí estoy,
en el corral donde hacinan el heno
y esparcen el orujo,
donde espera recogida la vaca preñada,
donde el toro acomete para hacer su trabajo masculino,
donde el caballo monta a la yegua y el gallo cubre a las gallinas;
donde pacen los novillos,
donde los gansos pican su comida a tirones cortos y mecánicos,
donde las sombras del crepúsculo se alargan sobre la pradera infinita y solitaria,
donde los búfalos en manadas inmensas, que cubren millas cuadradas, avanzan lentamente,
donde resplandece policromo el colibrí,
donde el cuello del cisne longevo se curva y se enreda,
donde las perdices de pecho irisado empollan bajo tierra, con la cabeza fuera...
Aquí estoy,
en la puerta del cementerio, bajo cuyo arco pasan los fúnebres cortejos.
Aquí estoy,
entre la estepa blanca de la nieve y el carámbano de los bosques, oyendo aullar los lobos,
al margen del pantano donde la garza de cresta amarillenta viene por la noche a nutrirse de cangrejos...
Aquí estoy mirando toda la mañana, con la nariz aplastada en los cristales, los escaparates de Broadway,
y vagando toda la tarde por las callejuelas solitarias,
junto a la cama del hospital, alargándole la limonada al enfermo calenturiento,
junto al féretro, observando al muerto en silencio, bajo la luz de los cirios.
Aquí voy,
entre dos amigos a quienes llevo abrazados por la cintura,
observando las pisadas de los animales y las huellas del mocasín...
Llego a todos los puertos de negocio o de aventura,
me lanzo iracundo contra el que odio, decidido a clavarle mi cuchillo,
deambulo a medianoche por mi patio, sin pensar en nada,
recorro las viejas colinas de Judea, junto al dulce y hermoso Galileo,
me precipito en los espacios, al través de los cielos y de los astros...
Aquí voy,
rodando entre los siete satélites del sol, el amplio anillo de Saturno y sobre un diámetro de ocho mil millas...
Aquí voy,
huyendo con los meteoros y lanzando bolas de fuego como ellos...
Aquí voy,
transportando al niño en crecinete que lleva entera a su propia madre en las entrañas...
Aquí voy,
bramando,
gritando,
proyectando,
adorando,
precaviendo,
reculando y volviendo a mi lugar,
apareciendo y desapareciendo...
Aquí voy,
por aquí voy...
Todos estos caminos los huello día y noche sin cesar.
Visito los huertos de las esferas siderales y contemplo su fruto,
contemplo milenios y milenios ya maduros,
y milenios verdes todavía.
Vuelo por donde volaron las almas fluidas ya desaparecidas
y camino más debajo de la sonda.
Me entro por lo material
y por lo inmaterial.
Ningún guardián puede cerrarme el paso
y ninguna ley retenerme.
Anclo mi barco un momento nada más
y mis heraldos van y vienen sin descanso para enterarme de todo.
Voy en busca de pieles hasta el polvo y cazo la foca,
salto abismos con una garrocha de punta ferrada
y colgado de una cuerda desciendo desde el picacho.
Subo al trinquete
y en la noche hago guardia en el “nido del cuervo”.
Caminamos por el Mar Artico.
Aún tenemos bastante luz.

Claro es el aire y puedo ver asombrado el prodigioso espectáculo que me rodea.
Pasan enormes masas de hielo
y allá lejos se yerguen las crestas blancas de los montes que prenden mi ilusión.

Nos acercamos a un gran campo de batalla donde en seguida tendremos que luchar.
Nos deslizamos sigilosos y callados por la imponente vanguardia del ejército...
Ahora entramos por los suburbios de una inmensa ciudad derruida...
Los muros desplomados y la arquitectura rota conmueven más que todas las ciudades vivas de la Tierra.
Soy un camarada liberal.
Y acampo con todos junto a las hogueras del vivac.

Arrojo del lecho al desposado
y me acuesto con su mujer.
Toda la noche la sostengo entre mis piernas y mis labios.

Mi voz es la voz de la esposa.
Suben gritos por el barandal de la escalera.
Vienen a buscar mi cuerpo de hombre goteante y ahogado.

Comprendo el gran corazón de los héroes.
El valor de hoy
y el valor de todos los tiempos.
Este es el patrón de una lancha. ¡Miradlo!
Cuando divisó aquel pailebot a la deriva, sin timón en la tormenta, y al que casi cazaba la muerte, se pegó a su costado y lo siguió fiel tres días y tres noches sin ceder una pulgada;
escribió con tiza en grandes letras, sobre un tablón estas palabras: ¡Animo, no os abandonaremos!
Lo salvó.
Aún veo a las mujeres esqueléticas, con sus ropas holgadas, descender como espectros que salen de las tumbas,
los rostros mudos y avejentados de los niños
y a los hombres de labios afilados y mejillas sin afeitar.
Todo esto lo veo,
lo gusto,
lo engullo,
lo asimilo,
lo hago mío
porque yo fui el hombre que sufrió y que estuvo allí.
Siento el orgullo y la serenidad de los mártires.
siento a la madre que ayer fue quemada en la hoguera por hereje, ante la mirada de sus hijos;
y al esclavo perseguido como un zorro por los perros;
lo siento vencido,
apoyado en la cerca,
sin aliento,
sudoroso...
siento las punzadas de su corazón,
sus piernas dobladas,
su cuello caído sobre el pecho
y los balazos asesinos.
Todo esto lo siento y lo sufro.
Yo soy todo esto.

Yo soy el esclavo acosado por la jauría.
Me duelen los mordiscos
y me defiendo a patadas de los perros.
Mirad mi tormento.
Oigo el crac-crac de los gatillos,
me pego a las alambradas de la cerca,
sangran mis heridas (el sudor ablanda mi piel y facilita la hemorragia),
y caigo sobre las piedras y la hierba.
Los jinetes que me persiguen espolean los caballos,
se acercan,
escucho blasfemias y denuestos...
y los golpes iracundos del látigo caen sobre mis espaldas y mi cráneo.

Cambio de agonías como de vestidos.
No le pregunto al herido cómo se siente,
me convierto en el herido.
Sus llagas se hacen lívidas en mi carne, mientras lo observo, apoyado en mi bastón.

Yo soy el bombero con los huesos del pecho rotos, y hundido entre los escombros de los muros desplomados;
respiro humo y fuego,
oigo los gritos de espanto de mis camaradas,
percibo el golpe lejano de las picas y de las balas...
Ahora separan las vigas que me aplastan
y unas manos me levantan con cuidado.

Estoy sobre el suelo,
en el aire de la noche, con mi camisa roja;
todos callan para no molestarme.
No me duelo nada...
Me siento agotado... pero soy casi feliz.
Las caras que me rodean aparecen blancas y bellas,
(todos se han quitado el casco)
y las gentes arrodilladas a mi lado están pálidas, bajo la luz de las antorchas.

Lo lejano y lo distante resucitan.
Están ahí como la esfera del reloj,
mis manos son las manecillas,
yo mismo soy el reloj.

Ahora surjo como el viejo artillero que murió.
Contaré el bombardeo de mi fortaleza.
Estoy allí de nuevo.
De nuevo oigo el redoble de los tambores,
el estampido del cañón y los morteros
y el cañón enemigo que responde.
Lo escucho todo:
el estrépito general,
los gritos,
las blasfemias,
los aplausos al disparo certero...
Lo veo todo:
la ambulancia que pasa lentamente, dejando un reguero de sangre,
los zapadores diligentes, reparando las brechas,
la caída de las granadas por el boquete del tejado,
la explosión en forma de abanico,
piedras,
vigas,
trozos de metralla,
cuerpos descuartizados que pasan silbando por el aire...

De nuevo veo la boca ensangrentada del general moribundo que agita furiosamente la mano y balbucea por entre los coágulos de sangre: -No os preocupéis de mí... Defended... la trinchera.

Walt Whitman